Timbreando en el Vaticano

Por | ALEJANDRO CASTAÑEDA Mail: afcastab@gmail.com Periodista y crítico de cine

Macri fue a tocar timbre a Roma. Excursión azarosa en medio de un octubre recargado de expectativas y vuelos rasantes. Primavera movida: unos esperan que florezcan dólares. Y otros, paros o calabozos. El Presidente dejó atrás por un rato este país recargado y se tomó un feriado largo para ver si logra acortar distancia con un amigo tan indescifrable como Lilita. Espera que alguna sonrisa de Francisco lo compense de los ladridos de estos días. ¿Cuál será el saldo? El macrismo aprendió de Bauza y tiene los comunicados listos para salir al cruce de cualquier resultado. Como la Iglesia siempre apeló a las parábolas para decir lo que no expresa, los cancerberos de los meta mensajes estudiarán cada gesto, por minúsculo que parezca, para calificar la entrevista. El Pro la considera como el amistoso de una selección futbolera que anda buscando sonrisas entre un gentío que empezó a cansarse de sus derrapes. Por eso, con hijas a cuesta, Macri ha buscado reforzar su imagen paternal. Sabe que el Vaticano no tiene mucha paciencia con los divorciados. Siente que le echan en cara, más que el currículum de emprendedor, sus incesantes sociedades conyugales. El hombre tiene buen gusto y por su catálogo de señoras se le envidia más la cama que el sillón presidencial. Es un casamentero serial que no colecciona buenas compañías, sino esposas formales, con casa y comida. Pero lo mismo, a la Iglesia le molestan esos que constantemente andan divorciándose de parejas o creencias. Roma prefiere los apegados que no cuestionen nada. Y mira de soslayo a los que dudan y van a buscar en la otra cuadra lo que no encuentran en casa. Por eso fue a jugar de padre en la casa del Santo Padre.

El Vaticano vive de gestas eternas. Y los presidentes, de períodos acotados. Los votos de allí, nada que ver con los que necesita el Pro. Uno pastorea en el más allá y el otro en el más acá. Entre devociones y supersticiones transcurren sus campañas. Para Francisco, todo es para siempre. Y para Macri, sólo los turnos. El renueva sus candidatos al compás de una vida que se va escalonando entre varones que aprietan y duelen, y mujeres que aprietan y endulzan. Pero en aquellos muros seculares, lo del cambio de señoras es una práctica mal vista que despierta miradas enojadas. Si bien el Papa les entreabrió las puertas a los divorciados arrepentidos, siempre, como hace María Eugenia con los radicales, los pone en segunda fila, que es una manera de darle esperanza a la penitencia.

El guionista Durán Barba había tomado nota de que la única que le había arrancado una sonrisa a Francisco había sido Antonia. Por eso esta vez dejó a los ministros en Ezeiza y reforzó con más hijas la imagen familiera. Juliana por supuesto suma. El aspecto cuenta mucho en esos muros antiguos donde estatuas y frescos enseñan que la belleza puede ser una referencia aliviadora. Macri cruzó optimista por la celebre piazza. Y tocó el timbre en San Pedro esperando que el dueño de casa no pusiera cara fea. Había ensayado en el barrio esto de golpear la puerta y esperar sonrisas. Pero no descartaba ninguna hipótesis, como dicen los detectives. El Papa ha sido muy sinuoso a la hora de recibir visitas. Y si bien con este trámite ha logrado catequizar a más de un hereje que primero lo plantó y luego lo mimó, lo cierto es que en la Basílica mayor enriqueció su poder perdonador y aprendió a darles abrigo a los enviados del cielo y el infierno. No debe ignorar que la religión también ha servido de coartada para asuntos inconfesables de aquí abajo. Y que entre tantos criollos visitadores hubo más profesantes del robo que del sacrificio. Por eso administra su sonrisa con cuidado y aprovecha las vigilias de Santa Marta para organizar su programa de evangelización, caprichos y sorpresas.

La peregrinación de Macri a Roma forma parte de una cruzada rendidora que busca con igual ahínco dólares y bendiciones. Le pedirá paciencia a esa casona que ha hecho de la espera una ideología. Cualquier sonrisa lograda puede servir para estabilizar el clima de un país hecho de antípodas y desconfianzas. Macri apela esta vez a hijas suyas y prestadas para mejorar la estadía. Necesita que el Papa le provea indulgencia y perdón por haberle rezado tanto a buitres y tarifas. De rodillas, el Presidente seguramente repasó promesas y pronósticos, mientras su catecismo lo llevaba entre Panamá y Calafate. Imploró que a la sombra del padre Bochero, flamante santo, le puedan gestionar una Navidad con pocos buscapiés y muchos regalos. Yrogó para que en el segundo semestre el Papa difícil le haga un lugarcito en sus oraciones a una Casa Rosada que desde hace mucho se quedó sin milagros y sin santos.

Macri siente que la iglesia le puede echar en cara sus incesantes sociedades conyugales. El hombre tiene buen gusto y por su catálogo de señoras se le envidia más la cama que el sillón presidencial.

El guionista Durán Barba había tomado nota que la única que le había arrancado una sonrisa a Francisco había sido Antonia. Por eso esta vez dejó a los ministros en Ezeiza y reforzó con más hijas la imagen familiera.