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Qatar2022 |OPINIÓN

Enemigo externo

Enemigo externo

El rendimiento de Enzo Fernández fue de menor a mayor / AFP

EZEQUIEL FERNANDEZ MOORES

11 de Diciembre de 2022 | 04:30
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Si nos guiamos por los últimos quince minutos habría que decir que la selección argentina viene de jugar su mejor cuarto de hora en lo que va del Mundial. Porque el nivel del equipo en ese segundo tiempo del suplementario contra Países Bajos tuvo momentos espectaculares.

El ingreso de Angel Di María dio otra fluidez y precisión y velocidad. Reenganchó a un Leo Messi que parecía algo perdido en el primer tiempo del suplementario, acaso sacudido todavía por el 2-2 inesperado de Países Bajos en el último segundo y todavía enojado con el árbitro español Matheu Lahoz.

Mejor aún, con Paredes en el campo, Enzo Fernández se adelantó unos metros y mostró su mejor versión, atrevida a sus 21 años, queriendo definir él mismo el pleito, casi a la altura de Alexis MacAllister, otro que jugó un partido excepcional, de principio a fin.

Pero la primera etapa del juego regular fue, como se prevía, una partida de ajedrez algo aburrida, cortada además por el protagonismo de Matheu Lahoz exhibiendo tarjetas y supuesta autoridad. Fue así hasta que, como también se preveía, apareció el genio de Messi para destrabar todo con su pase genial a Nahuel Molina.

El penal y el 2-0 siguiente tenían al partido definido, hasta que Lisandro Martínez cometió su primer error en su partido hasta entonces perfecto y se distrajo en la marca.

El 2-1 hizo temer el 2-2, que llegó igualmente con otra torpeza, un foul innecesario del ingresado Pezzella y una frialdad extraordinaria de Países Bajos para ejecutar una maniobra audaz en un momento tan caliente.

Lo del alargue fue dicho. Y la previa de los penales no parecía la mejor. Porque Argentina era conciente de que se le había ido la victoria dos veces (en los 90 minutos primero y en el alargue luego).

Y porque Países Bajos parecía mucho más fuerte anímicamente, con sus jugadores agrupados más tiempo, dándose fuerzas mutuas. Pero pocos veían en ese momento al Dibu Martínez. El arquero movía la cabeza, se hablaba a sí mismo, se daba fuerzas. “Ahora”, parecía decir, “es mi turno”. Y lo fue. Las atajadas en los dos primeros penales fueron extraordinarias.

Cuando lo vi que festejaba ostentosamente la segunda atajada me pareció precipitado. Todavía quedaban tres penales por delante. Podía pasar cualquier cosa. Pero nada es perfecto. Un viejo colega solía decirme “territorio comprado”. Se refería a que cuando uno tomaba una decisión en la vida, tras evaluar pros y contras, luego había poco derecho al pataleo. “Territorio comprado”.

La fuerte personalidad de varios de los jugadores de la selección parece eso. Ayuda en los momentos calientes. Es un riesgo en otros. Asi se entienden no solo esos gestos del Dibu, sino también los de otros jugadores burlándose de Países Bajos tras la definición.

Hay que ver de qué modo los neerlandeses “conversaban” a los ejecutantes argentinos antes de sus penales. Reacción y contrareacción pueden formar parte de cierta lógica.

El juego tiene sus riesgos. Por ejemplo, Paredes expuso al equipo a tener que afrontar con diez jugadores el tiempo extra. Matheu Lahoz, supuestamente “antiargentino”, podría haberlo expulsado por su falta violenta y pelotazo al banco siguiente. Habría sido imperdonable. Si Argentina perdía, hoy sería blanco de todas las críticas.

Y, luego, las declaraciones siguientes. Porque un argumento puede ser la calentura del partido. Pasado el juego, obtenido el triunfo, lo más aconsejable es enfocarse para lo que viene. Las críticas a la FIFA, de Messi incluídas, abren especulaciones inútiles, que desgastan la previa de la semifinal.

Todos los equipos, casi todos, han precisado del tradicional “enemigo externo” para fortalecerse internamente. Son juegos de vestuario. Nosotros contra el mundo. Infantiles, pero efectivos en muchos casos.

No deja de ser infantil también el juego de cierta prensa que se enojó primero simplemente porque Scaloni hizo un juego de palabras con un periodista. Como si la prensa fuera intocable.

Y que, aun tras la victoria, parece minimizar ahora la campana, como si ciertas alegrías populares no debieran suceder en tiempos en los que, supuestamente, todo debería estar mal.

 

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