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Turismo |CONFORMADA POR VARIAS ISLAS EN EL PACÍFICO DEL SUR

Polinesia Francesa: esnórquel con tiburones y “duchas” en la jungla

Algunas personas buscan adrenalina, otras dejarse deslumbrar por lo que va proponiendo la naturaleza, y aquí encuentran ambas

Polinesia Francesa: esnórquel con tiburones y “duchas” en la jungla

En Bora Bora se alza el volcán Otenanu. allí se puede hacer esnórquel junto a tiburones / Gregoire Le Bacon / dpa

PHILIPP LAAGE

30 de Junio de 2019 | 08:11
Edición impresa

DPA

De pronto en el agua clara del océano aparecen aletas oscuras. Miramos bien y vemos que alrededor del bote con el que estamos haciendo una excursión nadan tiburones punta negra. ¿Saltamos al agua o no? ¡No hay problema!, dicen con total confianza los nativos. En ese momento, cada cual debe decidir con su conciencia qué hacer. ¿Esnórquel en medio de tiburones? ¿En serio? Sí, es posible.

Hay muchas cosas en la vida que no son necesarias, como una cartera de Hermes Birkin o un Porsche 911 Carrera. Sin embargo, muchas personas desean ese tipo de cosas, ya sea porque son un símbolo de estatus o porque les llama la atención su estética. Pues bien, la Polinesia Francesa está entre esas “cosas”. Sería una especie de auto de lujo entre los sitios a visitar en el mundo.

La región está conformada por varias islas en el Pacífico del Sur. Las islas de la Sociedad, que incluyen a Tahití, fueron bautizadas por el navegante James Cook en honor de la Sociedad Geográfica de Londres, es una de las más conocidas.

Una opción es visitar la zona en crucero, que por un lado permite ahorrarse unos 1000 dólares por noche de hotel y, por otro, es un modo perfecto de descubrir lo multifacética que es esta región tropical del otro lado del globo.

Bora Bora: esnórquel con tiburones: el famoso atolón destaca gracias al monte Otenanu, de 727 metros, que en realidad es un volcán inactivo cubierto de hibisco. Las formaciones de corales están repletas de islas con palmeras conocidas localmente como Motus y rodean una laguna de destellos turquesas. Fuera de sus límites el océano resplandece en un azul encendido.

El paisaje es increíble, sobre todo visto desde arriba, por eso también se ofrecen excursiones en helicóptero que permiten apreciar esta maravilla en todo su esplendor. Pero también es cautivante ver la naturaleza al alcance de la mano, una oportunidad única que se abre al recorrer la laguna.

En el muelle de Baitape uno puede partir en un bote maniobrado por un polinesio. Estos capitanes, que lucen camisas de flores, suelen ser de pocas palabras pero gozan de tocar una pequeña guitarra entonando canciones locales que parecen muy alegres.

Detenerse para hacer esnórquel es una gran aventura. Las dasyatis (rayas) parecen flotar entre las piernas de los turistas mientras son alimentadas por los capitanes de los botes. A veces uno siente el roce de alguna aleta. Fuera de esa laguna de poca profundidad, detrás de los corales, todo se torna aún más espectacular cuando el capitán hace venir a los tiburones con restos de pescado.

Raiatea: sitios de culto: Raiatea, que comparte un coral con la isla vecina Tahaa, no parece una postal típica de la región. Sus orillas caen abruptamente en el mar. Al acercarse el bote las nubes truenan entre montañas, como si gruñeran. En esa isla está uno de los sitios de culto más relevantes de la región, el Marae Taputapuatea, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco.

Los Marae solían ser sitios de poder, una manifestación de las jerarquías sociales de varias dinastías. Allí las personas de la Polinesia solían hacer ceremonias, invocar a sus antepasados y honrar al dios Oro. A veces también hacían sacrificios humanos.

Hoy esa componente histórica ya no está presente. Los visitantes se pasean por sitios restaurados entre piedras de lava que son testigos de aquellas épocas pasadas.

Moorea: una ducha en la selva: esta isla de unos 16.000 habitantes cuenta con bancos, correo, farmacias, una sede de gendarmería, una escuela y... unas playas increíbles en la zona norte y noroeste, donde hay algunos hoteles de lujo. Donde antes se plantaba café, hoy se cosechan piña y vainilla.

Allí se pueden recorrer hermosísimos senderos por la selva, ver árboles de higos y bambúes de varios metros de altura. El viento trae las nubes del mar, y no es de extrañar que de pronto caigan fuertes lluvias. Bien puede ser que haya que recorrer todo el camino de regreso al hotel bajo el agua.

 

 

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