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Una ola de calor inédita en mayo llevó las temperaturas islandesas a niveles históricos y aceleró el deshielo en el ártico
Se encontraron tres ejemplares del insecto / Web
Una cuerda empapada en vino tinto y azúcar, colgada en el patio de una casa en los alrededores de Reikiavik, Islandia, fue la trampa perfecta. Bjorn Hjaltason, un aficionado a los insectos, había tendido ese lazo rojo en la penumbra para atraer polillas. Lo que encontró, sin embargo, fue algo que nunca había visto: un insecto más delgado, de alas transparentes y zancudas, suspendido en la tela como una diminuta advertencia.
Esa noche de octubre, cuando las temperaturas aún conservaban el eco cálido del verano más intenso en la historia de Islandia, Hjaltason tomó una foto y la envió al entomólogo Matthias Alfredsson, del Instituto de Ciencias Naturales. Horas después, el científico viajó hasta allí para confirmar lo impensado: Islandia, uno de los últimos rincones del planeta sin mosquitos silvestres, acababa de perder su inmunidad. Lo tan conocido en esta parte del mundo, llegó a uno de los lugares más gélidos del planeta.
En total eran tres: dos hembras y un macho. Tres cuerpos que bastaron para escribir un nuevo capítulo en la historia natural del país.
Hasta ese momento, Islandia compartía con la Antártida el extraño privilegio de no tener mosquitos. El frío extremo, la falta de agua estancada y un ecosistema austero habían sido, durante siglos, su mejor defensa. Pero en 2025, cuando los termómetros marcaron 26,6 grados en el aeropuerto de Eglisstaðir —la temperatura más alta registrada en mayo—, la ecuación empezó a torcerse.
“Es la primera vez que se encuentran mosquitos en la naturaleza islandesa”, confirmó Alfredsson en un comunicado. Los especímenes fueron identificados como “Culiseta annulata”, una especie capaz de soportar largos períodos bajo cero y habitual en otras zonas del norte de Europa. Un mosquito resistente, preparado para sobrevivir a inviernos que ya no son lo que eran.
Para algunos, podría tratarse apenas de turistas alados, pasajeros accidentales llegados en contenedores o aviones. Para otros, el preludio de una nueva población que podría adaptarse con rapidez. “El número de insectos aumenta con el incremento del calor”, explicó Gísli Már Gíslason, profesor emérito de la Universidad de Islandia. “Con el aumento de las temperaturas, hay más oportunidades para que especies de zonas más cálidas colonicen Islandia.”
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Islandia: la isla del fuego y del hielo, empieza a ser también, la isla del deshielo / Freepik
El país nórdico lleva décadas viendo cómo su fauna cambia al ritmo del termómetro. Los jejenes, por ejemplo, aparecieron hace apenas diez años; hoy están en todo el territorio. Los glaciares, en cambio, desaparecen. El Okjokull, uno de los más antiguos, se derritió por completo en 2019. Las plantas autóctonas retroceden, los veranos se estiran, los inviernos se achican.
En ese contexto, el hallazgo de tres mosquitos puede parecer insignificante, pero en realidad condensa una transformación más amplia. Islandia, la isla de fuego y hielo, empieza a ser también la isla del deshielo. Donde antes el silencio se imponía, ahora se escucha el zumbido leve de una especie que viaja con el calor.
Es la primera vez en la historia que se encuentran mosquitos en la naturaleza islandesa
El entomólogo neerlandés Bart Knols, fundador de “MalariaWorld”, lo resumió sin dramatismo pero con precisión: “No debería sorprendernos que aparezcan mosquitos en lugares muy extraños”. En su voz hay una mezcla de asombro y resignación. Porque cada vez hay menos “lugares extraños”: el mapa del mundo se está uniformando a fuerza de grados centígrados.
El propio Hjaltason, que durante años jugó a ser cazador de polillas, se encontró de golpe en el centro de un fenómeno planetario. “La última fortaleza parece haber caído”, escribió en una publicación en redes. Su hallazgo fue casual, pero también sintomático: la ciencia se construye muchas veces desde la curiosidad doméstica, desde un gesto mínimo que revela lo invisible.
Aún no se sabe si sobrevivirán otras generaciones y si realmente podrán reproducirse
En los laboratorios del Instituto de Ciencias Naturales, los tres mosquitos están ahora guardados en un congelador, en frascos transparentes. En esa cápsula helada se conserva la evidencia de un cambio. No se sabe si sobrevivirán otras generaciones, si realmente podrán reproducirse en los veranos islandeses. Pero su mera aparición ya es suficiente para modificar el relato: ningún rincón del planeta está completamente a salvo del calentamiento global.
Los científicos creen que los insectos pudieron haber llegado desde el puerto de Grundartangi, a unos pocos kilómetros del jardín de Hjaltason. Los barcos, contenedores y aviones se convirtieron en los vehículos perfectos para las especies errantes del siglo XXI. La globalización, sumada al cambio climático, borra las fronteras naturales: las mismas rutas que traen turistas y mercancías también transportan semillas, esporas y mosquitos.
La combinación de calor récord y tránsito global forma una ecuación inquietante. Islandia, ese país que hasta hace poco podía presumir de estar libre de zumbidos, ahora escucha en sus noches templadas el eco de un sonido universal.
Los expertos advierten que aún es temprano para saber si la “Culiseta annulata” podrá establecerse de forma permanente. Harán falta meses de observación, sobre todo cuando regrese la primavera. Pero el símbolo ya está ahí: tres insectos diminutos convertidos en termómetros biológicos, en emisarios de un cambio más vasto.
Quizás, dentro de algunos años, nadie recuerde a Bjorn Hjaltason ni su cuerda de vino. Tal vez los mosquitos pasen a formar parte del paisaje islandés, como las ovejas o las auroras boreales. O tal vez no sobrevivan al invierno. Lo cierto es que el hallazgo deja una lección difícil de ignorar: hasta los lugares más fríos tienen un punto de fusión.
En un país acostumbrado a pensar en términos de hielo, el descubrimiento de tres mosquitos parece casi una fábula contemporánea. Una historia mínima que condensa la escala del mundo moderno: basta un par de alas para recordarnos que el planeta ya no es el mismo.

Fueron identificados como “Culiseta annulata”, una especie que se adapta al frío / Web
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