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Las monjitas que aterrorizaron las noches de Berisso, en una novela de reciente edición. Los enanitos verdes, platos voladores y las paredes que chorreaban sangre
La placa de “La Zona 72” donde aseguran que hubo un avistamiento de OVNI el 8 de abril de 2017 / Gonzalo Calvelo
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
El protagonista de esta historia recorre de noche con su auto la calle Puerto de Berisso y de pronto ve en esa cuadra, “al final del pasillo de niebla que trazaban los faros, un figura difusa que avanzaba por la mitad de la calle. No debía medir más de un metro. Llevaba un atuendo oscuro, similar al que usan los monjes. Con la capucha puesta y la cabeza gacha, no se le alcanzaba a ver la cara. En vez de caminar, levitaba sobre el asfalto. Y venía directo hacia mí”.
Así dice la novela de Juan Andrade (1975- ) de reciente edición, titulada El vástago liminar (Editorial Malisia, 2025), que habla de las “monjitas del Espacio”, un episodio que aterrorizó a los vecinos de Berisso en 1990, trasladado a un libro que busca descifrar el enigma de las famosas monjitas que atrajeron primero a la prensa local y luego a la nacional.
Ese episodio vertebral de la novela se sumó a una sucesión de mitos, misterios y leyendas que atravesaron la Región de punta a punta en las pasada décadas del 80 y el 90. Un cronista de este diario buscó en su momento, en las noches cerradas, a las pequeñas religiosas revestidas de una luz que, según vecinos, llenaban de pánico al barrio SUPE de Berisso.
La monjita no se detuvo, se desvió a la izquierda, sigue el relato “y quedó bañada en una claridad surrealista, pero ni aún así alcancé a ver dentro del enigmático óvalo negro de la capucha. Pude apreciar la textura de la tela, una especie de arpillera negra o marrón oscura que formaba pliegues debajo de los brazos y entre las piernas. Los pies estaban tapados o quizá no los tenía, no los necesitaba para moverse. Bordeó el auto y al llegar a la altura de la rueda levantó apenas la cabeza, como si recién entonces me registrara. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Empecé a temblar”.
La prosa de Andrade es directa y sustantiva. El relator que en la novela se llama Diego le transmite confusión y miedo al lector, por la naturalidad con que describe algo que está más allá de toda lógica. La pequeña monjita voladora le parece ya un ser incomprensible, literalmente extraterrestre. La criatura pasa flotante y lenta al lado del auto y de repente “giró su cabeza y un ruido blanco estalló en la cabina”.
Cuando en esa negra noche berissense terminó aquella aparición, dice el protagonista que “yo tambaleaba como si hubiera sucumbido a un repentino ataque de fiebre. El murmullo de la radio volvió a la normalidad, pero yo lo escuchaba lejano desde las profundidades del pozo en el que había caído. Estaba aturdido, vacío. Acababa de sufrir una violación que a la vez me había vaciado por dentro con una violencia extractiva, un saqueo de todo lo que había de humano en mí”.
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Y ahora Andrade, en una reciente entrevista le explica este cronista: “Cuando empecé escribir de muy joven arranqué con relatos. Quería escribir cuentos de terror y así fue que esta novela empezó como cuento, pero luego me vi abducido por una la historia más desarrollada, que tomó forma de novela. Creo que se trata de una mezcla de ciencia ficción y terror y que forma parte, supongo, de la reciente literatura del yo, porque tiene también algo de autobiografía. En mi caso, como soy de Berisso, crecí escuchando historias de inmigrantes y de algún modo esas historias también me inspiraron”.
A mediados de 1986 un organista platense, de apellido en latín, informó a Redacción que en la cuadra de 54 entre 21 y 22 había una casa cuyas paredes chorreaban sangre.
Como es de imaginar, se envió a un cronista con fotógrafo que, al llegar al lugar, lo primero que vieron fue a decenas de vecinos frente a ese domicilio tratando de ingresar o de informarse sobre lo que ocurría.

Juan Andrade, escritor
Le llamaron la “casa sangrante” y la gente dijo haber visto como ríos de sangre mansa que vertían las paredes. El organista se encontraba en la vereda y avalaba a quienes confirmaban esa versión.
Las especulaciones eran generosas y abarcaban un amplio espectro, ya que iban desde un homicidio hasta un milagro. Por su parte, cuando el debate arreciaba, el organista bregaba por imponer su tesis de que en ese lugar había sido vista días antes la Virgen de la Rosa Mística. Poco tiempo después los propietarios se mudaron y allí se construyó un edificio de departamentos. Así pasa con la gloria del mundo, es efímera.
Las “monjitas del Espacio”, un episodio que aterrorizó a los vecinos de Berisso
En noviembre de 1983 una docente ingresó a la Redacción de El DIA, abrió su bolso y dijo que “de esta de esta cartera que tenía sobre el escritorio del aula, salieron ayer dos enanitos verdes… Los vimos todos”. De inmediato se tomó su nombre y en forma discreta y telefónica se consultó al entonces ministerio de Educación bonaerense, desde donde se confirmó que esa mujer atribulada, en efecto, era docente y además directiva de una escuela en Villa Montoro.
Allí empezó una historia que convulsionó al país. En pocos días había miles de personas –además de vendedores ambulantes de panchos, gaseosas y choripanes- buscando enanitos verdes en forma afanosa. Vestían ropa de un verde más claro que el pasto. Estaban en la zona boscosa de ese barrio.
Entre los arribados apareció el inefable periodista de TV, José de Zer, que corría de aquí para allá buscando a los gnomos. De Zer jadeaba y le pedía a su camarógrafo “seguime Chango, seguime”. Pero se decía que, por su ínfima estatura, los enanitos tenían gran facilidad para ocultarse entre los arbustos.
De pronto se detecta que existe una ilusionada legión de varones y mujeres, hambrientos de fantasías que para ellos no son tales ya que se vuelven realidades tangibles. Los periodistas encendían sus cámaras, hamacaban sus micrófonos o se frotaban las manos y empezaban a teclear sobre las viejas Remington y entre todos creaban un universo maravilloso, una patria para ingenuos y soñadores. ¿O era todo verdad?

La mañana del 15 de noviembre de 1986, Luis Fersko y su esposa Cipriana se despertaron con una escena escalofriante / Web
En esas dos décadas se forjó una cadena de apariciones. Sátiros en el Barrio Norte, en Ringuelet, humanoides que se parecían a Robocop, monstruos que vivían bajo las aguas de la laguna del Aeroclub. Y en los barrios una galaxia de brujos.
A su vez los cielos de Tolosa, de Los Hornos, de La Granja se llenaban de Ovnis con forma de cigarro o de plato de sopa con ventanas luminosas que giraban. En su casa lindera al ferrocarril Roca, un famoso “ufólogo” había montado en la cocina un sistema infalible para captar platos voladores, formado por una antena de TV en el techo conectada por un cable a una heladera Columbia y a un ruidoso reloj despertador de marca checoslovaca. Cuando por arriba sobrevolaba un Ovni, se disparaba la alarma del despertador. A principios de los 90 un cronista de este diario le preguntó si el paso reiterado del Ferrocarril Roca a metros de su vivienda no interfería con su radar espacial, pero aseguró que el sistema era “sólo sensible a los Ovnis” y a los mensajes que llegaban desde planetas distantes.
A mediados de esa misma década un novio platense dijo “no”, cuando el sacerdote le preguntó durante la ceremonia de matrimonio si se quería casar con la novia. El escándalo fue formidable. Decenas de párrocos debieron dar seguridades de que en su templos no había pasado eso. La Plata era un hervidero de mitos. Aparecían casas embrujadas aquí y allá.
El “Cristito” que tenía llagas en las manos y que hablaba en una lengua muerta, el Hombre-Gato, las casas embrujadas, los temibles personajes que vestían de negro. De pronto nuestra zona fue una cantera de mitos y creencias.
En el caso de La Plata se sabe que nació geométrica, de un plano. Sus calles no tienen curvas, sólo ángulos rectos y diagonales. La identidad platense quedó condicionada por una Universidad rigurosa. Sin embargo, en la noche misma del día de su fundación había recibido la visita de la “Bruja de Tolosa”, que danzó alcoholizada y soltó maldiciones eternas contra el fundador Dardo Rocha junto a la piedra fundamental.
Después, acaso, según dice algún investigador, la población también quiso sacarse ese chaleco de perfecta racionalidad con que la marcaron a fuego y buscó la magia, el misterio, la ficción que siempre tiene curvas y es más compasiva que la realidad. Y mientras tanto, en Berisso aparecieron las pequeñas y terroríficas “Monjitas del Espacio”.

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