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El auge de jugar a la guerra

Sin quitarse la máscara y con balas de pintura, cada vez son más los que experimentan el fenómeno del paintball, una simulación de guerra entre dos equipos. Hace dos años se abrió el primer campo en nuestra región. Ahora ya hay cuatro que ofrecen sus terrenos para despedidas de solteros, cumpleaños y hasta para empresas que “entrenan“ a sus empleados

El auge de jugar a la guerra

En los pastizales linderos al camino Belgrano y 19, todas las semanas decenas de fanáticos se juntan para recrear un conflicto bélico imaginario

9 de Marzo de 2008 | 01:00
Enmascarado, vestido de fajina y escondido detrás de un cañaveral, con el barro hasta la rodilla, Andrés Brandoni sostiene su ametralladora de marcado y medita un instante antes de disparar. Siente la adrenalina, casi que la puede oler en el aire. El peligro parece estar en todas partes y Andrés se imagina en un punto estratégico de alguna batalla del Golfo Pérsico o de algún combate en la selva vietnamita. En realidad, se imagina en un lugar bien lejos de donde se encuentra realmente: en un campo de los Talas, en Berisso. El hechizo se rompe en mil pedazos cuando una bala -una bola de pintura, a decir verdad- le impacta contra la máscara y lo manda sin protestar a la zona de bajas, donde deberá esperar unos minutos para volver a entrar en combate y asumir, una vez más y a fuerza de imaginación, que lo suyo no es un juego sino una peligrosa misión al mejor estilo de la película Pelotón.

Pese al furor que generan las simulaciones de guerra aquí y en el mundo, no son pocos los que se preguntan por qué un grupo de adultos se junta para dispararse pintura como si fueran soldados de algún país en guerra. En realidad, son simples jugadores de paintball, un juego -para muchos un deporte- en el que se simula un combate entre dos equipos que se disparan bolas de pintura con una marcadora, una especie de pistola de aire comprimido pero que funciona con una garrafa de CO2. Todo aquel que es impactado queda fuera de combate. Al menos por unos minutos.

"Para entenderlo hay que jugarlo", resume Fernando Llanos, uno de los encargados del paintball Aborigen Urban ubicado en 514 entre 19 y el camino Belgrano. En esas cuatro manzanas pobladas de obstáculos y pastizales, dos veces a la semana más de medio centenar de personas se junta para hacer durante tres, cuatro o seis horas algo que les reaviva una pasión casi infantil: jugar a la guerra.

"Todos los juegos cuentan con un árbitro que determina los tiempos de la misión y que verifica que no haya faltas como quitarse la máscara, algo que siempre está prohibido -explica Llanos-. En La Plata el paintball empezó hace dos años con un solo campo de práctica y ahora ya hay cuatro. Es tan adictivo que lo quieren jugar todos. Acá recibimos cumpleaños, despedidas de solteros y hasta empresas que nos contratan para que sus empleados puedan, por intermedio del juego, reforzar sus vínculos como grupo".

Promocionado básicamente a través de la Web, el juego-deporte cuenta con características para todos los gustos. Para los que buscan el simple placer de la competencia recreativa existe el speedball, una modalidad en la que equipos de entre cinco y diez personas se enfrentan en un terreno pequeño con el objetivo de alcanzar la bandera clavada en las líneas enemigas.

Distinto es el espíritu del recball o paintball recreacional, en donde la imaginación de los participantes es lo que marca las pautas del juego. Aquí aparecen las misiones estratégicas y, con ellas, los obstáculos del terreno. "Los objetivos pueden ir desde capturar la bandera del equipo contrario hasta reproducir batallas históricas -cuenta Sebastián Ponce, otro de los encargados del paintball Aborigen Urban-. Siempre depende de la cantidad de jugadores y de las posibilidades que brinda el terreno. Una vez, en las playas de Villa Gesell, cientos de jugadores recrearon el desembarco de Normandía. Y fue una experiencia única, increíble".

En el paintball hay distintos niveles de complejidad. Los Big games, por ejemplo, son partidas que pueden durar de seis horas hasta el día entero, incluyendo la noche en algún paraje inhóspito. "Nosotros organizamos competencias nocturnas -dice Llanos-, pero sólo para jugadores profesionales que ya conocen el terreno".

Para Ponce, que pasó de jugador fanático a organizador de eventos en poco tiempo, en el último año el paintball "derribó algunos preconceptos que existían en un principio. Nuestro país tiene una historia militar bastante triste, y hubiese sido imposible que en la década del ochenta las personas se disfracen de soldados para simular una guerra".

Aunque los hacedores del paintball prefieren no encasillar las edades de los jugadores ni trazar un perfil determinado de ellos, el promedio de edad aquí en la Región está entre los 22 y los 35 años. Muchos son jóvenes con trabajos sedentarios, y no son pocos los que llegan a calzarse la ropa de fajina después de haber pasado largas horas frente a la computadora jugando juegos en red como el famoso Counter strike. "Incluso algunos quieren seguir jugándolo pero en escenarios reales", apunta Ponce, para quien el furor por los juegos de guerra ciberespaciales "también sirvió de influencia para que el paintball pudiera explotar como moda". ¿Hay mujeres? Pocas, aunque muchos ya se animan a aventurar que la presencia femenina será más fuerte en poco tiempo. "Es cuestión de costumbre -opina Llanos-. Las mujeres que se animan después quieren volver. Le pasa lo mismo que a los hombres: se les hace un vicio".

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