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Séptimo Día |RAQUEL SINELLI

Sopesar la pérdida, celebrar la vida

La poeta radicada en La Plata presenta “El tiempo suspendido”, una de las últimas gemas del Proyecto Hybris Ediciones

Sopesar la pérdida, celebrar la vida

Raquel Sinelli / www.lospoetasnovanalcielo.blogspot.com

VICENTE COSTANTINI

21 de Febrero de 2021 | 07:56
Edición impresa

Acostada en su cama, una niña mira hacia la habitación donde duermen los padres para asegurarse de que respiran, que aún están ahí. Su mente recorre kilómetros “con solo girar la cabeza en la almohada / hacia el lado en que los imagina”. El hallazgo del poema “Vigilia”, de Raquel Sinelli (1954), publicado en «La envoltura» (2012) —porque de eso se trata todo esto—, es el salto en el espacio y el tiempo; la niña que espera con angustia a sus padres será, luego, la adulta que vuelve, o la que espera el regreso de sus seres queridos: “aprendió de niña esa espera: / el tiempo suspendido, / mirar fijo una ruta / y no distraerse”.

Hoy, nueve años después, Sinelli acaba de publicar «El tiempo suspendido», un libro en cuyo título retoma ese verso de “Vigilia”, y ahora parece responderse a sí misma: “Tanto esperé / y ya no sé qué espero. / Ni siquiera sé si quiero lo que espero. / Pero estoy hecha de ese recorrido”.

Como puede observarse, tanto uno como otro poema están construidos a partir de la misma percepción subjetiva sobre las cosas. Es por eso que el carácter intimista y cotidiano de «El tiempo suspendido» no está basado en la presencia o ausencia del yo poético; tampoco en la mera mostración de escenas domésticas. Homero Alsina Thevenet sostenía que “el enfoque gramatical de primera persona debe reservarse para aquello que sea absolutamente intransferible”. Aunque su consejo estaba dirigido a los periodistas, perfectamente podríamos aplicarlo a la poesía. Precisamente es esa zona imprecisa y ambigua, en la que no se sabe del todo quién está hablando, la que maneja con mayor destreza Sinelli, como en el contundente “Nacimiento”, de apenas cuatro versos: “Zurcir / el hilo lento de la herida / que cortó / para no regresar”.

A lo largo del tiempo, la poesía ha sabido tomar prestados recursos de otros géneros (o tal vez recuperarlos, si concebimos a la poesía como el género primigenio): de la narrativa, la posibilidad de contar una historia; del teatro, la puesta en escena de múltiples voces que habitan el texto. A estos recursos se suman dos características intrínsecas, no excluyentes aunque sí constitutivas del género poético: la opacidad y la omisión. “La obra opaca —observa Fernando Kofman— no intenta resolver la tensión entre expresión y significado, sino que mantiene la antinomia”. En «El tiempo suspendido» hay un estado de alerta, una actitud de sospecha ante la simplicidad de las cosas, que por un momento puede volverlas ajenas: los tonos oscuros sobre la corteza de un árbol después de la lluvia; la revelación de pequeños dibujos convertidos en letras y palabras para una niña que aprende a leer; pimpollos de fresias que se abren como “un estallido silencioso / en la casa vacía”.

A lo largo del tiempo, la poesía ha sabido tomar prestados recursos de otros géneros

 

A su vez, el espacio de la página en blanco funciona, para los lectores, como una advertencia: aquí habita mucho más de lo que puede hallarse en las palabras. Uno de los primeros poemas del libro, titulado simplemente “Poesía”, lo resume de este modo: “Lecturas / contemplaciones / y, de vez en cuando, / palabras en el papel / corren tras lo que quieren decir”.

La poesía de Sinelli está construida a partir del desajuste entre la intención y su ejecución; entre la expectativa y el suceso. Se trata de una voz pulida, madura: al reconstruir el pasado, lo hace sopesando la distancia entre el don de lo recuperado y la extrañeza de la pérdida.

Muchos de estos poemas tratan sobre la ausencia y el duelo. Sin embargo, al eludir el golpe bajo —aquella sensiblería que Borges calificó de “deliberado chantaje sentimental”—, este libro termina por ser una celebración de la vida: de todo aquello que queda en pie con el recuerdo y la añoranza. Para poder hablar, parece decirnos, es necesario abrazar el misterio de todo lo que no sabremos: “Cuando una mujer muere / muere también la niña que fue y siguió siendo. / Un pequeño universo se cierra, esta vez para siempre. / Se fue la que sostenía esa memoria, la que tenía la llave del cofre”.

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