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Bajar un cambio

Cada vez más familias jóvenes deciden dejar la ciudad y mudarse a zonas más alejadas y tranquilas. Muchos planifican nuevos barrios con grupos de amigos. Historias de gente que se resiste a que el ritmo de la modernidad dicte su destino

26 de Octubre de 2013 | 00:00

Por Marisol Ambrosetti

Con tal de tener parque, arboleda, el sonido de los pájaros al despertar y sobre todo “tranquilidad”, la palabra que más usan para hablar de las ventajas de sus barrios, unas 3.200 familias jóvenes prefirieron mudarse a barrios sin cloacas, gas natural, asfalto, internet, recolección de residuos ni agua de red. Así se vive, por ejemplo, en amplias zonas de Villa Garibaldi y El Rincón, en los dos extremos de esta ciudad que crece, cada vez más, por fuera del casco urbano, ese cuadrado prolijamente planificado por Pedro Benoit, que se supo ganar en 1889 una medalla en la Exposición Mundial de París en la categoría: “Ciudad del Futuro”.

El futuro es, ahora, mucho tiempo desde entonces. Y en este momento los platenses parecen huir del cuadrilátero ¿Los motivos? Por un lado, la burbuja inmobiliaria que lleva a las nubes el valor de un monoambiente en pleno centro o de una casita con jardín en los tradicionales barrios de Gonnet, City Bell o Villa Elisa y, por otro, el tipo de casa que más se acerca a los deseos de esas familias. Es que las parejas de entre 30 y 45 años, con hijos -aunque varios solitarios también-, se abren camino hacia el verde. Muchos lo hacen en grupo, con amigos que compran lotes en la misma zona. “Es que La Plata, el casco, te expulsa”, explica Andrea mientras toma mate frente a su mejor ventanal, en la esquina de 11 y 667: vista a una llanura verde desde donde se divisa el arroyo El Pescado, reserva natural de la Provincia y agua cristalina garantizada.

Además de Garibaldi y El Rincón, los vecinos con mayores ingresos y pretensiones, compraron, sobre todo en los últimos cinco años, en las manzanas que rodean el arroyo Rodríguez de Villa Castells, de 479 hasta 485 y de 13 bis hacia la autopista. El target más top prefirió la exclusividad del barrio San Carlos, en Hernández o de El Quimilar, en City Bell, donde los servicios no faltan a excepción de las cloacas. Eso sí, en Don Carlos, por ejemplo, un lote de 20 por 30 metros cuesta unos 87 mil dólares.

En todos los barrios se repite, con algunas variaciones, la misma frase: “Acá las casas crecieron como hongos en los últimos años”, dice Ariel Alvariz, de Garibaldi. “Acá las casas van brotando como champignones”, cuenta Patricia, del Don Carlos.

El rincón de los amigos

Para llegar a El Rincón desde el centro platense tenés que tomar el camino General Belgrano, reino de las lomas de burro, y doblar a la izquierda en la calle 426. Aunque bien podría declararse como el auténtico acceso rinconero a la “diagonal de pinos”: unos cien metros de calle asfaltada y angosta escoltada a izquierda y derecha por dos hileras de casuarinas. Un letrero ideado por los vecinos avisa: “Llegó a El Rincón. Baje un cambio”.

“Para mi esto era el culo del mundo”, dice Laura de Antueno, 36 años, profesora de Educación Física, casada y madre de dos nenas. Vive en El Rincón desde hace 6 años. “Veníamos de alquilar en City Bell y no sabíamos cómo iba a progresar este barrio”. Su único vecino era el hermano de su marido y alrededor, puro campo. Después, se mudó su otro cuñado con esposa e hijos y algunos amigos. Ahora se siente acompañada y aunque la falta de servicios no le parece nada ecológica, romántica ni hippie y le encantaría tener una conexión a Internet más rápida que la luz asegura: “Ni loca me vuelvo a City Bell, esta tranquilidad es impagable”.

Paula Castañeda es pionera en este barrio de calles de tierra atravesado por un arroyo de nombre alegre: Carnaval. Lo pueblan un mix de casillas de madera, casitas de material y, en los últimos seis años, viviendas más modernas y caras, con galerías, parques y piscinas.

Hace seis años que Paula, locutora, nacida en el sur, se mudó a El Rincón. Acababa de ganar un juicio y pensaba comprarse su primera casa. La ecuación fue sencilla: “Una caja de zapatos en el casco urbano de La Plata o mi casa, la que tengo: 70 metros cuadrados rodeados de parque, con posibilidad de tener a mis perras, desconectarme del ritmo de la ciudad después de mil hora de trabajo y sentirme en el paraíso. Obvio que no me costó decidirme”. Incluso sin auto. Así que caminaba tres kilómetros para llegar a la parada del micro en el camino Belgrano y, de ahí, tenía un viaje de 40 minutos hasta el centro. Lo hizo cinco años. Casi sin chistar. Después se compró un auto y sintió que el tiempo le sobraba.

El Rincón se extiende sobre unas 240 manzanas entre Arturo Seguí y Villa Elisa. Allí viven unas 5.500 personas, según los cálculos del delegado municipal, Darío Romero, que por estos días trabaja en el mejoramiento de calles, desde 438 hasta 442 y de 137 a 140. Dice que hasta hace una década allí no había Estado, que todo empezó a cambiar por la cantidad de gente que se instaló y que la inundación de 2008 empujó al municipio a intervenir. “No había apertura de calles, era todo bañados y campo, la nada misma”. Los que ya estaban eran los hippies. Romero recuerda que por los años ‘80 se instaló una comunidad formada por unas 50 familias de artesanos en busca de paz, amor y flower power. También aparecieron “los de La Pradera”, una sociedad anónima que compró parte de las tierras del Haras Firmamento, loteó y vendió pero, finalmente, quebró. Y vinieron los años de usurpaciones y descontrol en el reparto de tierras. Darío dice que “ahora la cosa está más ordenada y la intervención estatal se empieza a notar con el dragado del arroyo, la construcción de puentes y el tendido eléctrico propio”.

Pertenecer tiene sus privilegios

Si salís del centro de La Plata estás a diez minutos en auto del barrio Don Carlos, en Hernández. Tomás el camino Belgrano y justo en la República de los Niños doblás a la izquierda. Cruzás la avenida 25, pasás por la puerta del colegio Crisol y, a partir de la calle 132, empieza un conglomerado de unas 300 casas cúbicas; la mayoría en la gama de los marrones y los grises, protegidas con portones y muros que forman fachadas de unos 20 metros. Reina la pulcritud. Si bien no es un barrio cerrado funciona como si lo fuera. Un Consejo de Administración se ocupa de contratar personal de seguridad privada y unos changarines que cortan el pasto en la vía pública.

Los vecinos casi no se conocen entre sí. Cuando esta cronista toca timbre muchos atienden por el portero eléctrico. Algunos se disculpan pero insisten en que no les interesa dar un testimonio sobre cómo es vivir en ese barrio. Una mucama con uniforme dice que está sola, que la señora salió y cierra el portón que cubre un parque cuyo césped no tiene nada que envidiar a un campo de golf.

Lucía accede a dar su opinión pero no su apellido. Está casada, es arquitecta, tiene 33 años, un hijo pequeño en sus brazos tan blanco y rubio como la mamá. Dice que el barrio le gusta porque es tranquilo pero sobre todo “por el espacio”, que en la vida de Lucía, se ve, es muy importante: su casa tiene más de 500 metros cuadrados.

Patricia es mexicana, se mudó a una esquina generosa del barrio a la que tapió y pintó de amarillo. Atiende apenas asomada por la ventana. Dice que se mudaron a ese barrio porque, sin ser privado, tiene seguridad propia y se sienten más resguardados. Es extraño: son los más protegidos y los más asustados.

A diferencia de El Rincón o Garibaldi, en Don Carlos no hay gente en las veredas y el silencio cobra mayor densidad. En las calles, todas asfaltadas, no se oyen gritos de chicos, ni bocinas, ni el andar de un micro, ni el sonido de una radio. Hasta los autos parecen más silenciosos.

El punto justo

Si se busca un lugar propicio para disfrutar del verde, un poco de paz, pero a diez minutos del centro platense, Villa Castells se saca el primer premio. Pero ya casi no tiene nada que ofrecer. Las casas-hongo no paran de brotar. Y el barrio suena a obra en construcción pero también a pájaros y cortadoras de césped.

A menor escala se repite la arquitectura geométrica, minimalista y despojada. Cada vivienda parece un monumento a los ventanales.

Hace cinco años a Carina Kusminsky, psicóloga y dueña de un local de ropa italiana, se le presentó una oportunidad: dos lotes de 20 por 50 metros sobre la calle 484 a 18 mil dólares. Fue en 2008, cuando parte de City Bell se inundó. Carina observó que el arroyo que quedaba frente al terreno ni siquiera llegó a desbordarse. “Fue una señal”, se dijo, y compró los terrenos. Ahora vive allí con su hija adolescente en una casa que muestra con orgullo. “Está basada en la arquitectura de Luis Barragán, un mexicano que era un capo”. La parte social -living, comedor y cocina-, en plana alta y, abajo, las habitaciones. El frente es un derroche de colores: amarillo huevo, violeta, verde y naranja. “Este es mi lugar en el mundo”, dice Carina satisfecha.

La mayor parte de los vecinos de este sector de Villa Castells son jóvenes familias. Parejas de entre 30 y 45 años que se ayudan y se conocen. “Acá no tenemos miedo, no pasa nada y no es careta”, agrega esta psicóloga de 38 años sentada en su terracita con vista al campo y a su piscina a punto de inaugurar la temporada de verano.

Lo mismo piensa Agustín Viñas, un ingeniero civil de 35 años que recién ahora empieza a construir en el barrio. Es sábado a la tarde y piensa en cómo convencer a su mujer de mudarse a Villa Castells. Es que ella nació en Capital y desde hace cuatro años viven juntos en Parque Patricios. “No quiere saber nada porque no hay negocios cerca, ni micros, ni cloacas, pero a mi me encanta; encima tenemos un nene de 4 años, imaginate: acá sería mucho más feliz”, argumenta como si le estuviera hablando a ella. Recuerda que en 2006, cuando compraron el terreno a 50.000 pesos, la manzana tenía cuatro casas. Ahora ya son 15 y los precios de los lotes suman varios ceros más.

En el sudeste

Cuando la avenida 7 llega a su fin por el sudeste del Gran La Plata, a media hora del centro platense, comienza uno de los barrios de Villa Garibaldi que más creció -con una dinámica un tanto anárquica-, en los últimos años.

Es un viernes primaveral y el sol pega fuerte en las calles de tierra seca que no ahorran en pozos. Son decenas las casas en construcción. Algunas llevan el letrero y hasta los teros del Procrear. Los chicos andan sueltos, a los gritos y a las corridas. Los albañiles revocan con la radio de fondo. Adrián Tricolone tiene 41 años y hace ocho que vive en 11 y 666. Su casa se llama Tres deseos: “Uno por cada hija”, explica. Cuando él y su mujer decidieron construir buscaron precio y tranquilidad. Vivían en Ringuelet pero no dudaron en irse a la otra punta: compraron tres lotes que sumaban una superficie de 45 por 36 metros a solo 15 mil pesos. La oferta les pareció inmejorable. Poco les importó vivir sin agua de red, sin cloacas, sin gas natural ni tevé por cable. No había nada más que el campo, verde y llano. Vacas, caballos y liebres eran la fauna natural del barrio. De fondo, el arroyo El pescado.

Unos años más tarde llegó Ariel Alveriz y Andrea, su mujer, con los tres hijos de la pareja. Él ahora tiene 39 años, es periodista, trabaja en el ministerio de Economía; ella tiene 33 y es administrativa en el ministerio de Salud. “Tenemos un solo auto así que hay que organizarse y aprovechar cada salida a La Plata”, explican. Pero se los ve contentos porque ellos crecieron en una zona rural, son de Balcarce, y coincidieron en que era bueno para sus hijos criarse en un lugar parecido. Para ellos es mejor que se conecten con el barro, los animales y los otros pibes del barrio que con los amigos que les ofrece el facebook.

Sólo les quita el sueño saber que pronto comenzarán a construirles una casa justo delante del ventanal que da al campo. No estaba en los planes, pero claro, las casas-hongo no dan tiempo, “un día te levantás y ahí están los cimientos”. Se quejan de la falta de infraestructura pública. Formaron una asamblea para canalizar los reclamos e inquietudes vecinales. Los pibes de eso ni se enteran. Y entonces Ariel y Andrea se miran, sonríen como dos chicos traviesos y se dicen que de ahí, no los mueve nadie.

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