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Grandes escritores, con malos finales

Las muertes raras y sorpresivas que encontraron intelectuales y artistas como Dolores O´Riordan, Shelley, Rilke y el estadounidense Frank O´Hara Pág.2

Grandes escritores, con malos finales

Dolores O`Riordan

MARCELO ORTALE marhila2003@yahoo.com.ar

16 de Septiembre de 2018 | 04:22
Edición impresa

Hace pocos días el diario madrileño El País reveló las causas de la muerte de la cantante y letrista irlandesa Dolores O´Riordan, de quien se decía que se había suicidado el 15 de enero pasado, mientras que la investigación forense pudo determinar ahora que se había ahogado en la bañera en forma accidental.

La justicia londinense determinó que la emblemática O`Riordan, de 46 años, tenía altos niveles de alcohol en la sangre, pero que había fallecido por ahogamiento.

“Murió en el Hilton de Londres el 15 de enero de 2018. Los diarios del mundo se plagaron con su muerte. Ahora sabemos que, en una pirueta, no pudo controlar el paso. El agua la cubrió. Y la rezamos. Su música nos queda, sí. Pero la vamos a extrañar. Extrañar que esté viva. Añorar lo que significa que alguien como ella habite este planeta raro y neblinoso. Este desorden de mundo en el que estamos. Volvamos la hoja, que sonría”, fue la despedida de El País.

Acá en La Plata, la poeta Sandra Cornejo escribió en estos días: “Y se fue temprano, Dolores. De la intemperie. Era un trazo de Irlanda o, mejor dicho, era como su patria: estaba partida en dos. En mil. Tenía esa voz con la que respiraba cuando la cubría la marea negra. Y miraba fijo, desde su páramo. Otro animal desarmado en época de caza”.

LA LUNA EN EL AGUA

En la historia fueron muchos los escritores que murieron ahogados. Trece siglos antes, el poeta chino Li Bai también conjuntó agua y vino, como la O`Riordan. La leyenda sostiene que, después de un buen encuentro con el alcohol, murió ahogado en el rìo Yangzi, cuando vio el reflejo de la luna en el agua, la confundió con la verdadera y se arrojó del bote para abrazarla.

Otro romántico, Shelley, cayó de su velero al Mediterráneo durante una tormenta y murió ahogado. Poco antes de cumplir 30 años de edad, ya en plena etapa de éxito, el 8 de julio de 1822 zarpó con su velero Don Juan –bautizado así en homenaje a su amigo, el enamoradizo Lord Byron- cayó al agua y su cuerpo fue recuperado en cercanías de Viareggio. Antes de la cremación fue extraído su corazón y guardado por su mujer.

Shelley escribió poemas bellos: “Soy como un espíritu que mora /en lo más hondo del corazón./ Siento sus sentimientos, /pienso sus pensamientos/ y escucho las conversaciones más íntimas del alma,/

la voz que sólo se oye en el rumor de la sangre,/ cuando el vaivén de los latidos/ se asemeja al sosegado oleaje del océano estival”.

MUCHOS, A LA VEZ

El 27 de noviembre de 1983 cayó un avión de la empresa Avianca en cercanías de Madrid. En ese vuelo viajaban varios escritores latinoamericanos, entre ellos el peruano Manuel Scorza, uno de los principales novelistas de finales del siglo XX.

Son los que encontraron muertes raras, sorpresivas y accidentales

 

De Scorza, que terminaba de publicar su última novela “La danza inmóvil” –después de haber sido autor de la serie iniciada con “Redoble por Rancas” (1970) con la que inició un ciclo denominado “La balada” o “La guerra silenciosa”, integrada por “Historia de Garabombo el Invisible (1972), “El jinete insomne” (1977), “Cantar de Agapito Robles” (1977) y “La tumba del relámpago” (1979)- se dijo que nadie unió en forma tan perfecta el realismo social con el estilo poético. “Sobre la irrealidad total, he puesto la realidad absoluta”, dijo Scorza.

El estupor y la desazón ganaron al mundo. Nunca habían ocurrido que murieran tantos intelectuales juntos. El académico español José Julio Perlado imaginó primero que en alguna parte, desde un aeródromo desconocido, “un avión viene y en él viaja la Muerte”. Es un avión vacío y “previsto para estrellarse”. Perlado acompañó realmente a Scorza hasta Barajas: “Nos despedimos. Se abrirán las compuertas, las fauces. Lleno de vivos ese avión despega. Ultimo segundo de Manuel Scorza. No lo vi más. Encima de esta conversación nuestra, tras el estallido, la desintegración –ésta que aún sigo oyendo- de su ruido pulverizado. En aquel avión colombiano murieron, además de Scorza, los escritores Jorge Ibargüengoitia (mejicano), el crítico uruguayo Ángel Rama y la escritora argentina Marta Traba. Todos viajaban al I Congreso Internacional de la Cultura que se inauguraría el 29 de noviembre en Bogotá”.

POETA EN LA PLAYA

Frank O´Hara fue un poeta de culto para los jóvenes de la década del 60. Poeta obstinado, con bases culturales sólidas ligadas al misticismo pues había estudiado filosofía y teología. Si bien se bañó cómodo en la ruidosa modernidad, sus poetas favoritos fueron Rimbaud, Mallarmé, Pasternak y Mayakovsky.

Dejó mucha poesía inédita. Acá se transcribe uno de los poemas de O`Hara, titulado “Desayuno de melancolía”. Dice así: “Desayuno de melancolía/ azul por encima azul por debajo/ el silencioso huevo piensa/ y la oreja eléctrica de la tostadora/ espera/ las estrellas están dentro/ “esa nube está escondida”/ los elementos de la incredulidad/ son muy fuertes por la mañana”.

Murió a los 40 años en la playa de Fire Island. Era la madrugada, estaba dormido y lo atropelló el horror de una máquina limpiadora de la arena.

LA ESPINA DE LA ROSA

En tiempos no tan lejanos se solía decir que no había mejor muerte para un poeta que la causada por pincharse con la espina de una rosa. Y esa fue, según la leyenda, la forma en la que murió el más romántico de los poetas europeos, Rainer María Rilke (1875-1926). La herida se infectó y se propagó la septicemia.

El novelista español Manuel Vicent dijo de Rilke: “Escribía versos. Sólo se sentía poeta. Fue un poeta errante que iba de mansión en mansión dejando un rastro de amores imposibles. La belleza y el espanto le perseguían adonde quiera que fuera y parecía huir siempre en busca de sí mismo”.

Los datos que reseña Vicent hablan de un Don Juan, de un redivivo Lord Byron: “La gran hazaña de Rainer Maria Rilke fue enamorar a todas las princesas, duquesas, marquesas y baronesas del imperio austro-húngaro y también a sus respectivos maridos; ser invitado a sus castillos, palacios y residencias; dejar en ellas como pago sólo unos poemas y que fuera ésa la forma en que sus nobles anfitriones se sintieran dignificados. Este hombre de ojos azules acuosos fue un poeta errante que iba de mansión en mansión, en Venecia, en Capri, en la Selva Negra, en París, en Roma, en Estocolmo, en Florencia, en San Petersburgo, en Duino y por dondequiera que pasó fue dejando también un rastro de amores imposibles”.

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