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Vivir Bien |LABORES DE TEMPORADA

Trabajar en verano

Un guardavidas, un fumigador, una profesora de colonia de vacaciones y un jardinero cuentan las ¿bondades? de tener responsabilidades a contramano y cuando calienta el sol

Trabajar en verano

Mario arenas (derecha) y lucas Burghi ocupan el puesto de Guardavidas de Botica, ubicado a la altura de Boca Cerrada

YAEL LETOILE / Fotos CÉSAR SANTORO, GONZALO MAINOLDI Y DOLORES RIPOLL

27 de Enero de 2019 | 07:48
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Cuando la mayoría está en la pileta, haciendo la valija o –en tiempos de crisis– simplemente matando el aburrimiento frente al ventilador, los protagonistas de esta nota trabajan.

Sus actividades, diversas, tienen un punto en común: son más solicitadas durante el espacio de tiempo que, en el Hemisferio Sur, transcurre entre el 21 de diciembre y el 20 de marzo, esa estación que Bob Marley definió poéticamente así: “El sol brilla. El tiempo es dulce. Es imposible no sentir deseos de mover los pies”.

Allá irá usted a zambullirse como el nadador de Cheever en las profundidades de una piscina; tomará mate sin el asedio de los mosquitos en la plaza, tirará la caña evitando peligros en las costas de Punta Lara o – aunque más no sea– asegurará el entretenimiento de los chicos en la colonia mientras está en la oficina.

Para que eso suceda, hombres y mujeres se sacrifican –algunos por 20 años no han vacacionado en verano– y encuentran en sus trabajos y oficios una fuente de gratificación personal cuando no la clave de la felicidad. ¿Ya adivinó?

Un guardavidas, un fumigador, una profesora de colonia de vacaciones y un jardinero y mantenedor de piletas cuentan las ¿bondades? de trabajar a contramano y cuando calienta el sol.

AGUAS ABIERTAS. Mario Arenas tiene 32 años y desde hace cinco custodia el descanso de lugareños y vecinos del Conurbano bonaerense que eligen las playas de Punta Lara para vacacionar.

Junto a Lucas Burghi (29), ocupa el puesto de Guardavidas de Botica, ubicado a la altura de Boca Cerrada, como parte de un equipo de 46 profesionales dispuestos para cuidar la seguridad de los turistas.

“Trabajar en temporada implica adaptar horarios porque dura cuatro meses y te desacomoda el año. Por ejemplo, con la facultad se complica para cursar”, dice Mario desde la posición elevada que le permite el puesto –una cabina de madera de dos por dos– con los ojos clavados en el espigón semiderruido que asoma entre las aguas marrones delimitando la zona de riesgo.

Mario trabajaba en Disco y ni siquiera sabía nadar cuando un compañero dedicado al salvamento deportivo lo incentivó a hacer el curso de Guardavidas de la Cruz Roja. Ahora, además de bañero, es profesor de natación e instructor de musculación.

La temporada de los guardavidas de Punta Lara va del 15 de noviembre al 31 de marzo, lo que representa 120 días de actividad full time.

“Económicamente hacés diferencia”, asegura Mario y advierte “siempre que sea un segundo trabajo”.

Pero hay algo del orden de la vocación en la actividad de los guardavidas en aguas abiertas que no se compara con otras posibilidades de trabajo. “Sería mucho más conveniente conseguir hacer lo mismo en pileta todo el año”, reconoce Mario; Lucas acota: “El aire libre, el viento, el agua nos encanta, no lo cambiaría por la pileta de España”, admite quien lleva años haciendo contratemporada en Mallorca.

Algunos chicos revolotean en la costa. Llevan cañas de pescar y mojan los pies sin meterse al agua bajo un sol amable para ser enero. “Los sábados y domingos son 12 horas corridas. No hay pausa. No te podés ausentar de acá, por eso lo llaman puesto esclavo. Siempre hay peligrosidad, no podés relajarte”, dice y rememora su último rescate múltiple a dos señoras y dos nenas la temporada pasada.

Otro problema es el público transgresor, poco acostumbrado a respetar las normas y que ve las recomendaciones como represión. “La gente tiene la idea de que no se ahoga en Punta Lara”, asegura, el silbato colgando sobre el torso desnudo.

Motivos suficiente para cambiar de actividad, pensará usted. Nada de eso. Mario no se imagina un verano sin venir acá. “Salvar la vida de una persona te paga todo: los días que venís y el clima está horrible, los conflictos con la gente y demás. Eso hace que valga la pena todo el resto”.

LA “MODA” DE FUMIGAR. Los teléfonos de Fumigaciones La Plata arden estos días a causa de la alarma generada por el brote de hantavirus que tiene foco en Epuyén, Chubut. Ya son (hasta el cierre de esta edición) 30 los casos confirmados y 11 víctimas fatales, que se suman a otros casos reportados en el resto del país esperables para la época del año, según los especialistas.

“La gente llama para consultar y tener información, especialmente por el tema de los roedores”, explica Alejandro González (39), desde el patio de un restaurant céntrico donde en minutos descargará unos 20 litros de insecticida para evitar la presencia de cucarachas. Una vez hecho el trabajo extenderá una certificación que es requerida por las autoridades municipales para el funcionamiento del comercio.

Alejandro lleva cuatro años en la actividad y sabe que en verano su trabajo aumenta exponencialmente: pasa de dos o tres fumigaciones semanales a entre cinco y ocho diarias.

Más o menos desde septiembre no hay sábados ni domingos, mucho menos 24 y 31 de diciembre. Es temporada alta y todos quieren exterminar sus plagas: desde hormigas, cucarachas y bichos bolita hasta roedores y ¡sapos!, lo más raro que le pidieron.

Y si a diferencia de los guardavidas, la fumigación es una actividad de todo el año, en el verano, asegura Alejandro, te pone a prueba. “El año pasado me fui a la playa y me la pasaba todo el día con el teléfono”, cuenta recién escapado de un día de pileta con su mujer y las dos hijas. Pero reconoce: “También es la época que te permite hacer una diferencia y cambiar el auto, por ejemplo”.

“Económicamente hacés diferencia”, asegura Mario y advierte “siempre que sea un segundo trabajo”

 

Alejandro, que llegó al mundo de la fumigaciones por trabajar en una fábrica de insecticidas, se pone serio al caracterizar su profesión como “una actividad que tenés que hacer responsablemente” porque impacta sobre la salud de la gente. También se queja: “Las personas juntan basura y no son conscientes de que generan un foco infeccioso, mi consejo siempre es lavar todo con agua/lavandina”. Con todo, al igual que Mario, Alejandro muestra su vocación de servicio: “Es gratificante poder resolver el problema a quien lo necesita”.

VACACIONES EN COLONIA. La familia de Rafaela Defeo (45) no sabe qué es irse de vacaciones en verano. Es que desde el `98 cuando comenzó a trabajar como profe de educación física en colonias sólo tomó licencia dos veces para tener a sus hijos: un varón, hoy de 14 y la nena de 7. Durante el año, Rafaela es profesora de natación en Montego y trabaja además como profe en una escuela. Y cuando todos cuentan los días que faltan para descansar, ella arranca el baile.

Entre diciembre y febrero coordina la colonia de verano del Sindicato de Obras Sanitarias de la provincia de Buenos Aires (SOSBA), a partir de un convenio que tiene éste con la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Se encarga de organizar el staff de profesores, definir las áreas y planificar las actividades, un combo que implica desde controlar los menús hasta revisar las fichas médicas.

En los meses de verano eso representa un promedio de 12 horas diarias a las que habrá que sumarle los fines de semana de campamento y una dedicación al 100 por ciento. Sol, agua, niños, muchos niños ¿se agotó? A Rafaela es lo que más le gusta. “Me encanta”, se entusiasma, “antes de terminar una temporada ya estoy pensando en la siguiente”. ¿Y el marido y los niños? ¿No se quejan? “La familia está organizada en función de eso, los chicos participan de la colonia y mi esposo me acompaña siempre. Es lo que me permite seguir en esto”. Pensará: en invierno no hay colonia. Error. En 2017 Rafaela también trabajó en el receso invernal. ¿Cuando corta? “Puede ser algún fin de semana extra large porque también trabajo los sábados”, no se queja, “recién en diciembre pasado nos fuimos 10 días. Fueron las primeras vacaciones en 20 años”.

LA FORTUNA DE SUBIR A LOS ÁRBOLES. Hace 11 años que Alberto Azcona (40) trabaja junto a su cuñado, su hermano y algunos amigos de la zona de City Bell en el mantenimiento de jardines y piletas. Durante la semana son siete u ocho, y los fines de semana llegan a 10. Alberto es de Corrientes y trabajaba como casero en Etcheverry hasta que vino a la Ciudad a mantener la casa de una vecina de La Plata. “Empezamos con Ana, a quien siempre le estaré muy agradecido, y después se fue ampliando: hoy tenemos unas 250 casas y piletas”.

En verano, esto representa un promedio de 25 casas por día y una jornada de trabajo de 7 de la mañana a 7 de la tarde. “Tenemos clientes fijos y estamos al límite de la capacidad, en esta época trabajamos al máximo”, dice y aunque la estacionalidad no es tan determinante como en el caso de las colonias la actividad, reconoce, “va bajando entre marzo y abril”. A Alberto no lo aflige el calor ni trabajar cuando el resto descansa. Se siente un afortunado y ama su oficio. “Me gusta subir a los árboles y podar. Estoy muy conforme, vivimos para esto y tratamos de hacer las cosas bien”, dice. Eso sí, el festival de Chamamé en Corrientes y “el cumpleaños de la vieja” no se lo pierde por nada.

 

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Mario arenas (derecha) y lucas Burghi ocupan el puesto de Guardavidas de Botica, ubicado a la altura de Boca Cerrada

Hace 11 años que Alberto Azcona trabaja junto a su cuñado, su hermano y algunos amigos de la zona de City Bell en el mantenimiento de jardines y piletas

Rafaela Defeo trabaja en las colonias de vacaciones desde 1998

Alejandro González lleva cuatro años como fumigador y sabe que en verano su trabajo aumenta exponencialmente

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