Muerto el rey, viva el rey

Pelé o Maradona. Federer o Borg. Muhamad Alí o Joe Louis...Los debates en la historia del deporte sobre quién fue el mejor son eternos. Las comparaciones son un juego tentador, pero no dejan de ser un juego. Imposible pensar si Pelé, de haber jugado en Europa y no solo en el Santos, podría haber superado las hazañas de Leo Messi. O si Diego Maradona, con el rigor arbitral de hoy, podría haber hecho goles aún más increíbles que los de Leo. ¿Hasta dónde habría llegado Diego si hubiese tenido compañeros como Xavi e Iniesta? ¿Y sería hoy Borg más imbatible que Federer en este tenis más veloz y atlético? ¿No mejoraría Jesse Owens sus marcas de salto y velocidad con los métodos y materiales de hoy? A la polémica se sumó un estudio reciente de la universidad inglesa de Sheffield que estableció que Juan Manuel Fangio fue el mejor piloto de todos los tiempos. Ese mismo estudio ubica luego a Alain Prost y a Fernando Alonso, ambos por delante de Ayrton Senna (quinto). A Michael Schumacher, máximo ganador de mundiales (7), el estudio lo ubica recién noveno. Mecánico y piloto (piloto completo, dicen los especialistas), Fangio ganó el último de sus cinco mundiales en 1957 en Nurburgring, cuando bajó seis veces el record de vuelta en los últimos once giros para descontar 46 segundos a razón de más de cinco por vuelta. Nunca se vio una cosa así.

Ahora es la NBA la que se pregunta si puede decirse que los Golden State Warriors de Stephen Curry son el mejor equipo de la historia porque rompieron el record de 72 triunfos en una temporada que tenían los Chicago Bulls de Michael Jordan en 1995-96. ¿Y si Michael Jordan hubiese podido jugar con el mismo rigor arbitral con los que juega hoy Curry? ¿Y si Curry hubiese podido tirar triples a medio metro menos de distancia como se podía tirar en los tiempos de Jordan? Curioso, en los Bulls 95-96 que dirigía Phil Jackson era suplente Steve Kerr, el mismo que fue compañero y amigo de Manu Ginóbili en San Antonio Spurs y el mismo que hoy dirige a los GSW de Curry. Contaba días atrás el colega español Alejandro Delmas que Jordan, competitivo y de gran ego, furioso por fallos de Jackson, que hacía de árbitro, llegó a trompear en un entrenamiento a Kerr, que lo marcaba y era el representante sindical del plantel (al día siguiente Jordan le pidió disculpas, fueron a cenar y quedaron amigos). Y que en otra práctica alentó a que sus compañeros –imposible no pensar en Dennis Rodman- jugaran un básquet más físico y le partieran un labio y lo hicieran caer un par de veces a Bill Murray, porque el actor se había agrandado por algunas jugadas y se estaba yendo de boca. Jordan, se supo luego por su adicción a las apuestas, no quería perder a nada. Ni aún jugando una práctica contra un actor de Hollywood. Esa sí que suele ser una característica central de todos los número uno.

Los jugadores de los Chicago cantaban entre ellos que “Seventy-two (72) wins mean nothing without a ring”. “Setenta y dos triunfos no significan nada sin un anillo”. Los Bulls de Jordan ganaron seis anillos. Los GSW de Curry llevan sólo uno, el último, y son firmes candidatos para repetir esta temporada. Tienen el record histórico de 73 triunfos y son el presente. Y tienen a Kerr, quien aplica en los GSW otra virtud clave de aquellos Bulls: jugar cada segundo, concentración pura (“be in the moment”). Ambos equipos se destacan, dicen los especialistas, por su modelo de sincronización ofensiva y defensiva. Nacido hace 49 años en Beirut, donde su padre murió asesinado en 1984 por terroristas islamistas, Kerr, que fue un formidable tirador de triples, jugó partidos en la NBA en los que hinchadas rivales le cantaban “OLP, OLP”, por la Organización de Liberación Palestina. Unos años atrás, copropietario y “general manager” de los Phoenix Suns, Kerr comparó las polémicas leyes de inmigración de Arizona con “las de la Alemania nazi”. Hoy, Kerr es el mejor heredero de Phil Jackson. Y su equipo ahora es comparado con los gloriosos Chicago Bulls.

Los amantes del nuevo rey destacan que Curry puede tener más aceptación en un público blanco que rechaza por cierto racismo a la NBA,

El record de 73 triunfos de los GSW de Kerr se produjo la misma noche del miércoles pasado en la que también se retiró Kobe Bryant, con 60 puntos para Los Angeles Lakers, seguimientos en todo el mundo, y repercusión enorme hasta en China. El gran debate en Estados Unidos dejó de ser si los GSW de Curry son o no mejor equipo que los Bulls de Jordan. El debate se centró entonces en Bryant-Curry, porque la ESPN, a último momento, decidió cambiar su idea original: sacó a Kobe de la trasmisión central y lo desplazó a ESPN 2. El espacio principal quedó para Curry. ESPN desechó la historia. Eligió al equipo sensación de hoy, al equipo que logró nueve de los mejores quince ratings de la temporada. Tres de los cuatro mejores. “Seguimos esta campaña histórica de los Warriors toda la temporada –se justificó un ejecutivo de ESPN- no podíamos abandonarlos en el partido del record”. ESPN eligió el célebre paso de “Muerto el rey, viva el rey”.

Las monarquías en Francia y Gran Bretaña usaban esa frase siglos atrás para mantener el orden después de la muerte de algún rey. “A rey muerto, rey puesto”, se decía también. El deporte ha aplicado muchas veces el dicho. Su uso más cínico estuvo a cargo del inefable promotor de boxeo Don King, que llegaba a un combate en la limusina del campeón defensor del título y, si éste era derrocado, se volvía en la limusina del nuevo campeón. Ambos eran de su escudería. El miércoles pasado, el cambio de mando en la NBA sucedió en vivo y en directo. Curioso, un sondeo de la propia ESPN señaló en 2015 a LeBron James como el jugador más popular de la NBA, con un 22,4 por ciento de los votos, contra 13,9 de Kobe y 12,5 de Curry, sus escoltas. Pero Kobe es el rey retirado a los 37 años que cede el trono en vivo y en directo a Curry, el heredero de 28. Ambos hijos de basquetbolistas y de familias racialmente mixtas. Kobe, en una temporada para el olvido de unos Lakers que supieron ser gloriosos, mantuvo una media de 16,9 puntos. El miércoles por la noche, conciente del acontecimiento, marcó 60 puntos, una de las mejores anotaciones de toda su carrera. Es el tercer máximo anotador en la historia de la NBA. ¿Y qué dijo el rating?: el record de los GSW de Curry logró el miércoles por la noche una audiencia media de 3,6 millones de personas. El retiro de Kobe registró 3,4 millones. Los GSW tuvieron un pico máximo de 4,2 millones. Kobe de 5,1. En la trasmisión por streaming de ESPN Kobe ganó por 134.000 contra 111.000.

Los amantes del nuevo rey destacan que Curry puede tener más aceptación en un público blanco que rechaza por cierto racismo a la NBA, un deporte de influencia hip hop y cultura mayoritariamente negra. Son los que recuerdan que Bryant se “recibió” de estrella de la NBA cuando años atrás fue acusado de violación. Una acusación a la que sobrevivió con polémicas, gracias a una estrategia que buscó ensuciar a la víctima. Que Kobe insultó alguna vez a un árbitro con pura homofobia. Y que manipuló para que Shaquille O’Neal tuviera que irse de los Lakers. Curry, como toda gran estrella, tiene también su ego, claro. Pero posee un gran carisma. No tiene dimensiones de superhombre como puede ser el caso de LeBron. Y los Warriors, además, juegan divertido. Curry, dijo un crítico, es un David en un reino de Goliaths. Y, más ahora que han comenzado los playoffs y los Warriors iniciaron su camino del posible bicampeonato. Y con buen rating para la ESPN.