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Cada vez más jóvenes no se despegan del celular queriendo saber cuáles son las tendencias y tratando de imitar, o envidiando, a la gente que se muestra en redes sociales divertida y espléndida
 
            El fomo puede convertirse en un serio problema si no se pide ayuda profesional
La evolución de la tecnología virtual y de comunicaciones nos ha traído incontables beneficios, nadie lo niega. Claro que, en esta era de la hiperconectividad, depende mucho de cómo nos relacionemos con ella para llevar adelante una vida saludable.
Nos relacionamos tanto en el ámbito online como en el off line. Con la popularización de las tecnologías de la información, y especialmente de las redes sociales y la posibilidad de tener acceso a ellas en el teléfono celular, el medio digital se transformó como un nuevo espacio de interacción. En este nuevo mundo digital, el síndrome FOMO, fear of missing out (miedo a quedarse afuera, en inglés), hace su aparición.
Este nuevo trastorno se caracteriza por el temor a un miedo social que siempre existió: la exclusión. Se trata de esa sensación amarga de sentir que nos estamos perdiendo algo de lo que otros están disfrutando. Este sentimiento comienza como una simple percepción, que crece y puede llegar a mortificarnos hasta el punto de necesitar mantenernos siempre conectados para que nada se nos pase por alto.
Saber que alguien va a hacer algo o tiene un plan mejor que el nuestro hace que nos inunde la sensación de estar quedando afuera y que nuestras vidas son menos interesante que la de nuestros semejantes. Gracias a los celulares y a la instantaneidad de las redes sociales, esta sensación de alerta-miedo se ha convertido en un acompañante habitual de la vida de muchas personas.
Según los especialistas, casi dos tercios del total de usuarios de la redes sociales en el mundo padecen el síndrome conocido como FOMO, pero lo más extraño de todo es que la mayoría de ellos ignora tal condición.
La popularización de las redes sociales y esa necesidad constante de mantenernos conectados todo el tiempo hace que este síndrome sea algo más que un simple miedo. El FOMO es más bien un miedo envidioso. Lo que preocupa a quienes lo padecen no es el simple hecho de perderse algo, es el más bien el hecho de sentir “que otro sepa lo que yo me pierdo y se divierta con eso”, que otro tenga la posibilidad de “dejarme afuera” de un tema simplemente porque sabe algo que yo desconozco. Las asimetrías de información en su máxima expresión pueden generar que esta preocupación aparentemente inofensiva se transforme en un trastorno prácticamente imposible de frenar sin la ayuda de un profesional.
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La adicción a mantenerse actualizado es proporcional al miedo que se siente, ocasionando que en muchas oportunidades los momentos de disfrute se pierdan totalmente.
Y es que muchas veces, hoy en día no interesa ir a un concierto, interesa publicar que se fue a ese concierto. Si no se publica no pasa, así de sencillo.
¿Cómo darse cuenta cuando el síndrome de FOMO se padece? Si necesitamos consultar el teléfono celular todo el tiempo y no podemos permitirnos siquiera disfrutar de un momento a solas con la familia o los amigos, o aún peor, cuando sentimos esa especie de competencia irracional que nos impulsa a aparentar tener una vida más interesante de la que en realidad llevamos bajo la falsa creencia de que publicando mentiras alcanzaremos la felicidad… Es en ese mismo momento cuando tenemos que parar el reloj y pedir ayuda. Porque a fin de cuentas, temiendo perdernos “algo”, lo que en realidad estamos perdiendo es tiempo.
Un estudio que investigó a más de 2.000 adultos de Estados Unidos sobre su capacidad de desconectar de sus smartphones, concluyó que el síndrome FOMO tiene una mayor intensidad entre la gente joven y entre los hombres jóvenes en particular, y los niveles altos de este síndrome, correlacionan positivamente con circunstancias sociales como el bajo nivel de satisfacción social, lo que causa sentimientos de inferioridad.
La investigación sugiere que FOMO puede llegar a provocar problemas en la salud mental de las personas, ya que puede producir depresión o ansiedad. Otros estudios anteriores, concluyen que los individuos que dan más valor a las redes sociales como parte de su desarrollo social, tienden a experimentar más FOMO.
En las redes sociales intentamos mostrar cómo queremos ser y no cómo somos en realidad, pudiendo llegar a percibir que la vida de los demás está exenta de problemas y es mucho más interesante y emocionante que la nuestra. La identidad social, especialmente en los jóvenes que viven inmersos en las nuevas tecnologías, se va creando en gran parte, a través de Facebook, Twitter, Instragram, etc. Es claro el hecho de que este nuevo modo de vida está “moldeando” de una manera alarmante, ya sea para bien o para mal, la vida de los adolescentes.
Los especialistas en psicología y conducta social advierten que no hay que valorar la vida virtual como si fuese la real.
El mundo online “es un teatro impostado, donde la gente solo muestra la parte amable de la vida. ¿Quién comparte con los demás los días grises de soledad, tristeza o desconexión?”, explican los expertos.
“Lo más curiosos y paradójico de todo es que cuanto más conectados estamos, más solos nos sentimos. Cuanto más sabemos de la vida del amigo de Facebook, menos sabemos. Lo que se ve en las redes sociales es una realidad a medias, distorsionada y en parte, edulcorada”, destacan.
Esta sensación de alerta-miedo se ha convertido en un acompañante de la vida de muchos
La necesidad de que los demás vean, y aplaudan el propio estilo de vida, se está convirtiendo en una tendencia diaria entre miles de jóvenes que luchan y persiguen sentirse populares entre los suyos.
No deberíamos perder de vista que las redes sociales se han convertido en un escaparate de maravillosas apariencias, pero con un trasfondo cuestionable.
Parece que todos hacen kilómetros corriendo a las 7 de la mañana sin un mínimo esfuerzo, toman jugos verdes, después cafés y cupcakes en lugares maravillosos, con gente topísima, y que a nadie le “pega bajón” la cuarentena. Más vida real y aceptación para desear menos una “vida fantástica”, quizá sea la clave para disfrutar de la virtualidad.
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