

Representación de Juan Manuel de rosas, figura controversial de la historia argentina / Web
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Representación de Juan Manuel de rosas, figura controversial de la historia argentina / Web
ESCRITA Y PUBLICADA POR ANDRÉS RIVERA EN 1996
“EL FARMER”: LA VEJEZ DE UN POLÍTICO OLVIDADO
Andrés Rivera publicó “The Farmer” en 1996, y con ella propuso una operación literaria particular: tomar a Juan Manuel de Rosas -uno de los personajes más discutidos de la historia argentina- y situarlo fuera del escenario político, convertido en un granjero solitario en Southampton, Inglaterra, donde realmente vivió sus últimos años. La novela no es una biografía, ni un panfleto, ni una reivindicación. Es una reconstrucción ficcional, estilizada, contenida, del pensamiento de un Rosas en ruinas, que rumia su pasado en silencio.
Rosas ya no es el Restaurador de las Leyes. Es un viejo que camina por el campo, que ordena tareas a los peones ingleses, que ya no manda ni decide sobre otros. En este escenario, Rivera le da una voz interior austera y lúcida, que repasa fragmentos de su vida política con una mezcla de resignación, dureza y pudor. No hay épica. Tampoco hay confesión. Lo que hay es lenguaje. Porque si algo se juega en esta obra es el conflicto entre la historia y la lengua: Rosas, en Inglaterra, habla un inglés pobre, pero su memoria piensa en castellano, y recuerda las órdenes, los decretos, los combates, las traiciones.
Rivera construye una prosa seca, contenida, con frases cortas, casi sin adjetivos. Esto no es un capricho estético: la sequedad refleja la erosión del poder, el paso del tiempo, la desnudez del desterrado. Lo que se sugiere es que todo poder -por vasto que haya sido- termina reducido a una serie de recuerdos privados, a una conciencia que no encuentra interlocutores. En esa intimidad, Rosas aparece solo, pero no arrepentido: simplemente fuera del tablero.
Una de las decisiones más singulares del libro es el uso casi exclusivo del monólogo interior. No hay diálogos ni escenas con dramatismo. Hay pensamientos, dudas, evocaciones. La historia grande (los enfrentamientos con Lavalle, la batalla de Caseros, la relación con Manuelita, la figura de Urquiza) aparece desmenuzada, a veces como eco. “The Farmer” es, entonces, un ejercicio de desmitificación por desplazamiento: Rivera no confronta el mito de Rosas, sino que lo sitúa en el tiempo de la decadencia, en el tiempo del olvido.
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Esta novela propuso una alternativa: no disputar el sentido de Rosas desde la militancia, sino desde la literatura. En ese movimiento, el personaje deja de ser solo una figura política para convertirse en una voz, en un cuerpo envejecido, en una mente que traduce su historia mientras cava la tierra. “The Farmer” es una meditación sobre el exilio, pero también sobre la escritura: cómo se narran los vencedores y los vencidos, cómo una lengua extranjera puede ser la última prisión de quien fue símbolo del poder absoluto.
OBRA DE ESTEBAN ECHEVERRÍA
“EL MATADERO”, UNA ALEGORÍA BRUTAL DE LA DIRIGENCIA DEL GOBERNADOR
“El matadero” es uno de los relatos más estudiados y debatidos de la literatura argentina. Esteban Echeverría, su autor, lo escribió durante el primer gobierno de Juan Manuel de Rosas, aunque no lo publicó en vida. Apareció recién en 1871, mucho después de la caída del Restaurador, como parte de una estrategia de los sectores liberales para consolidar una versión de la historia: la suya. Pero más allá de la intención política, el texto funciona como un artefacto literario de enorme potencia.
La escena es sencilla y brutal: en un matadero de las afueras de Buenos Aires, durante Semana Santa, se degüellan animales para alimentar a una población hambrienta por las restricciones impuestas por el clima. En medio de esa carnicería aparece un joven unitario que, por error, es llevado al lugar. Lo que sigue es una escena de tortura, humillación y violencia que termina con su muerte. No hay juicio, no hay justicia. Solo sangre y burla.
Echeverría construye un espacio alegórico. El matadero no es solo un lugar físico, sino un microcosmos político. Cada personaje representa algo: los carniceros, la chusma, el juez de paz, los niños, el unitario. Rosas no aparece como personaje, pero su figura lo domina todo: está en los gritos de “¡Viva el Restaurador!”, en las cintas rojas obligatorias, en la lógica de dominación. El relato busca mostrar cómo el poder se infiltra en lo cotidiano, cómo la violencia se vuelve norma, cómo el pensamiento opositor es castigado con la muerte.
Desde lo formal, el cuento mezcla descripciones realistas con pasajes de una violencia grotesca, casi caricaturesca. La sátira convive con el horror. Hay un uso estratégico de lo escatológico, lo crudo, lo visceral. El joven unitario, por ejemplo, es descrito como puro, racional, civilizado; en contraste con la masa ignorante, fanática, bárbara. Esta dicotomía responde a la clásica división civilización/barbarie que dominaría el siglo XIX argentino.
El valor de “El matadero” no está solo en su denuncia política, sino en su estructura literaria: es un texto breve, denso, simbólico, que prefigura el camino de la literatura argentina como campo de disputa por la memoria. Aunque escrito desde el exilio, en condiciones precarias, el relato supo convertirse en piedra angular de la narrativa nacional. Su influencia es visible en autores posteriores, desde Sarmiento hasta Borges, y sigue siendo materia obligada de debate.
En definitiva, “El matadero” no pretende ser imparcial. Es una denuncia, una imagen hiperbolizada de un régimen, una advertencia sobre lo que ocurre cuando el poder se ejerce sin límites. Pero es, sobre todo, literatura: un intento de narrar lo innombrable desde una forma nueva, capaz de incomodar y perdurar.
Esteban Echeverría
“FACUNDO”, EL ESPEJO DONDE SARMIENTO DEFINE A ROSAS
Publicado en 1845, durante su exilio en Chile, “Facundo o Civilización y barbarie” es uno de los textos clave de la literatura y el pensamiento político argentino. Escrito por Domingo Faustino Sarmiento, combina géneros (ensayo, biografía, crónica, panfleto) y despliega una mirada totalizadora sobre el país. Aunque su protagonista explícito es el caudillo riojano Facundo Quiroga, el verdadero objeto de ataque es Juan Manuel de Rosas, en el poder al momento de la escritura.
Sarmiento propone una tesis ambiciosa: que los problemas de la Argentina se explican por la oposición entre civilización y barbarie. Esta dicotomía atraviesa todo el texto. La civilización está representada por Europa, el progreso, la educación, las leyes. La barbarie, por el desierto, los gauchos, los caudillos, la violencia. Facundo encarna esa barbarie, pero también la energía popular que, bien encauzada, podría haberse transformado en fuerza constructiva. Rosas, en cambio, representa la barbarie organizada, institucionalizada.
El texto no se limita a narrar hechos. Es una interpretación del país. Sarmiento recurre a anécdotas, descripciones geográficas, análisis sociales, fragmentos de historia natural, escenas de vida cotidiana. Todo se articula para construir un relato donde el país parece dividido entre dos destinos: uno posible, moderno, republicano; otro trágico, autoritario, atado al pasado.
Rosas aparece como figura ominosa: el restaurador que controla la prensa, impone símbolos, persigue opositores. Aunque no es el foco narrativo, su sombra domina cada página. Para Sarmiento, Rosas es el resultado de un fracaso colectivo: la incapacidad de organizar la nación tras la independencia. En ese sentido, “Facundo” es tanto una crítica como un proyecto. El autor busca convencer a sus lectores de que la única salida es la educación, la inmigración, la conexión con el mundo civilizado.
Desde lo literario, el libro rompe con las formas clásicas. Es apasionado, retórico, contradictorio. Tiene momentos de gran lirismo y pasajes abiertamente ideológicos. Esa tensión entre lo narrativo y lo político le da una fuerza particular: no pretende ser imparcial, sino persuasivo. Y en ese gesto, inaugura un modo de escritura que será característico de gran parte del ensayo latinoamericano.
Hoy, “Facundo” se lee tanto como documento histórico como obra literaria. Su influencia es indiscutible: ayudó a moldear la imagen de Rosas durante generaciones, a consolidar la oposición entre interior y capital, entre campo y ciudad. Pero también abrió un camino para pensar la nación desde la escritura. En ese gesto, Rosas no es solo un personaje, sino un símbolo: el de aquello que debe ser narrado para ser vencido.
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