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Política y Economía |EL INICIO DE UNA ERA, QUE PERDURA DESPUÉS DE SU FALLECIMIENTO

Crónica del Presidente inesperado: a 20 años de la asunción de Kirchner

Recibió el mando el 25 de mayo de 2003, de manos de Duhalde. En las elecciones había sacado sólo el 22 por ciento de lo votos

Crónica del Presidente inesperado: a 20 años de la asunción de Kirchner

La entrega del mando a través del bastón, con el que Néstor Kirchner hizo malabarismo / Archivo

Mariano Pérez de Eulate

Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com

25 de Mayo de 2023 | 03:26
Edición impresa

Aquel 25 de mayo de 2003, hace hoy 20 años, Néstor Kirchner juró como presidente de la Argentina pero resultó ser mucho antes de lo que él había imaginado como el mejor de los escenarios posibles.

Cuando en 1999 el peronismo perdió las elecciones nacionales frente a la Alianza UCR-Frepaso, el entonces gobernador de Santa Cruz intuyó que era el momento ideal para replantear varias cosas en un partido que, esencialmente, sólo se concibe a sí mismo en el poder. Así, en el inicio del siglo, empezó a recorrer con paciencia todo el país, presentando lo que era sólo una nueva línea interna del PJ. La bautizó “La Corriente”.

La dirigencia peronista de las provincias que no estaba alineada con el gobernador de turno, lo recibía casi como a un personaje excéntrico o, en algunos casos, marginales de los peronismos locales. Un concejal por allí, cierto diputado por allá. Algunos intendentes le abrieron las puertas de sus pueblos. Pero era un desconocido para la mayoría de la gente de a pie, con un apellido difícil de pronunciar y una figura poco agraciada.

Muy astutamente, Kirchner capitalizaría las ironías que provocaba esa cuota de excentricidad sureña: él decía que quería ser presidente y reivindicaba un discurso nacional, antiliberal y de perfil peronista. Apuntaba, en rigor, al año 2007 porque daba por descontado -como todo el justicialismo- que la Alianza gobernaría al menos dos períodos. Lo dicho: se le terminaría dando cuatro años antes aquel deseo que en esa época sonaba a utopía, a rareza.

Esas incursiones en las provincias solía hacerlas los fines de semana. Porque era cuando su agenda de mandatario santacruceño quedaba liberada, claro. Pero también por una lógica mediática medio precaria: Kirchner creía que la gente miraba más televisión los sábados y domingos. Por eso sus viajes eran cubiertos indefectiblemente por el canal Crónica TV, que para él era el más popular del país y solía replicar sus escapadas en los segmentos noticiosos. Quien entonces manejaba las cuentas ese medio todavía debe estar agradeciendo semejante inversión publicitaria. Muchos otros políticos, con el tiempo, replicarían esa táctica.

Pero en el mundillo político Kirchner no era tan desconocido. Desde el 2000, fue protagonista de profundas discusiones económicas entre el grupo de provincias más chicas del país y el gobierno de Fernando De la Rúa, que todo el tiempo pedía ajuste fiscal a los gobernadores cuando el Plan de Convertibililidad demostraba estar agotado y, como ahora, la economía se quedaba sin dólares.

Se convirtió así en un vocero de las llamadas provincias “chicas”, casi todas gobernadas por el peronismo, que se reunían con espíritu de equipo en una sede porteña junto a sus “rivales” internos, el puñado de distritos más grandes. Básicamente Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Los unía la necesidad de resistir las presiones de recorte de la Casa Rosada. Hasta que cayó De la Rúa, aquel 20 de diciembre de 2001.

 

Uno de los hitos discursivos del kirchnerismo fue la demonización del Fondo Monetario

 

Cuando Eduardo Duhalde, entonces senador nacional, asumió la presidencia para concluir el mandato del radical por decisión de la Asamblea Legislativa, el 2 de enero de 2002 y después de la seguidilla de mandatarios fugaces, Kirchner estaba distanciado del bonaerense.

SU DISPUTA CONTRA EL FMI

De esa época data el nacimiento de uno de los hitos discursivos del kirchnerismo: la demonización del Fondo Monetario Internacional. En efecto, ya con Duhalde en la Rosada el santacruceño se plantó en contra de que el Congreso nacional derogara la Ley de Subversión Económica, un reclamo del Fondo para reanudar la ayuda financiera a la Argentina que le había cortado al gobierno de la Alianza. Los legisladores santacruceños votaron en contra, entre ellos la entonces senadora Cristina Fernández.

Muy resumidamente, la norma que al final se derogó era de 1974 y castigaba a empresarios y banqueros por maniobras dolosas como el vaciamiento de empresas. Pero en aquel 2002 varios jueces la estaban aplicando también para procesar a dueños y accionistas de bancos en causas vinculadas al corralito financiero. El FMI decía que esa situación generaba inseguridad jurídica y eso ahuyentaba a los inversores extranjeros, imprescindibles para reactivar la economía.

A mediados de 2002, el 26 de junio, la Policía Bonaerense fusiló a los dirigentes sociales Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en la estación ferroviaria de Avellaneda, pleno Conurbano. Y a Duhalde, que veía que la economía iba a despegar y por eso se pensaba candidato a presidente en 2003, el mundo se le trastocó. El miedo a que la posible respuesta social a la masacre le explotara en la calle, en un país crispado desde hacía meses, lo llevó a anunciar que adelantaría las elecciones: serían en abril del año entrante, no en octubre. Y él no sería candidato.

UN RIVAL PARA MENEM

El primer efecto de esa decisión fue el anuncio del gran rival de Duhalde en el peronismo, que además representaba una visión opuesta del camino de reconstrucción que debía seguir el país. Carlos Menem, que había dejado el poder en el ‘99 con cierta imagen negativa por una gestión asociada con casos de corrupción, volvería a competir por la presidencia. Iría a elecciones internas contra quien sea. Ante una sociedad susceptible porque le habían tocado los ahorros y porque sentía las consecuencias de una devaluación, el caballito de batalla del riojano sería la remembranza de la establilidad (ficticia) de la ecuación “un peso igual a un dólar”.

Duhalde, pues, desplegó una estrategia a dos puntas. Una: no le concedería a Menem la interna peronista porque intuía que éste podía ganarla. Dos: debía buscar un buen rival para enfrentarlo.

Sobre este último punto, primero pensó en el gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann. Un hombre hiper conocido por su pasado de piloto, vinculado al campo -el gran beneficiario de las medidas económicas post-convertibilidad- y con fama de prolijo. La famosa y misteriosa frase “ví algo que no me gustó” marcó la deserción del “Lole”. Nunca se supo qué vio.

Después se pensó en el cordobés José Manuel de la Sota, de los mejores cuadros que dio el peronismo desde la llegada de la democracia. Duhalde lo rodeó de sus coroneles bonaerenses para recorrer la Provincia y asentarse. “No mide en las encuestas”, se diría luego para explicar la salida de escena de “El Gallego”. Raro: era uno de los gobernadores más conocidos.

Incluso el bonaerense Felipe Solá recibió el convite. Había reemplazado en la gobernación a Carlos Ruckauf, que migró a la Cancillería duhaldista. Solá, siempre afecto a las conspiraciones, creyó ver un plan del Presidente para sacarlo de la Provincia y también dijo que no.

 

Kirchner se convirtió, desde la Ley Sáenz Peña en 1912, en el presidente menos votado

 

Y ahí fue cuando apareció Kirchner, ya bastante entrado el año 2003. Imposible que en ese momento el sureño haya sido mas conocido que De la Sota para el gran público, como dijo el relato oficial. Misterios. Pero, evidentemente, tuvo más osadía que sus colegas. Se convirtió en el candidato del gobierno de Duhalde, que puso aparato y recursos para convertirlo en el némesis de Menem, aquel presidente con el que Néstor se había alineado en el inicio de los años 90 (es implacable el archivo) pero ahora se disponía a combatir, con el cuchillo entre los dientes y como si la historia no existiera.

Con una martingala judicial y legislativa, Duhalde logró que se suspendieran las elecciones internas abiertas de ese año. Así, todos los distintos frentes electorales irían directamente a la elección general del 27 de abril de 2003 en la que sólo se elegiría a su sucesor. La interna del PJ sería, en definitiva, el mismo día del comicio presidencial.

Así, el justicialismo presentó tres propuestas. Una liderada por Menem, otra por el puntano Adolfo Rodríguez Saá (que pensaba que su fracasado paso fugaz por la Rosada le garantizaba la entrada al ballotage) y la última por Kirchner. Néstor sería, pues, el postulante del oficialismo.

Menem resultó el candidato más votado, con el 24,25 % de los votos. Kirchner quedó segundo, con el 22,25 %. Su compañero de fórmula era el porteño Daniel Scioli. Tercero quedó Ricardo López Murphy, con el 16,79 %; cuarto se ubicó “El Adolfo”, con el 14,11 % y quinta Elisa Carrió, con 14%. La segunda vuelta del 18 de mayo sería entre el riojano y el santacruceño.

“Como decía la compañera Evita, renuncio a los honores y a los títulos, pero no a la lucha”, recitó Menem en el precario spot con el que informó a la ciudadanía sobre su decisión de no asistir a la segunda vuelta. De bajarse. Eso fue cuatro días antes de la misma, desde La Rioja. Los sondeos le vaticinaban una paliza: Kirchner iba a ser el depositario de absolutamente todos los votos en su contra, peronistas y no peronistas.

LOS PRIMEROS PASOS

Kirchner se convirtió así, desde la instauración de la Ley Sáenz Peña en 1912 que estableció el voto secreto y obligatorio para los argentinos, en el primer presidente en asumir sin ser el más votado el día de la elección. Una debilidad de origen que revertiría en los siguientes dos años.

Su asunción fue el 25 de mayo de 2003, hace dos décadas. Era una jornada fría y de sol. Treinta años antes, el mismo día, Héctor Cámpora juraba como presidente en su rol de suplente de Perón. Es uno de los tantos datos que definen al kirchnerismo. En su discurso ante la Asamblea Legislativa, Kirchner, que nunca formó parte de organizaciones armadas del PJ de los setenta, empezó a surcir un relato que se mantiene hasta hoy: “Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias”, se presentó. Cristina acaba de rescatar ese concepto hace días, con el agregado de que ella cree que los hijos de esa generación son los sucesores legítimos del proyecto.

Con pocos votos y el reclamo “que se vayan todos” aún resonando, Kirchner apostó a mostrarse como un hombre común, cercano a la gente. Algo que no hacía en Santa Cruz, donde era casi un señor feudal. Rompió protocolos, se zambulló en multitudes. Aquel 25 de mayo, en medio de un tumulto de afecto, un fotógrafo de Clarín lo golpeó en la frente con su cámara cuando se dirigía a reemplazar a Duhalde. Por eso asumió con una bandita en la frente.

En el Congreso, se permitió agitar el bastón de mando como si fuera un juguete. No era el líder de su partido pero, se comprobaría luego, tenía una plan para serlo.

Esa foto inusual marcó el inicio de un polémico ciclo de poder de dos décadas, que pudo sobrevivir a su muerte en 2010 y que en estos últimos años, de evidente derrumbe constitutivo y moral, debate consigo mismo el papel que ocupará en los libros de historia.

 

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