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Maximiliano de México: un emperador sin apoyo pero libertario

Heredero de los Habsburgo, es poco recordado por la historia de la realeza y sin embargo, en su breve paso por el trono, quiso contribuir a la independencia del país azteca

Maximiliano de México: un emperador sin apoyo pero libertario

Maximiliano I

Virginia Blondeau
Virginia Blondeau

20 de Marzo de 2022 | 09:26
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Decíamos, en nuestra última entrega, que buceando en el pasado encontramos personajes fascinantes que la historiografía ha puesto entre paréntesis condenándolos a ser actores de reparto a pesar de haber vivido vidas intensas. Tal es el caso de Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena quien figura en Wikipedia como “noble político y militar austríaco-mexicano”. Maximiliano desmayaría con esa definición de su persona. Encontraría que la palabra “noble” tiene gusto a poco, que “político” jamás fue y que “militar” fue solo a su pesar. Y, aunque nunca dejó de sentirse austríaco, sus últimas palabras fueron para México: “Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!”.

Maximiliano había nacido el 6 de julio de 1832 en Viena y era el segundo hijo del archiduque Francisco Carlos y la archiduquesa Sofía. Su hermano mayor, Francisco José, se convertiría algún día en emperador de Austria y Hungría. A pesar de ser diferentes, ambos hermanos crecieron en armonía. Francisco José, consciente de su destino, era un niño serio, con gran sentido del deber, que estudiaba con dedicación. En contraposición, Maximiliano fue un niño dulce, un adolescente romántico y un adulto soñador. Francisco José había heredado la rigidez mental de los Habsburgo mientras que Maximiliano era Wittelsbach ciento por ciento. Los Wittelsbach, casa a la que pertenecía su madre, eran inestables y fantasiosos.

Es difícil de entender porque, ya siendo emperador, Francisco José eligió como esposa a una Wittelsbach. La rigidez de él chocó contra el espíritu diletante de Elizabeth (más conocida como Sissí) quien, lógicamente, congenió mucho más con Maximiliano que con su marido.

“Voy a cumplir mi sueño más querido: un viaje por mar. Con algunos conocimientos, dejo la querida tierra austríaca. Este momento es una fuente de gran emoción para mí”

Maximiliano
escribía en su diario en 1851

 

Si ya el hermano mayor le tenía celos al menor por ser el preferido de su madre, la complicidad entre Sissí y Maximiliano terminó de convencerlo de que Max debía emprender un largo viaje lo más pronto posible y lo mandó a Hungría a sofocar una revolución de la que volvió asustado y espantado. Al regresar fue designado teniente de marina y se lanzó a recorrer el mundo. “Voy a cumplir mi sueño más querido: un viaje por mar. Con algunos conocimientos, dejo la querida tierra austríaca. Este momento es una fuente de gran emoción para mí”, escribía en su diario en 1851.

Residió unos meses en España donde quedó obnubilado por la arquitectura mozárabe de Andalucía pero desilucionado por lo mal que los Borbones llevaban los asuntos de estado en comparación con los Habsburgo que habían reinado en siglos anteriores en la península.

El fusilamiento del emperador de México. Óleo de Edoard Manet

Escribió en su diario: “La corte de Madrid está entregada a continuos placeres y licencias. ¡Qué lástima para el más bello reino de Europa! Bajo manos fuertes y sabias podría ser uno de los más florecientes y poderosos, pero los Borbones se han perpetuado y la tierra está hundida porque sus soberanos están hundidos. ¡Pobre, bello y querido país! Tendrías que tener una María Teresa (la gran emperatriz de Austria) que te enseñara que también una mujer puede prestar grandes y gloriosos servicios”. No era común que a mediados de siglo XIX alguien pusiera como ejemplo a seguir a una monarca mujer.

Maximiliano emitió decretos muy favorables al pueblo, como la abolición del trabajo esclavo

 

Luego Maximiliano recaló en Lisboa donde se enamoró de la princesa María Amelia de Braganza, hermana de Pedro II, emperador de Brasil y protagonista de nuestra anterior entrega. Los jóvenes se comprometieron pero la felicidad duró poco: al año siguiente María Amelia murió de tuberculosis. Este amor trágico dejó huellas imborrables en el alma de Maximiliano y selló su destino.

Sin deseos de volver a Viena, Maximiliano viajó por las costas de Grecia, Asia y África. Al volver a Europa conoció en Bruselas al rey Leopoldo I cuya hija, Carlota, no pudo resistirse a los encantos del guapo marino alto, rubio y de ojos claros. Leopoldo propició el compromiso porque adoraba a su hija y también porque le convenía emparentar con el poderoso emperador austríaco. Maximiliano no estaba enamorado pero sabía que tenía que casarse y tener hijos. Además la dote era cuantiosa. La boda tuvo lugar en julio de 1857 y la pareja se estableció en Viena. Carlota no era tan bella como Sissí pero sí mucho más inteligente, cautivadora y preparada para vivir en la corte.

“Charlotte es encantadora, bonita, atractiva, cariñosa y muy delicada conmigo. Me parece haberla amado siempre. Doy gracias a Dios por la maravillosa mujer que concedió a Max y también por la nueva hija que nos ha enviado”, escribió su suegra. Los recién casados impregnaron de buenas energías el aire del palacio en desmedro de la pareja formada por Francisco José, cada vez más envarado, y Sissí, cada vez más narcisista.

Los celos recrudecieron en el emperador quien tardó poco y nada en mandarlos a Italia como virreyes de Lombardía-Véneto. Era la primera vez que Maximiliano asumía un cargo público pero duró poco porque su política liberal no conformó ni a su hermano ni a los italianos que, en realidad, querían independizarse del imperio austro-húngaro. Su cargo fue revocado de modo que Maximiliano se sintió libre para volver a viajar. Quería visitar aquellos lugares en que había nacido, vivido y fallecido María Amelia, aquella primera novia, de modo que dejó a Carlota en Portugal y se embarcó hacia Brasil.

Se sentía orgulloso de ser el primer descendiente de los Reyes Católicos que pisara América, una tierra de cuya rica naturaleza le habían hablado en España. Una vez allí se dedicó a estudiar la flora y visitar a su primo, el emperador Pedro II, que, como él, era botánico vocacional.

Cuando meses después Carlota y Maximiliano regresaron a Europa se instalaron en el castillo de Miramar, en las costas de Trieste. Los cuatro años que vivieron allí fueron los más cercanos de esta pareja que tenía una relación extraña. Se profesaban amor profundo en su correspondencia pero pasaban largos períodos separados. Hay autores que consideran, incluso, que la falta de descendencia se debe a que el matrimonio nunca fue consumado o que, si lo fue, la poca frecuencia de las relaciones carnales, las enfermedades venéreas mal curadas de Max y la histeria patológica de Carlota dificultaron la procreación.

Se preguntarán los lectores a esta altura cómo llegaron Maximiliano y Carlota a ser emperadores de México. Lo cierto es que fueron peones al servicio de Francia y sus aliados que querían poner un pie en América, cobrarse un préstamo y contrarrestar el poder de Estados Unidos. Los entramados políticos que los llevan a ocupar, insólitamente, este trono no difieren demasiado de los que provocaron guerras más recientes.

En México había habido una sucesión de gobiernos monárquicos y republicanos que habían fracasado y un grupo de conservadores consideraron que un príncipe europeo al que se lo nombraría emperador era la solución. En Europa, el emperador de Francia, Napoleón III se ofreció, “desinteresadamente”, a buscarles un candidato. Maximiliano era ideal: amigo de los franceses, fácilmente manipulable, amaba a la exótica América y tenía a su lado una mujer que soñaba con tener un título que la equiparara con su cuñada Sissí. Max dudaba pero Carlota se puso firme: Sissí ya no podría mirarla con superioridad si ella también se convertía en emperatriz.

Maximiliano I y Carlota pasaron a ser Sus Altezas Imperiales de México en 1864

 

Hubo idas y vueltas. Les prometieron el oro y el moro. Les dijeron que el pueblo mexicano había aprobado mediante un referéndum a la monarquía y que les esperaban palacios suntuosos y riquezas por doquier. Además serían acompañados por tropas francesas, belgas y austríacas. Lo “único” que Francisco José le pidió a Maximiliano es que renunciara a los títulos y fortuna austríacos para él y sus descendientes. Si dejaba la corte de los Habsburgo no podría volver jamás. Primero se negó pero Carlota lo convenció ¿qué importaba seguir siendo un simple archiduque cuándo los aguardaba un imperio?

Así fue como el 10 de abril de 1864 se convirtieron en Sus Altezas Imperiales, Maximiliano I y Carlota de México e inmediatamente partieron hacia su nueva patria. Cuando llegaron a Veracruz nadie los estaba esperando y notaron el poco entusiasmo que suscitaban. Las únicas ovaciones las recibieron en Puebla, bastión de los conservadores, y en la selva donde los aborígenes creyeron que Maximiliano era la reencarnación de Quetzelcoalt, el legendario Dios de la Paz.

La ciudad de México, en cambio, fue bastante hostil y por más que Carlota y Maximiliano le pusieron empeño siempre se los trató como extranjeros impostores. Para colmo el Palacio Nacional fastuoso que habían prometido no era más que una construcción cuadrada sin gracia ni comodidades y tuvieron que instalarse en el Palacio de Chapultepec, en las afueras de la ciudad.

Una vez que Max asumió sus funciones, comenzó a darse cuenta de que, salvo los políticos conservadores y sus seguidores, ningún mexicano quería un emperador y que preferían a un gobernador mexicano como Benito Juárez quien, de hecho, se había autoproclamado presidente y había establecido la capital de la república en la ciudad de Chihuahua. Y por más que el imperio estuviera apoyado por potencias europeas, Juárez tenía un aliado no menos importante: Estados Unidos.

“Era liberal y soñaba con crear un imperio latino que se opusiese al poderío yanqui”

Octavio Paz,
Autor mexicano

 

De todas formas, a tozudos y ambiciosos no les ganaba nadie de modo que los emperadores hicieron todo para congraciarse con su nuevo pueblo y ganar adeptos. Maximiliano comenzó a emitir decretos muy favorables al pueblo como la abolición del trabajo esclavo lo que le valió el descontento de los políticos. También confirmó la separación de la iglesia del estado con lo que se puso en contra al Vaticano. Su modelo a seguir era su primo Pedro II, el emperador de Brasil, llamado “el Magnánimo”. En una de las cartas que le envía le dice cuanto lo admira y le cuenta que ha creado asociaciones para incentivar las ciencias. Resalta incluso como Carlota asume las funciones de estado cuando él recorre el enorme territorio. Octavio Paz, el autor mexicano, define el gobierno de Maximiliano como una ambigüedad: “Era liberal y soñaba con crear un imperio latino que se opusiese al poderío yanqui. Sus ideas no tenían relación alguna con los obstinados conservadores que lo sostenían”. Agreguemos, además, que hasta pensó en casar a su hermano menor, Luis Víctor, con la hija del emperador de Brasil y crear así la dinastía Habsburgo-Braganza que reinaría desde México hasta Argentina. Nadie apoyó esa idea y mucho menos Luis Víctor que era abiertamente homosexual y no pensaba casarse con nadie.

El 19 de junio de 1867 fue fusilado. Tenía 35 años. Su esposa Carlota lo sobrevivió 60 años

 

El primer año de reinado parecía discurrir en paz y con prosperidad pero las huestes de Juárez cada vez hostigaban más al imperio y Maximiliano no podía imponerse. Poco a poco quedó claro que la epopeya había sido un fracaso. Francia, Bélgica y Austria decidieron retirar las tropas y Maximiliano pensó en abdicar. Carlota no se lo permitió y decidió que ella misma iría a Europa a rogarle a Napoleón III y al Papa que siguieran apoyándolos. Claro que ya a esa altura Carlota había mostrado ciertos signos de paranoia y depresión y cuando llegó a la corte francesa ya estaba totalmente desquiciada.

Mientras, en México, Maximiliano nunca pudo formar un ejército para hacerle frente a Juárez de modo que fue apresado y condenado a muerte. Para evitarlo su hermano Francisco José le devolvió todos sus títulos austríacos y exigió que se le permitiera regresar pero todo fue en vano y el 19 de junio de 1867 fue fusilado. Tenía 35 años. Su esposa Carlota lo sobrevivió 60 años, la mayoría de ellos recluida en la corte belga bajo los cuidados de su familia paterna. Aunque hay autores que creen que nunca supo de la muerte de su esposo, en sus pocos momentos de lucidez escribió cartas que atestiguan lo contrario.

Tres años duró el Imperio. Y aunque la historia lo catalogue de fracaso y haya terminado con su muerte, seguramente Maximiliano se haya sentido feliz y orgulloso de haber enarbolado hasta el final sus ideales libertarios.

Maximiliano y Carlota

 

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