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DANIEL KRUPA
Lo primero a decir es qué bien y con qué intensidad escribe Cynan Jones (Gales, 1975), incluso en textos de apenas cien páginas, como “La bahía”, en el que hace gala de un ascetismo envidiable, ahora para retratar una historia que podría parecer simple, previsible: un hombre sale al mar en su kayak con la idea de arrojar las cenizas de su padre en un sector específico de una playa, pero una tormenta repentina, con sus respectivos rayos, altera sus planes.
Es habitual en Jones recurrir a la naturaleza como algo más que un simple telón de fondo para sus textos. Los escenarios naturales influyen directamente en sus producciones, tanto en los personajes como en el devenir de los hechos, conformando un todo de una energía oscura y espesa que ya es característica de su obra.
Este dato –de cómo un cierto tipo de ambiente se transforma en los cimientos de un texto literario– puede comprobarse hasta visualmente en Hinterland, serie policial, bien noir (ver nota publicada en esta misma sección del recorrido que María Negroni hizo sobre los hitos de este género cinematográfico), de la que Jones es el guionista. Hinterland transcurre en un pueblo galés al borde de todo; tan al borde que no faltan acantilados.
Jones sabe manejar muy bien la ambigüedad: recurre a la inclusión de una serie de circunstancias alrededor del kayak en el que flota este hombre a la deriva, provocando un efecto onírico que va de lo ominoso a lo simplemente bello, porque no hay que olvidarse de que se trata también de un texto sobre un duelo, que llevó a un hijo a meterse en el mar en un ritual íntimo y pagano.
Desde ya, La bahía remite a otras obras literarias que retrataron con maestría esto de perder el rumbo en el agua, sin tierra a la vista. Las más emblemáticas: El viejo y el mar, de Ernest Hemingway (1951) e Historia de un naufragio, de Gabriel García Márquez (1955), títulos en los que el instinto de supervivencia se transforma en la columna vertebral de ambos relatos. En ese sentido, el texto de Jones no es la excepción, aunque el ritmo y la forma narrativa (párrafos cortísimos como retazos, epifánicos como versos), invitan a pensar en una intención todavía más poética que en aquellos otros dos títulos.
En la prosa de Jones –en esta traducción local a cargo de Matías Battistón–, nunca faltan las imágenes perfectas. “Lo vio por un segundo, un clavo de plata en el aire”, escribe para retratar el simple salto de un pez en el agua. La misma sensibilidad despliega el autor cuando acerca a ese kayak a la deriva especímenes como una mariposa (cuya existencia se pone en duda), un misterioso pez luna, delfines, y hasta una muñeca tan perdida como el náufrago que protagoniza este relato. O el sutil viraje hacia el relato de terror, cuando llega la noche en alta mar.
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La bahía es mucho más que una crónica de supervivencia: bien puede leerse como algo más profundo y amplio: un tratado de lo que suele suceder cuando también en el sentido más metafórico, un rayo parte al medio a alguien: con más o menos tiempo a favor, pero inmediatamente, empieza a proyectarse la película de su vida ante sus ojos y, de repente, no queda otra cosa que transformarse en un mero espectador, más allá de cualquier ímpetu de salvación.
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