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Fascinados por el complejo mecanismo de un instrumento en peligro de extinción que lleva más de 4.000 piezas, un puñado de apasionados aún los crea y los restaura
Omar Giménez
ogimenez@eldia.com
Juan Pablo Fredes tenía 8 años cuando fue por primera vez a estudiar bandoneón. Lo hizo después de sentirse deslumbrado por un bandoneonista al que escuchó tocando folclore. Pero le bastó una clase para notar que, a su edad, apenas podía sostener ese instrumento, que pesaba doce kilos, y le costaba mucho abarcarlo con sus manos infantiles. Fue entonces que, con la mayor naturalidad, le preguntó a su profesor si no había bandoneones para niños. El docente le dijo que los había de estudio, pero no específicamente para niños. Ni bien salió de la clase, Juan Pablo le dijo a su mamá que, cuando fuera grande, construiría bandoneones para chicos.
Hoy Juan Pablo Fredes tiene 80 años y -después de una larga trayectoria como contador, trabajando en la Universidad, el poder judicial y paralelamente, tocando siempre el bandoneón- dedica sus días a cumplir aquella promesa. Su taller platense donde construye bandoneones para chicos tiene por estos días pedidos de Valparaíso (Chile), Tokio (Japón), Sidney (Australia) y de distintas provincias argentinas, según relata.
“Además de los bandoneones comunes estamos construyendo otros a los que llamamos “Nautilus”, que son series de instrumentos para que los chicos aprendan progresivamente. El primero tiene sólo dos notas en cada teclado, el segundo cuatro, el tercero ocho y así hasta completar los 71 botones de un bandoneón para adultos”, dice Fredes.
La historia de este luthier platense, que desde 2003 se concentró en la construcción de bandoneones para chicos, ilustra una tendencia propia de los últimos años: el surgimiento de distintos esfuerzos orientados a volver a construir bandoneones, del que participan luthiers como el porteño Baltazar Estol (especializado en instrumentos para adultos que hoy utilizan músicos de renombre como Víctor Lavallén o Juan José Mosalini) o instituciones como la Universidad de Lanús, que en 2017 construyó 40 instrumentos para distribuir en colegios secundarios.
Paralelamente a estas historias aparecen otras, como la del luthier porteño Pablo Lepiane, correspondientes a emprendimientos orientados a recuperar antiguos bandoneones en desuso y devolverlos a la vida y a los escenarios.
Todos estos esfuerzos demuestran que la pasión por construir y restaurar estos complejos mecanismos, integrados por más de 4.000 piezas, sigue vigente y alimentada por un contexto en el que estos instrumentos son cada vez más escasos.
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Pero para entender esta situación es necesario saber algo acerca de la historia del bandoneón -cuyo Día Nacional se celebra hoy en homenaje al nacimiento de Aníbal Troilo-, un instrumento nacido en Alemania en 1840 y creado como una suerte de órgano portátil para sustituir al órgano tradicional en iglesias rurales alemanas.
La ciudad alemana de Karlsfeld pronto se convirtió en el epicentro de la fabricación de los bandoneones, que comenzaron a llegar a la Argentina en la década de 1890 para convertirse en el símbolo del tango.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial iba a provocar que aquellas fábricas cerraran y sus instalaciones comenzaran a utilizarse con fines bélicos. Como consecuencia de esa situación, los bandoneones dejaron de fabricarse. Y cuando volvieron a hacerlo artesanalmente en países como Alemania y Bélgica, no llegaron a la Argentina por su alto costo.
Por estas razones, sumadas a que durante mucho tiempo antiguos bandoneones fueron sacados del país, en la Argentina se considera al bandoneón un instrumento en “peligro de extinción” y hasta existe una ley que -aunque nunca reglamentada- apunta a impedir que otros de estos ejemplares crucen las fronteras para no volver.
Este escenario hace que los antiguos bandoneones alemanes tengan hoy precios que rondan los 4.000 dólares en la Argentina y sean, además, difíciles de conseguir fuera de un mercado pequeño pero resistente al paso del tiempo.
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El porteño Pablo lepiane, luthier de bandoneones / télam
El platense Juan Pablo Fredes fabrica bandoneones para niños. Los piden desde Australia y Japón / Facebook
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