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La novela inconclusa del autor francés puede ser considerada una historia de aventuras pero, a la vez, un viaje de trascendencia espiritual
AUGUSTO MUNARO
Escrita entre 1938 y 1944, la novela inconclusa del escritor, ensayista, traductor y poeta francés René Daumal (1908-44), puede ser considerada como un libro de aventuras, un relato sobre alpinismo y, a su vez, un viaje de trascendencia espiritual. Un grupo de ocho investigadores y amigos deciden viajar hacia el elusivo y fantástico Monte Análogo, ese punto misterioso y escondido “que une el Cielo con la Tierra”. Ahora bien, para que una montaña pueda asumir el papel de Monte Análogo, es necesario que su cima sea inaccesible, pero su base accesible. El lector pronto percibirá que el monte, asimismo, no es otra cosa más que el alma de cada explorador, la puerta a través de la cual será posible librarse de este mundo falaz. El objetivo, entonces, es ingresar a ese lugar, o colocación espiritual –el acceso a la gran iluminación–, con el fin de dar con esa humanidad superior, que el padre Sogol (un palíndromo del Logos) refiere, un monje que cree localizar el sitio en alguna parte del Pacífico Meridional. Estamos ante una variada dosis de brahmanismo, surrealismo, budismo metafísico, locura visionaria; ingredientes que convierten a la novela en un caso único de fresca originalidad poética.
Así, en un viaje más trascendente que material, sus personajes discuten sobre física y filosofía oriental –el sánscrito y la doctrina de G. Gurdjieff, en ese sentido se hacen evidentes, junto con conceptos de física que involucran al propio Einstein–, con el fin de trascender su concepción de la realidad. Siguiendo un plan de tintes esotéricos, pronto los aventureros fletan el “Imposible”, un buque que los deja, tras larga travesía, en Puerto-de-los-Monos, un fantástico sitio donde la electricidad no exite, y una flora y fauna extrañas lo invaden todo como una “enredadera arborescente y de crecimiento tal que se la utiliza como una dinamita lenta para mover las rocas cuando se realizan trabajos de excavación”; o especies extrañas de cienpiés circulares, de casi dos metros de longitud que, curvándose en círculos, se divierte rodando a toda velocidad desde lo alto de las pendientes desmoronadas; etc. Entre enseñanzas de los guías y la narración de antiguos mitos (hay hasta lugar para el despliegue de una singular teogonía, aquí), Daumal, agitador de las vanguardias parisinas, devenido en patafísico, articula un firme pulso narrativo a través de episodios inspirados en fuentes tan poco frecuentadas en la literatura como son los Vedas, Platón, o René Guenon.
Sin mayores dilaciones, los personajes comienzan el ascenso al Monte Análogo atravesando toda una serie de adversidades. Somos testigos de cimas nevadas, pendientes boscosas y precipicios calcáreos. Escapamos de las regiones inferiores, la base de la montaña, para pronto divisar una nueva perspectiva del Universo. Escalan de refugio en refugio, dejando provisiones para los que vendrán a ocupar el lugar que se deja. Las expectativas crecen. A medida que inician el ascenso, los personajes se fueron deshaciendo del equipo alpinista, e incluso desprendiendo de sus nombres con que solían llamarse en sociedad. En ese sentido, hay un despojamiento progresivo hacia lo esencial. Un camino de ascesis en el que se encontrarán a sí mismos. La trama se trunca en mitad de una frase del capítulo cinco de la novela. Daumal –víctima de una aguda tuberculosis pulmonar– muere a los 36 años, pero no así las especulaciones sobre su infinidad de posibles finales que fantasea cada nuevo lector del libro.
Ocho investigadores deciden viajar hacia el Monte Análogo, ese punto “que une el Cielo con la Tierra”
La presente edición reproduce las ilustraciones originales del autor, y varios anexos, como el postfacio de Vera Daumal, que enriquecen el valor testimonial de la obra. La traducción de Guillermo Piro cuenta además con un epílogo suyo titulado “La montaña como lenguaje”, donde, entre otras apreciaciones, registra casi toda una tradición de notables obras inacabadas: El castillo, de Franz Kafka; Corto viaje sentimental, de Italo Svevo; El misterio de Edwin Drood, de Charles Dickens, entre tantas otras que bien podrían incluir además Las almas muertas, de Nikolái Gógol; Farsalia de Lucano; El hombre sin atributos de Robert Musil, o la inigualable El buen soldado Švejk, de Jaroslav Hašek. Lo inconcluso, acaso, como perfecta metáfora del destino del hombre.
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