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Séptimo Día |UN FIESELER F1 DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

El que fabrica su propio avión para calmar sus ansias de volar

El deseo humano de ser como las aves. Una aspiración que lleva miles de años y que un mecánico de Villa Elisa está a punto de lograr en su taller. Una ambición que va desde Icaro hasta los drones

El que fabrica su propio avión para calmar sus ansias de volar

Raúl Miglio y su avión en construcción

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

28 de Agosto de 2022 | 05:18
Edición impresa

El ser humano nació con sed de volar, acaso porque nunca tuvo alas y vio a las aves en la libertad del cielo, eximidas de la ley de gravedad. Hace más de veinte siglos el poeta latino Horacio le anunció a Mecenas que él sería inmortal porque se metamorfosearía en cisne. Le aseguró que sería dueño de los altos aires y desde allí podría ver gran parte de la tierra. Bien sabe de esto un mecánico de Villa Elisa, como se verá más adelante.

El ansia de volar se reconoce también en la poesía griega, “Las Aves” de Aristófanes. Y acaso antes, los chinos inventaron el primer aparato creado para ascender, el barrilete, aquel modesto cometa de papel que nació para cumplir con una estrategia bélica imaginada por el general Han Hsin, que durante una campaña militar ordenó izar barriletes desde su trinchera para saber a ciencia cierta a cuántos metros se encontraban las murallas de la ciudad que sitiaba. Midió la extensión de los hilos para poder construir un túnel exacto, y con ese dato fue que pudo invadir por sorpresa a la fortaleza que sitiaba.

El arte se llenó de personajes aéreos como Mary Poppins y Peter Pan

 

El ansia de volar es tan remota como insaciable. Según los griegos, Dédalo ideó unas alas hechas con pluma y ceras para que él y su hijo, Icaro, pudieran huir de la prisión en Creta y así, volando, llegar hasta Sicilia. Del todo mal no les fue, porque llegaron a volar muy alto, tan cerca del sol, que, sin embargo, la cera se derritió y allí se produjo la primer tragedia aeronáutica.

Hubo decenas de intentas, algunos con fracasos también estrepitosos. El hombre no podrá volar nunca, dijeron los pesimistas. Pero Leonardo y muchos otros se devanaron el cerebro inventando extrañas máquinas para volar.

En Andalucía se dice que cerca de la ciudad de Ronda, allá por el 810, el pensador Abbas Quasim Ibn Firnas –inventor de objetos extraños- cuando tenía ya 65 años de edad diseñó y construyó un aparato volador, con plumas pegadas a una estructura de madera que se ajustaba a los hombros, algo que fue definido como un paracaídas o planeador primitivo.

Un historiador marroquí narró que “la gente observaba desde una montaña cercana cómo pudo volar una cierta distancia, pero el planeador cayó en picada hacia el suelo, lo que le produjo daños en la espalda”. Según los también pretéritos expertos, el moro Ibn Firnas, que logró sobrevivir, descubrió que se había olvidado que los pájaros tenían cola y que con ella también lograban mejores vuelos y sobre todo aterrizajes pertinentes. Otros intentos posteriores terminaron igual, con el piloto estrellándose contra las barrancas de la región.

El hombre lanzó o intentó lanzar desde entonces a los cielos globos aerostáticos, el tornillo aéreo (ancestro del helicóptero) de Leonardo Da Vinci, hizo transitar a niños por el cielo en viajes literarios asidos al cuello de gansos doméstico. El arte se llenó de personajes aéreos como Mary Poppins y Peter Pan, de aviones rudimentarios que saltaban algunos metros como langostas y luego se precipitaban y después vinieron las décadas de los silenciosos zeppelines, los acrobáticos Focke Wulf de dos alas y la aviación hecha y derecha, con motores y turbinas potentes, los jets, la cohetería que invadió espacios estelares, la última oleada de los drones que vigilan desde arriba y preanuncian, según los conocedores, las máquinas voladoras personales.

“El avión sólo concede sus favores a los espíritus nuevos, y los cobija bajo sus alas”

 

Los escritores se rindieron frente a la aviación. Un artículo de Alfredo Valenzuela en el diario español La Vanguardia recuerda la fascinación que le causó a los intelectuales la aparición de las máquinas voladoras. El imaginativo Ramón Gómez de la Serna sostenía allá por 1925 que “la hélice es el trébol de la velocidad”. De pronto los hombres podían viajar en horas desde Alaska hasta Tierra del Fuego.

En esas primeras décadas del siglo pasado las editoriales hispánicas publicaron “La vuelta a Europa en avión” (de Chaves Nogales” o “Al Senagal en avión” de Luis de Oteyza. Y además, una antología con el premonitorio título de “Nuestro futuro está en el aire”.

En su artículo de Valenzuela, titulado “Literatura de altos vuelos”, cita al escritor Ernesto Caballero, cuando dijo: “que “el avión es el caballo de alas de los poetas” y más adelante que “el avión sólo concede sus favores a los espíritus nuevos, y los cobija bajo sus alas como polluelos del aire”. Claro que de la mano de tantas metáforas, la actividad económica internacional registró un notable crecimiento global a partir de la presencia del avión

SU PROPIO AVIÓN

“¿Cuál es mi sueño? Terminar este avión y salir a volar por el país, despegar o aterrizar en cualquier lado, ver la belleza de los paisajes, saber que me esperan amigos en distintos lugares. Por eso es que estoy construyendo este avión desde el año 2006”, dice el piloto civil Raúl Marcelo Miglio (1858), propietario de un taller mecánico ubicado sobre el camino general Belgrano, en Villa Elisa.

Fieseler Fi 156 Storch (Museo de la Real Fuerza Aérea de Cosford) / Web

Lo de despegar y aterrizar en cualquier lado no es teórico. Ocurre que Miglio, con paciencia y voluntad de artesano está construyendo un Fieseler Fi 156 Storch (storch significa ‘cigüeña’ en alemán, por las largas patas de su tren de aterrizaje). Se trata de un avión que prestó valiosos servicios en la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, el Fieseler puede despegar en 20 metros y aterrizar en 40. Su versatilidad –no su capacidad bélica- lo hizo muy valioso para prestar toda clase de misiones.

Ramón Gómez de la Serna sostenía allá por 1925 que “la hélice es el trébol de la velocidad”

 

El Fieseler perteneció a la Lufwaffe alemana, es decir fue parte de la aviación nazi. Pero Miglio se aleja por completo de toda connotación de tipo ideológica: “Nada que ver, Lo elegí por sus notables condiciones de vuelo, nada que ver con el hecho de que fue útil para los nazis. Se trata de un avión totalmente versátil, que prestó servicios tanto en Siberia como en el Africa”, explica.

Con un monomotor, el Fieseler puede llegar a volar a una velocidad crucero de sólo 35 km/h, convertido casi en un helicóptero o llegar hasta una velocidad máxima de unos 190 km/h. Puede transportar a unos seis pasajeros y acaso ocho.

“¿Cómo hago desde el punto de vista económico? Vea, para contar con un avión propio hay que tener una de estas dos cualidades: o ser millonario, o tener mucho tiempo. Yo no soy millonario, pero dispuse siempre de tiempo. Tanto, que llevo ya más de quince años construyendo este modelo”.

El taller en el que se encuentra el avión en su etapa de construcción

PILOTO GRADUADO

Piloto civil graduado hace tiempo en Chascomús, durante varias décadas Miglio trabajó como reparador de grandes máquinas viales y ahora de camiones, pero, dice, “tanto las máquinas como los camiones me jubilaron, así que al taller lo atienden dos chicos jóvenes, yo superviso y al mismo tiempo avanzo con el avión buscando las piezas originales en todos lados, para ser fiel con el modelo original”.

Ciertamente, en su taller de Villa Elisa, ocupado por enormes camiones y algunos autos en reparación, encontró lugar para poder ubicar a su avión, al que cuesta descubrirlo, instalado como se encuentra entre vehículos de gran porte. “Veremos cómo haré para sacarlo cuando esté listo…a lo mejor habrá que romper alguna pared…”. El día de la entrevista Miglio se encontraba trabajando sobre las nervaduras de pino Paraná que vertebran las enormes alas de dos metros de ancho. Al acercarse, el Fieseler se impone por su presencia inesperada allí.

Hay una diferencia entre el Fieseler original y el de Miglio: “el original era naftero, un Argos V8 de 240 caballos, mientras que el que fabrico yo será propulsado por un motor gasolero FK de 200 caballos”.

Un Fieseler Fi 156 Storch / Web

Miglio recorrió aeropuertos públicos y privados y de cada uno de ellos pudo rescatar alguna pieza. A las que no pudo rescatar, las torneó en su taller. Los trámites administrativos necesarios los vino realizando ante la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC), además de mantener reuniones con los aeroclubes de nuestra zona para anticipar gestiones por el primer vuelo. “En muchos lugares me dijeron que estaba loco…Lo cierto es que el avión está próximo a ser terminado”.

El hombre quiere volar. Y para eso está construyendo su avión, su “Cigüeña” propia que, imagina, lo podrá llevar a poder ver el río Salado desde lo alto –“usted no se imagina la belleza del Salado visto desde arriba”- a la desembocadura del Samborombón, a cualquier punto de la Provincia y del país. Para eso eligió a una aeronave de alta sustentación que, llegado el caso, si el motor llegara a plantarse, le otorga también unos 25 minutos de planeo seguro.

Miglio no improvisa. Además de construir una copia fiel del Fieseler, tiene gente idónea que lo asesora y ayuda. La familia lo apoya. No le faltan herramientas especiales. El “Storch” ya casi está, con su terso fuselaje de lona verde y sus amplias ventanillas en la cabina de vuelo. Ya en vuelo, desde allí sólo se ocupará de “mirar la belleza de mi país”. Migulio tuvo un sueño y lo está convirtiendo en realidad.

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