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La novela de Cortázar editada en junio de 1963. El enigma de las dos Magas: Aurora Bernárdez y la escritora alemana Edith Aron. Un personaje femenino amado por millones de varones y mujeres
Un joven Julio Cortázar, el autor de rayuela / Télam
“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua”.
Así empieza Rayuela, el libro de Julio Cortázar (1914-1984) que revolucionó a generaciones de lectores de muchos países y que en estos días cumple 60 años de ser editada.
Así es el discutido comienzo físico del texto, porque en realidad el escritor quiso cambiar la secuencia natural de lectura y abandonó un listado consecutivo de capítulos para proponer un “tablero de dirección”, o sea leerlo en base a una guía de páginas que propuso el autor.
Lo cierto es que pocos lectores -por ser cortazianos, es decir “cronopios”, un término patentado por Cortázar para definir a criaturas poco convencionales, sensibles, rebeldes y algo chifladas- omiten desde entonces acatar esa sugerencia y leen Rayuela desde la página 1 en adelante, para parecerse a los famas, otra clase social que inventó Cortázar y que es esencialmente prolija. Si no entendió esta explicación, sería mejor para la comprensión general de Rayuela.
Sigue el primer párrafo parisino: “Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico”.
Valga repetir la historia: este próximo 28 de junio, Rayuela cumplirá 60 años de existencia. Fue editada por vez primera en 1963 y revolucionó a la literatura más por su estilo iconoclasta que por su contenido. Latinoamérica y también buena parte de Europa leyeron Rayuela devotamente, como si fuera un segundo nuevo testamento. Lo verdaderamente digno de mudar son las formas, fue uno de sus mandamientos.
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Y si bien verdad que, después de medio siglo de andar corriendo de mano en mano, de librería en librería, sigue siendo una obra de rebeldía, no pocos críticos sostienen que el tiempo horadó también esa piedra preciosa, porque cambiaron los lectores y la época, tan atomizada y nada romántica como la de ahora. Hoy el amor dejó de estar de moda, y la clave está en otro lado.
El personaje de la Maga enamoró a millones de personas y, sin embargo, no pocas mujeres de ahora la cuestionarían porque -dicen- su pareja de ficción, Horacio Oliveira, argentino de 48 años, la relega, la daría un rol poco protagónico, de amante algo invisible. Es más, como se verá, así opinó una de las dos Magas, porque no hubo una, sino dos.
La fascinación ejercida por la Maga fue tal que no habrán sido pocos los que en la siempre joven década del 60, a sus novias o mujeres le decían “Maga”. La Maga era un arquetipo de mujer y era casi obligatorio amarla. Porque también la amaron e imitaron miles de mujeres.
El primer dato corrió como reguero de pólvora en los cenáculos literarios: “La Maga es Aurora Bernárdez”, se dijo. Tenía el peso de una revelación. Y durante más o menos veinte años, no se discutió. Daba tranquilidad saberlo, se había terminado con una duda.
“Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura...”
Cortázar se habría inspirado, decían, en su primera esposa, la hermana del poeta Francisco Luis Bernárdez, una traductora prestigiosa y muy sólida intelectual. Después se separarían pero Aurora volvería a acompañarlo a Cortázar en sus últimos meses de vida, a cuidarlo y a convertirse por decisión de Cortázar en sucesora prudente y eficaz de su obra.
Todos pensaban en Aurora Bernárdez y sin embargo, de pronto, alguien reveló que la Maga sería otra. Que la que caminaba en Rayuela con Oliveira junto al Sena, estaba inspirada en una joven alemana, también escritora, que se llamó Edith Aron (1923-2020). Ella fue también una cotizada traductora que llevó al idioma alemán cuentos y poemas de Borges, Octavio Paz, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y del propio Cortázar, entre muchos otros.
Ella y Cortázar se habrían conocido a principios de los 50 en el trasatlántico italiano Conte Biancamano, cuando el escritor viajó de Buenos Aires para quedarse en Europa y sólo volver una vez, cuando también había regresado la democracia.
En un artículo que no tiene olvido titulado “Rayuela: la historia de Edith Aron, ‘La maga’ de la vida real” publicado en El Comercio de Lima por el crítico peruano Julio Ortega, se divulgó la clave, la nueva contraseña.
“Detrás de La Maga, el inolvidable personaje que Julio Cortázar nos presentó en Rayuela, hay una mujer de carne y hueso, una mujer a la que conoció en circunstancias parecidas a las que se relatan en el libro, pero que a la vez vivió con él una historia totalmente distinta”, dice al reseñar una entrevista a Edith Aron.
“En el barco nunca hablé con Cortázar” contó ella. “Me bajé en Cannes y el siguió hasta Génova, destino final del viaje. Luego, en París, me lo encontré tres veces en distintos lugares de la ciudad. Para él, entonces muy influenciado por los surrealistas, la casualidad contaba mucho. La tercera vez lo encontré en el Jardín de Luxemburgo y allí me invitó a tomar un café. Descubrimos que teníamos amigos comunes en la Argentina, en ese momento ya residentes en París” detallo Aron.
Luego empezaron una breve historia juntos, aunque Ortega dice que la Aron dijo varias veces “no soy la Maga”. Ella afirmó luego que “recibir el libro me produjo un choque tal que arranqué de inmediato la página escrita a mano con una dedicatoria fría y distante”. Cortázar seguía casado con Aurora Bernardez y esto, además de que Cortázar rechazó que Aron tradujera su libro al alemán, hirió a la mujer. La fue alejando de Cortázar.
Aurora Bernárdez / Web
Libro y vidas entreverados. Los personajes de la novela -Oliveira y la Maga- jugaban a buscarse o a perderse: “La técnica consistía en citarse vagamente en un barrio a cierta hora. Les gustaba desafiar el peligro de no encontrarse …”, dice el texto de Rayuela.
Pero después los cronopios quedaron anonadados durante décadas, sin saber qué pensar: “¿quién es la Maga, Aurora o Edith?”. Fue un dilema que no le quitó el sueño a ningún fama, porque directamente no se lo planteaban. Pero los cronopios, atención, eran multitud y estaban algo confundidos.
Hubo escarceos entre las dos mujeres. A la primera de ellas, Aurora, cuando estaba casada con Cortázar, el escritor le dijo sin anestesia que cuando venía en el barco hacia Europa “ha aparecido en mi vida una Maga…”. La Bernárdez no se habría inmutado y le respondió: “Pero qué bien…¡quiero conocerla! Invitémosla a cenar”. Y así se hizo, las dos Magas cenaron con Julio en la casa de este. En un momento dado Edith preguntó dónde estaba el baño y la Bernárdez le mostró el camino.
Pasaron los minutos y ella no volvía. Aurora se preocupó y fue a buscarla. La encontró llorando. “La pobre…la ayudé a componerse y Edith se retiró pronto. En una carta posterior que Julio Cortázar le envió a un conocido dio cuenta: “Vino Aurora. La casa está en orden”. ¿La segunda Maga percibió en esa cena que la verdadera era la otra?
La Maga era un arquetipo de mujer y era casi obligatorio amarla
En una entrevista que Edith Aron concedió a El País, dijo que Rayuela era un libro machista, aunque de primera instancia no se lo viera así. “Cuando empecé a recibir una correspondencia muy nutrida con respecto a Rayuela, descubrí que una gran mayoría de lectores eran mujeres, y eran mujeres que la habían leído con un gran sentido crítico, atacándola o apoyándola o reprobándola, pero de ninguna manera en actitud pasiva”.
Como todo es refutable, salvo la muerte, podría decirse que eso no impidió que por lo menos dos generaciones de mujeres hayan querido ser un poco parecidas, o acaso totalmente, a la Maga.
El viaje en barco, las caminatas errantes por París, para Cortázar sus encuentros reales con Edith Arón siempre habrían tenido, antes que otro la fuerza de un encandilamiento impulsivo y acaso platónico, para crear -desde aquella intelectual alemana en París- a esa criatura emblemática, adorable y misteriosa de la Maga.
La verdadera Edith Aron vivió después en un buscado anonimato. La última y discutible “Maga”, la que vino después de Aurora, murió a los 96 años de edad, en mayo de 2020 en Londres, se cree que a raíz de una neumonía causada por el coronavirus.
Edith Aron / La Tercera
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