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Historias de alcoba

Reyes y reinas con amores prohibidos que supieron y pudieron darle rienda suelta a la pasión sin que les importase mucho el que dirán. Después de todo, ellos eran los soberanos

Historias de alcoba

VICTORIA BLONDEAU / Fotos SHUTTERSTOCK

16 de Diciembre de 2018 | 08:14
Edición impresa

“Nunca, nunca he pasado una noche así.
Mi querido, querido, querido Alberto, con su gran amor y afecto,me ha hecho sentir que estoy en un paraíso de amor y felicidad,algo que nunca esperaba sentir.
Me tomó en sus brazos y nos besamos una y otra vez.
Su belleza, su dulzura y su amabilidad.
Nunca podré agradecer suficientes veces tener un marido así, que me llama con nombres tiernos como nunca antes me han llamado.”

Esto escribía la reina Victoria de Inglaterra luego de su noche de bodas. Y es que Victoria, en cuanto al sexo, era de todo menos victoriana. Lo disfrutaba, era romántica y, cuentan, mucho más fogosa que su remilgado marido. En 1861, con 42 años y nueve hijos, Victoria enviudó y la tristeza la acompañó durante toda su larga vida. Pero, aún recluida en palacio y vestida de negro de pies a cabeza, no perdió su carácter enamoradizo. Si bien no hay indicios de relaciones carnales, son famosos los coqueteos con su joven sirviente indio tan bien reflejados en la reciente película Victoria y Abdul. Ya en su madurez, Victoria vivió un gran amor ¿platónico? con John Brown, su caballerizo escocés. Tanta complicidad y tantos momentos compartidos a la luz del día le valieron a Victoria el mote de Mrs Brow ( y puestos a recomendar, así se llama la excelente película de John Madden que cuenta esta relación otoñal).

Bertie, su hijo mayor que reinó con el nombre de Eduardo VII entre 1901 y 1910, heredó de su madre la sana virtud de disfrutar en la alcoba de palacio. Pero claro, él fue más allá: disfrutó tanto en su aposentos reales como en otros mucho menos sacrosantos. Y es que si Florencia Peña siente algún pudor por creer que inventó el poliamor, puede descansar tranquila. Bertie no fue tampoco el primero pero supo llevarlo a extremos deliciosos y, con el buen gusto que lo caracterizaba, la mayoría de sus amantes fueron refinadas damas de la corte a quien incluso su bellísima esposa Alejandra conocía y aceptaba. Su último amor fue Alice Keppel, una dama muy influyente y discreta. Si Alice abrigó alguna vez esperanzas de dejar de ser “la otra” para convertirse en legítima no lo sabemos, pero sonreirá complacida desde el más allá al ver cómo su bisnieta Camila ha logrado el up-grade de amante a esposa del futuro rey de Inglaterra

Los tiempos han cambiado pero aún hoy se juzga con distinta vara el picoteo sexual del hombre y de la mujer. Mientras que reyes como Eduardo VII, Alfonso XIII de España y, más cercano en el tiempo, el rey Juan Carlos, por poner sólo algunos ejemplos de picaflores consuetudinarios, fueron “perdonados y justificados” por la sociedad y la prensa de sus épocas, a las reinas y princesas que vivieron libremente su sexualidad se las juzgaba (y se las juzga) como libertinas, pecadoras y un largo etcétera irreproducible en estas líneas.

“La frescachona”, “La golfona” fueron los apelativos dados a una reina que, un poco por gusto y otro poco por practicidad, supo disfrutar de los beneficios del sexo clandestino. Isabel II de España (1830-1904) no tuvo un dulce debut: fue abusada sexualmente a los 14 años, lo contó y lo siguen contando los documentos de la época pero seguimos sin creerle. Como en tantos casos actuales…

A los 16 años la obligaron a casarse con Francisco de Asís de Borbón, un primo suyo a quien le decían doña Paquita por sus modales afeminados. Isabel, al revés que Victoria, dijo muy contrariada luego de su noche de bodas: “¿Qué se puede esperar de un hombre que lleva en su camisa más puntillas que yo en la mía?”

Pronto Isabel comprendió que, como mujer, quería algo más y, como reina, necesitaba descendencia. Con sentido práctico eligió, a lo largo de su vida, “gentes” de su confianza que le dieron placer e hijos. El primogénito, futuro rey Alfonso XII, fue conocido por “el puigmoltejo”, ya que se lo consideraba hijo del conde Puigmoltó. “La araneja”, “La beltraneja”… así se mofaba la corte de sus hijas por haber sido engendradas por los señores Arana o Beltrán. Es justo decir que de sus 12 hijos algunos son atribuidos a su legítimo esposo con quien tuvo toda su vida una relación tortuosa. Finalmente, con la separación y la madurez, lograron ser buenos amigos.

Historias de amor y sexo habrá tantas como personas en el mundo. Y los reyes y reinas, más allá de mantos de armiño, tiaras y condecoraciones, no son la excepción.

 

 

 

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