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SERGIO SINAY
Por SERGIO SINAY
Corría el año 1977 y Patrick Rivers era ejecutivo en una importante editorial internacional con sede en Londres. Su puesto le permitía una vida en cierto modo privilegiada. Usaba un auto de la compañía, tenía tarjeta de crédito corporativa con altos montos de representación, elegía, junto a su mujer (Shirley) y sus hijos, vacaciones en diferentes lugares extravagantes del mundo, iba a conciertos, teatros y recitales, comía en los mejores restaurantes. Todo cesó de golpe, como si sonara el despertador, la tarde en que el director general de la empresa lo convocó a su oficina para anunciarle que iban a cerrar el Departamento a cargo de Patrick y que, como consecuencia, él quedaba despedido.
Patrick Rivers no es un personaje de ficción. Él mismo relata su experiencia en el libro que escribió tiempo después y que se titula “Vivir mejor con menos”. Como hace a menudo con todas las personas, la vida lo había puesto a prueba y le exigía una respuesta. ¿Sabría vivir de una manera diferente a ese estilo confortable y dispendioso que venía experimentando? ¿Se deprimiría hasta la desesperación? ¿insistiría en volver a subir al tren del que acababa de caer? Su primera respuesta fue automática. Empezar a buscar un nuevo trabajo. Sin embargo, y a pesar de sus antecedentes, no le resultó fácil. Mientras comenzaba a consumir el dinero de la indemnización, él y su mujer, también profesional, se preguntaron si realmente querían vivir como lo habían estado haciendo. Y esta vez la respuesta fue no. Se dieron cuenta de que el nivel de vida alcanzado era, a la vez, una enorme exigencia. Habían entrado en el circuito de ganar más para gastar más, que es independiente del nivel económico alcanzado, y que suele naturalizarse en nuestras vidas.
Rivers y su esposa se hicieron la pregunta acerca del huevo y la gallina. ¿Era primero el dinero y después el impulso a gastarlo, o era primero el gasto y luego la necesidad de dinero para afrontarlo? Mientras exploraban la respuesta descubrieron que, al dejar de correr detrás de aquello que su nivel de vida les exigía, contaban con más tiempo para leer, para compartir momentos y conversaciones entre ellos y con seres queridos, más tiempo para actividades familiares conjuntas. Optaron por vender su casa y mudarse a una más pequeña en las afueras de Londres, recortaron sus gastos, dejaron de depender de una legión de proveedores de cosas superfluas, sus resúmenes de tarjeta de crédito eran cada día más bajos y, como narra Rivers en su libro, el uso de su dinero dejó de ser gasto y pasó a ser inversión, porque se aplicaba a reales necesidades, y no a deseos. “Nos dimos cuenta de que para el sistema consumista era importante hacernos sentir desposeídos o empobrecidos si no teníamos tal o cual chuchería y que nos quedaríamos afuera sin ella”. El temor paranoico a quedar “afuera” de algo es explotado para trasladarnos de la condición de ciudadanos, como debe ser, a la de consumidores y nos pone a correr permanentemente detrás de cosas que no nos hacen mejores personas ni enriquecen nuestra vida o nuestros valores.
“Las necesidades materiales del ser humano son limitadas y bastantes modestas, escribe Rivers, aunque nuestros deseos materiales pueden no conocer límites”. Si los deseos se imponen a las necesidades, como proponen quienes alientan el consumo indiscriminado con la falacia de que la economía de un país depende de eso y no de una eficiente administración de recursos y una consciente, eficaz y sabia distribución de riquezas, no habrá forma de conseguir una “buena vida”. Porque es necesario insistir en que calidad de vida y vida de calidad no son la misma cosa. La calidad de vida se mide en ingresos y tenencias, la vida de calidad se alcanza a través de un cierto tipo de vínculos, de vivencia de los valores y del sentido que alimente a nuestros proyectos existenciales. Lo primero pide dinero, lo segundo es gratuito y exige abrir la mente y el corazón.
En síntesis, la familia Rivers descubrió que había otra manera de vivir: “Un estilo de vida más simple, reduce las necesidades y con ellas los gastos, se puede trabajar menos, nuestros desplazamientos son menores, el tiempo libre aumenta, aprendemos a hacer con nuestras propias manos cosas por las que antes pagábamos, descubrimos en nosotros habilidades y recursos insospechados y, en fin, con menos necesidad de gastar hay menos necesidad de ganar”. En su libro Rivers sienta cinco principios que él y su familia pusieron en práctica para una vida más sencilla 1) Hicieron una lista de todo aquello que era superfluo y de lo que podían prescindir; 2) Confeccionaron el listado de todas las cosas, desde el pan a ciertos muebles, que podían hacer ellos mismos y de lo que podían refaccionar con sus manos y su creatividad; 3) Se ejercitaron en compartir; 4) Lo que necesitaban lo compraban usado; 5) Evitaron desperdiciar, usaban lo justo y necesario. Se desprendieron del auto, hicieron su propio pan, sus facturas, sus pastas, su yogurt, desarrollaron su propia huerta, hicieron un uso racional de la electricidad, el gas, el agua, sus guardarropas empezaron a tener la ropa que de veras necesitaban y usaban, desplegaron una dormida conciencia ecológica y, en sus relaciones con otros, se sintieron y mostraron más empáticos. Volvieron a trabajar, pero de otra manera, en tareas que les permitieran cubrir necesidades, sin robarles preciosas horas de su vida para abastecer deseos insaciables. Como escribe Patrick, lograron liberarse de la lógica del sistema que roba tiempo de vida y energía mientras destina variados y costosos recursos a convencernos de que vivir para consumir no solo es normal, sino que es lo mejor.
También los alemanes Michael Simperl y Michael Korth, cada uno a su manera, pasaron por experiencias similares a la de Rivers, aprendieron a vivir de un modo más funcional y lo plasmaron en sendos libros. El de Simperl se titula “Menos es más…disfrútalo” y el de Korth “Descubre cómo ser feliz con menos”. Al margen de sus títulos un tanto obvios y quizás naifs, se trata, sobre todo el segundo, de testimonios de transformación existencial. La de Korth comenzó cuando dos de sus importantes proyectos fracasaron tras tres años de trabajo y cuando el dinero que se le debía por ellos no llegó, mientras las deudas lo ahogaban. Entonces, y de casualidad, se encontró con un libro que citaba a Epitecto, el filósofo griego padre del estoicismo, en especial con esta frase: “No tiene sentido pasarnos la vida atormentados por cosas que no dependen de nuestra voluntad, como el dinero, el prestigio, las posesiones o el poder”. A cambio Epitecto (que había sido esclavo en Roma) proponía una vida como la que Rivers descubriría veinte siglos después. También un pensamiento hallado en “Robinson Crusoe”, la novela del inglés Daniel Defoe orientó a Korth: “Todo nuestro descontento por lo que no tenemos parece provenir de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos”.
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Rivers, Simperl, Korth, tres personas que despertaron duramente del espejismo del tener para ser, y convirtieron sus experiencias en el comienzo de vidas materialmente más austeras y espiritualmente más ricas, podrían tomarse como faros orientadores en tiempos en que circunstancias ajenas a nosotros nos llaman a reflexionar sobre otras formas de vida posibles.
(*) El autor es escritor y periodista. Su último libro es "La aceptación en un tiempo de Intolerancia"
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