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Espectáculos |En las pantallas

A comerse a los ricos: “El Menú” y otras sátiras de la banalidad de privilegiados

Vuelve una vieja tendencia: el cine se ríe de los millonarios. Pero, ¿hay crítica verdadera, corrosiva, detrás de estas películas?

A comerse a los ricos: “El Menú” y otras sátiras de la banalidad de privilegiados

“El Menú” se puede ver en Star+ y en los cines

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

23 de Enero de 2023 | 02:39
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En un momento de “El Menú”, la comedia negra estrenada recientemente en Star+ y que todavía se puede ver en salas locales, Margot, encarnada por la argentina Anya Taylor-Joy y representante de nosotros, el ciudadano de a pie, en una película protagonizada por comensales millonarios, le dispara sus verdades al chef que prepara una venganza contra todos esos privilegiados: su menú de varios pasos, que condena a muerte a todos los presentes, le dice, no es más que un ejercicio intelectual desprovisto de sustancia.

Es curioso, porque lo mismo podría aplicarse a la película de Mark Mylod, y a varias otras sátiras que quieren “comerse a los ricos” y que andan dando vueltas en las pantallas: siempre han existido películas que parodian las excentricidades y la banalidad de los millonarios, pero en el último año parecen haberse vuelto en el blanco fácil para la industria de Hollywood.

Está claro que, de la misma manera en que sus personajes son cada vez más diversos en cuanto a raza y sexualidad, esta seguidilla de estrenos satíricos - “El Menú”, “Glass Onion”, en Netflix, “Don’t worry Darling”, en HBO, “El triángulo de la tristeza”, de próxima llegada al país, también “Bardo” de Iñárritu y la serie “El encargado”, entre otras- responde al ánimo popular: la pandemia provocó la ampliación de la brecha entre el privilegiado 1% del mundo y el resto, nosotros. En un mundo que se pretende cada vez más igualitario, la desigualdad no para de crecer, al igual que la indignación social. Quizás el éxito de “Parasite” haya encabezado la tendencia, o creado una serie de imitadores.

Como sea, envalentonados, entonces, por esta furia popular contra los ricachones y por el apetito de la audiencia por historias que ridiculicen a los millonarios, la pantalla ha mostrado esta temporada a un montón de privilegiados en toda su banalidad, con todo su mal gusto exhibido para la risa nuestra. En “Glass Onion”, por ejemplo, el líder de los ricos reunidos en una isla desierta compra todo, obras de arte, objetos de colección, lo que legitime su poder, pero a menudo le venden gato por liebre: recibe a sus invitados con una guitarra supuestamente de McCartney, pero McCartney es zurdo y la guitarra no…

Divertido, ¿no? Y una manera de construir complicidad con el espectador que ataje ese tipo de pequeños guiños desperdigados a lo largo de toda la película (un misterio algo pavo pero bien contado, por otro lado): quien sepa que la guitarra no es la de Paul, sabrá que el personaje de Edward Norton es bastante menos que el genio que pretende ser (importante para la trama) pero, más importante, sabrá que él es más inteligente que ese millonario que es todos los millonarios.

Entonces, lo que se supone (a sí misma) sátira filosa termina en un ejercicio autocomplaciente, sin riesgo: son películas muchas veces virtuosas desde la forma, pero que se divierten tocando todos los botones que corresponden, riéndose de los ricos a través del mismo conjunto de lugares comunes de siempre. Una performance sin impacto real (más que hacer sentir al espectador que está del lado correcto de las cosas), y de hecho, lo performático se vuelve evidente en lo escatológico y violento de algunas de estas propuestas: “El triángulo de la tristeza” tiene una larga secuencia de vómitos y heces, mientras que “El Menú” se regodea en su violencia explícita.

SIN DIENTES

No es esto una defensa de la mesura, pero como metáfora estas secuencias parecen un poco burdas. Y es que, en definitiva, los planteos anti-capitalistas de estas propuestas a menudo tienen un aire adolescente, una rebeldía de centro de estudiantes.

La sátira, podría esbozarse como defensa, no es matizada. Al contrario, justamente, exacerba. Pero la sátira corroe, mientras que estas propuestas (y lamentablemente coloco a todas en la misma bolsa a pesar de sus niveles diversos de entretenimiento, aciertos e ingenio visual) no tienen dientes, simplemente repiten lo que se respira en el aire, ese odio por los privilegios. Y si la sátira no corroe, si reproduce el más común de los sentidos, ahí sí que pierde su sentido: ahí, lo que se supone, lo que debería ser, carnavalesco, un espacio solo habilitado al arte para hacer un subversivo ataque al poder, se vuelve complacencia pura. Un bufón haciendo morisquetas para que la corte se divierta, se ría un poco de sí misma y listo. ¿Qué es sino una película protagonizada por excéntricos multimillonarios que parodia a los excéntricos multimillonarios?

 

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