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Séptimo Día |ESTO QUE PASA

La necesidad tiene cara de enojo

Por PEPE ELIASCHEV

La necesidad tiene cara de enojo

Moyano en el despacho presidencial cuando se firmó el acuerdo salarial para el gremio de los camioneros

15 de Mayo de 2011 | 00:00

Tal vez sea injusto calificar a esa conducta de "histeriqueo"; tampoco sería correcto agraviar su investidura presidencial. De todos modos, este "si, pero no" que viene emitiendo Cristina Kirchner ya confunde a pocos: la Presidenta quiere seguir viviendo en la residencia de Olivos hasta diciembre de 2015 y también desea seguir yendo al trabajo en helicóptero. Sus efusivos conceptos del jueves en el municipio de José C. Paz, cuando zamarreó de malas maneras las prepotencias ya insufribles de "moyanolandia", ofrecen la posibilidad de una doble lectura, aunque lo primero que debe decirse es que la gobernabilidad argentina sigue siendo esencialmente una cuestión de palabras más que el resultado de hechos.

La Presidenta habla y es noticia. La entera sociedad y sobre todo la colectividad periodística giran en torno de hechos dialécticos (Cristina dijo, Moyano replicó, fulano "se mostró" con mengano, perengano le hizo un "guiño" a zutano), poco homologables con la desnuda realidad de fenómenos fehacientes.

Hecha esta salvedad, que apunta a la evidencia de un país demasiado charlatán, parece evidente que si la ira de la Presidenta se concentra en Moyano, las razones de esa crispación responden a, por lo menos, dos grandes causas. La primera de ellas es que el Gobierno tiene razones de peso para sentirse exhausto de los cotidianos aprietes callejeros y públicos en medio de los cuales vive este país, muchos de ellos protagonizados por el mismo aparato sindical alimentado, preservado y exaltado por Néstor y Cristina Kirchner. La otra es que la actual queja de la Presidenta contra Moyano y los suyos tiene mucho de novedad.

A veinte semanas de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Cristina paladea una amarga medicina, porque sabe que, como proclamó el zigzagueante gobernador de Salta, José Miguel Urtubey, el jefe camionero es un piantavotos. El enojo de la Presidenta es en consecuencia función directa de su negada vocación reeleccionista.

Nada nuevo en el peronismo, se dirá. Efectivamente, las tensiones intrínsecas en el dispositivo justicialista son poco menos que eternas, marcando una suerte de balanceo casi ritual, acercarse y alejarse, exigir y conceder, o pedir y ser rechazado. Hoy, a 140 días de la primera vuelta electoral, hay unas papas que queman en el reducto presidencial y, por ello, las necesidades son otras. Pero hace pocas semanas, el 31 de marzo, la mesa fue tendida en la Casa Rosada para un hecho inusual y único, exclusivo privilegio de Moyano. Ese día, la Federación Argentina de Entidades Empresarias del Autotransporte de Carga (Fadeeac) firmó el acuerdo salarial 2011 con Hugo Moyano en la propia sede del poder político argentino.

El Gobierno, que insiste en que la inflación es del 9% anual, sirvió de escenario para que los camioneros se llevaran un aumento del 24%, definido como "importante" por la parte empresaria, totalmente remunerativo e incorporado a los básicos de convenio.

Aún cuando el convenio firmado por Moyano delante de Cristina estipula que "bajo ningún punto de vista" el sindicato podrá pedir sumas adicionales hasta el 30 de julio del 2012, cuando vence la paritaria, los tironeos empezaron en seguida y ya para mediados de abril se pedía un "plus" desde "moyanolandia". ¿Qué pasó entre ese luminoso 21 de marzo en la Casa Rosada y el furioso 12 de mayo en José C. Paz, cuando Cristina se "alfonsiniza" sugestivamente y trata de mentiroso a un Moyano al que acusa de hipócrita, porque dice apoyarla pero fogonea cuanto reclamo mejore su ya colosal poder en el imperio sindical argentino?

URGENCIAS

Nada demasiado misterioso: las urgencias de una campaña electoral que para el oficialismo parecen empapadas de esperanza, pero preñadas de inquietud. La Casa Rosada teme una segunda vuelta. En ballotage, la primacía insuficiente del Gobierno en la primera vuelta abriría las puertas a una reconfiguración imprevisible.

El Gobierno nunca ha ocultado sus preferencias, ni tampoco ha disfrazado la naturaleza de sus valores político-ideológicos. Aquel 31 de marzo, cuando el referente patronal del sector camionero salía de la Casa Rosada, dejando en su interior el sabor de dulce victoria de la alianza sindical kirchnerista, sus palabras fueron memorables: "Cristina Kirchner se puso muy contenta y estaba conforme, porque en las negociaciones no hubo ningún inconveniente, no hubo asambleas en ninguna empresa y todo se concretó con absoluta seriedad". La frase clave, que debería ser estudiada a fondo por las falanges universitarias y académicas que exaltan lo que ven como un gobierno "progresista" es ésta: "no hubo asambleas en ninguna empresa".

El kirchnerismo siempre amó abiertamente las resoluciones de los conflictos en el enrarecido aire de las cúpulas. En ellas ha nacido; la militancia que hoy se multiplica en oficinas públicas y provinciales y reporta al oficialismo es un fenómeno esencialmente construido de arriba hacia abajo, como enseña Beatriz Sarlo en sus ensayos más recientes. Eso es concreto; alérgico al desorden que no manipula, el Gobierno ahora exhibe frialdad y enojo con Moyano, una persona de modales gruesos, pero que siempre fue lo mismo. No nació de un repollo, ni se "radicalizó" hace pocas semanas. Moyano es el de siempre, el que se alineó con Adolfo Rodríguez Saá entre 2001 y 2003, y el que arrojó océanos de nafta al incendio social argentino entre 1999 y 2001. Es también el que en los años oscuros y sangrientos de la década del '70 militaba en los grupos más belicosos de la ultra derecha nacional-peronista de Mar del Plata.

CONVENIENCIAS

Pero lo cierto es que la Presidenta, alegando razones que no conviene tomar totalmente al pie de la letra, ha salido a pararle un poco el carro a Moyano. A ella la mortifica que Santa Cruz siga aquejada de ingobernabilidad como producto de una agitación sindical que no cesa y no parece reconocer límites. Los reclamos de los docentes de esa provincia son legítimos, pero ¿puede un país serio avalar que maestros en huelga reclamen aumento de salarios bloqueando pozos petroleros?

El famoso chancho y el que le da de comer: los bloqueos son marca registrada del moyanismo y el Gobierno jamás los descalificó de modo efectivo, ni mucho menos se decidió a desactivarlos. De hecho, el cronograma cotidiano se cortes, acampes, escraches, tomas y bloqueos es asfixiante en la ciudad de Buenos Aires. Nadie diría que ésa es la geografía social provocada por ocho años de éxitos oficiales en la lucha contra la pobreza.

Doliente por frío despecho del cacicazgo sindical, la Presidenta comienza ahora a mutar tonos y preocupaciones: ¿quiere llegar al 23 de octubre o se prepara para un folklórico y melodramático "renunciamiento"? La Argentina ama danzar al compás de comedias que tienden a convertirse en tragedias.

www.pepeeliaschev.com

En twitter: @peliaschev

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