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Toda la semana |EL CIERRE DEL COSTA AZUL

Mucho más que un café: no sacrifiquen a La Plata

Una cafetería de la Ciudad que fue el punto de encuentro de amigos de la vida y personajes locales entrañables

Mucho más que un café: no sacrifiquen a La Plata

Una de las versiones que tuvo “El Costa” en la Ciudad

ABEL BLAS ROMÁN (*)

12 de Julio de 2020 | 02:37
Edición impresa

“Si se calla el cantor, calla la vida” dice en el clásico cancionero folklórico el poeta Horacio Guaraní. “Cierra el Costa y callan cuatro generaciones de platenses”, parodió un ciudadano de los expertos en vivir, la nueva designación que hemos adoptado los que hemos nacido por las medianías del siglo XX.

La cafetería “Costa Azul”, para toda la ciudad simplemente “El Costa”, era algo más que un café. Inscripto en la galería de los lugares históricos de encuentro, nació hace más de medio siglo de la mano de dos personajes inolvidables, los hermanos Venini. El “Tacho” Venini fue vendido por Estudiantes a River y el precio de su pase le valió al club comprador el mote de “millonarios” que aún lo identifica. “Pelusa”, su hermano, y los mozos legendarios fueron el “alma mater” del lugar que convocó por años a los platenses, que en ausencia de los celulares sabían dónde encontrarse con los amigos. Un café de gusto exquisito o la “copa de café” eran sus señas de identidad. Un día llegó a vender mil cafés, un número impresionante aún para los similares de Buenos Aires. Mil también son las anécdotas que jalonan su historia. Desde aquel mozo que ante la vista de todos desapareció porque había olvidado abierta la tapa del sótano, o el distinguido profesional que se llevaba a hurtadillas el diario EL DIA a media mañana para devolverlo al mediodía ante la complicidad refunfuñante de todos; y aquel caballero de alcurnia que se llevaba las propinas hasta que fue descubierto y no regresó nunca más.

El Costa nació en un pequeño reducto de 49 entre 7 y 8. Con el proyecto innovador, en esos tiempos, del estudio de arquitectura “Gómez Destrade-Vitale”, introdujo la barra de madera maciza y un atractivo trazado como elemento central, desplazando las mesas de las confiterías tradicionales. Ese primer Costa lucía una arquitectura de buen gusto y funcional que cambió para siempre el diseño de los bares. Allí estuvo desde 1962 a 1977, cuando se trasladó a su más legendaria ubicación en 48 entre 8 y 9 donde permaneció durante 35 años y vio desfilar a tres generaciones de platenses recogiendo historias entrañables.

Era posible cambiar dólares, comprar relojes o apostar a algún caballo pero, por sobre todo, tomar el mejor café y practicar el sacramento no escrito de la amistad. Según la hora y el lugar de ubicación (de pie en la barra, en la vereda o en los pocos asientos) se congregaban las distintas pasiones o intereses de la Ciudad. Los rugbiers, más cerca de la puerta; pinchas y triperos en el fondo. Todos se cruzaban, sin distinción de méritos o jerarquías: profesores, médicos eminentes, juristas destacados, deportistas con gloria o sin ella, comerciantes adinerados o justos de fondos. En cabildo abierto permanente y cambiante, como en la plaza de los griegos. Una muestra de democracia, convivencia y latidos de pura estirpe platense. Sin escalafón alguno, surgen nombres de antaño y de hogaño: Sosaya, Negri, Sbarra, Malbernat, “Poroto” Abadie, Villa Abrille, Jalil, Álvarez Gelves, Foutel, Gioia, Badoyán, Gascón, Villadeamigo, Cornelli; los Disario, Pachamé, los hermanos Bayo, Cacho Moreno, los Iturrería, “Carozo” Gómez Destrade, los mellizos Sorarrain y Cholo Vitale, los Ortale, Cafasso, Castiglione, Franco, Hernadorena, “Vida”Iabañez, Puppo, Luisito Pazos, Rogelio González, Carzalo entre muchos, conformaban la guardia permanente. Y en las camadas sucesivas: Maiztegui, Simoncelli, Reca, Millán, Miche, Busso, Mazzoni, Alonso, Caro Betelú, Bustos, Puente, Gavernet, Garriga, Von Koch, Gutierrez, Elverdín, Alardi, Villa, Sosa Aubone, y siguen las firmas. Hay tantos que nos los puedo contar y si algún nombre se me ha olvidado es por el tiempo y mi memoria.- Sientanse todos incluidos en esa mano caliente del afecto

El rugby se respiraba junto al sapiente Gómez Cabrera, a “Patuti” Cerviño y al glorioso Pochola Silva, entre tantos otros. La brillante medicina platense también tomaba café con la sencillez de Fermín García, Julio Grajales, García Azzarini y otras eminencias. No faltaban los abogados de primera línea cuyos nombres omito por razones de delicadeza, puesto que son mis amigos manifiestos y respetados. Pero si bien nunca hubo “visitantes” ilustres, porque todos eran locales (“mi segunda casa” es una de las expresiones más usadas por quienes definen al Costa en estos días), no se puede dejar de mencionar a dos notables visitantes: el distinguido jurista italiano Mauro Capelletti, que fue invitado por otro destacado académico pero argentino y platense, Mario Augusto Morello, y René Favaloro, llevado por Cacho Delmar, dos platenses de pura cepa.

Por supuesto, era el futbol el que subía la temperatura del debate, a tal punto que un célebre juez federal, para suavizar los ánimos, hubo de disparar un tiro al aire que dio lugar a uno de los primeros jury de enjuiciamiento de magistrados. Ante el tribunal desfiló media ciudad de La Plata y, desde luego, todo “el Costa”. Los jueces, con severidad, le preguntaron al doctor Merlo, otro histórico parroquiano: ¿Qué es el Café Costa Azul?

“Un lugar al que concurren profesionales universitarios, escritores, poetas, deportistas, comerciantes y reos meditabundos. Es decir, gentes de toda laya”, fue la desopilante respuesta pronunciada solemnemente. Hubo que desalojar la sala por el hilarante bullicio.

Después de 2012, el Costa se desmembró en tres pedazos y en este julio de 2020 ha seguido el triste derrotero de otras tiendas, bares y restaurantes que daban identidad a la Ciudad.

Tal vez la sangría empezó hace décadas, cuando cerraron El Siglo, Delmar, Ricardo Moreno o cuando se perdió el Jockey Club y luego El Cabildo y El Congreso y ahora La París y Almendra, pero a lo mejor hay algo más profundo. Los gobiernos parecen haber olvidado que esta ciudad es la capital de la provincia de Buenos Aires.

En “El Costa” se congregaban las distintas pasiones o intereses de la Ciudad

 

Si el destino insoslayable de La Plata, otrora el faro intelectual de la América del Sur, es desangrarse poco a poco, tal vez el cierre de “El Costa” no sea más que otra metáfora del ocaso de una ciudad que supo ser valorada como modelo de urbanismo, con una arquitectura del jerarquía universal y con una Universidad de excelencia y aliento democrático y libertario.

En ese caso, los “expertos en vivir” nos vemos obligados a advertir, y si se quiere a implorar: No sacrifiquen a la Ciudad!!!! Somos la capital de la provincia más grande del país, y es bueno recordar que capital quiere decir cabeza. Si se descabeza, la Provincia quedará sin cerebro, sin paradigma, sin liderazgo. Desde el fondo de nuestra historia, todas las voces dicen que sin esa cabeza sobreviene la anarquía o, si se prefiere, la anomia.

Un célebre cuento de Borges (“La Lotería de Babilonia” en “Ficciones”) imaginaba que entre nuestros ancestros hubo una generación completa de ludópatas que se jugaron primero sus fortunas, luego sus libertades y, por fin, el destino de toda su descendencia, y que nuestra suerte en la vida fue decidida por aquellos antepasados adictos al juego. Esperemos que nadie se esté jugando el destino de La Plata, que es el de la Patria, a la taba o la tapadita. La historia suele ser cruel con los truhanes.

 

(*) Abogado de La Plata

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