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Opinión |Editorial

La sociedad reclama una policía que sea ajena al delito

La sociedad reclama una policía que sea ajena al delito
17 de Marzo de 2019 | 03:30
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La presunta participación de policías bonaerenses en actos delictivos constituye, por cierto, una falla gravísima que la propia institución debe investigar y sancionar, sin perjuicio de que la Justicia determine luego las condenas del caso, entre otras finalidades con la de depurar a la fuerza encargada, justamente, de actuar contra el delito.

Bien se conoce que, en estas jornadas, se hizo pública una denuncia formulada por un comisario platense contra su inmediato colaborador por entender que actuaba como cómplice de delincuentes afincados en la zona. Así también, se conocen de tanto en tanto referencias sobre acciones delictivas en las que efectivos policiales se encuentran involucrados, lo que deja a la vista signos de corrupción que deben ser combatidos y despejados.

Es cierto que, más allá de las polémicas doctrinarias que se vinieron suscitando en los últimos años sobre el tema del delito y sus consecuencias, lo que está fuera de debate es que la ciudadanía merece mayores niveles de seguridad en las calles. Y desde luego que los gravísimos hechos delictivos que se registran obligan a reflexionar sobre los sucesivos fracasos que caracterizaron el manejo del tema de la seguridad, a partir, fundamentalmente, de políticas erráticas, contradictorias unas de otras. El permanente zigzagueo entre el garantismo y la mano dura dejó elocuentes y muy negativos testimonios en nuestra provincia.

En ese contexto, es también verdad que, en estas idas y vueltas, fue la fuerza policial, sin duda, el emergente más visible de las conducciones doctrinarias incoherentes, que no sólo la convirtieron muchas veces en ineficaz para prevenir y reprimir, sino que, por influjo de algunos elementos nocivos, perdieron buena parte de la confianza que la población debiera mantener con esa institución. Sin embargo, afortunadamente, también en estos tiempos de la democracia recuperada, se han gestado reacciones positivas y saludables, que permiten alentar la esperanza de que la repartición policial pueda volver a reinsertarse, de pleno, en la sociedad.

Siempre se ha señalado que es en este punto -la relación entre la policía y la comunidad a la que pertenece- en donde las autoridades debieran trabajar con mayor esmero, en procura de restablecer una armonía que supo existir en otras épocas y sin cuya presencia parecería como absolutamente inútil aguardar una más eficaz prestación del servicio policial.

No se aboga aquí, por ejemplo, a favor a un regreso al policía del barrio –al añorado “vigilante de la esquina” que era considerado como una suerte de hermano mayor de todos los vecinos-, sino que se procura enfatizar acerca de la importancia de reconciliar a la fuerza policial con la sociedad a la que sirve.

Sin dejar de advertir que la policía tiene culpas y responsabilidades propias, no sólo debiera considerarse que está lejos de ser la única causante de la inseguridad en las calles, sino que corresponde valorar que es el cuerpo que la sociedad tiene para protegerse contra la delincuencia.

Lo que la gente demanda –y así se lo puede comprobar en las numerosas asambleas que se realizan a partir de la ola delictiva que azota a los vecindarios- es que la fuerza policial, además de bregar a toda costa para reinsertarse en la sociedad y de depurarse de sus malos integrantes, se haga sentir en las calles como la fuerza disuasiva que debe ser, ejerciendo en plenitud una presencia y un control que hoy realiza a medias. Los expertos coinciden en que un accionar que se tradujera en una mayor presencia policial en las calles, se traduciría muy pronto en sensibles mejoras en los niveles de seguridad.

 

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