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Séptimo Día |ENTRE EL SUEÑO Y LA REALIDAD

Los escritores más raros de la literatura rioplatense

Dos talentos, el argentino Macedonio Fernández y el uruguayo Felisberto Hernández. Cultores de varios géneros, poseedores de un estilo que sigue deslumbrando a las jóvenes generaciones

Los escritores más raros de la literatura rioplatense

El uruguayo Felisberto Hernández

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

14 de Julio de 2024 | 05:49
Edición impresa

Macedonio Fernández (1874-19529 debe haber sido el primer escritor y pensador argentino que promovió la idea de que la realidad es más frágil de lo que podría suponerse y que su precariedad necesita del sueño humano que le dé sustento y le impida disolverse. Y Macedonio se vería replicado poco después por el autor uruguayo Felisberto Hernández. Ambos autores son de culto

“El Universo o la Realidad y yo nacimos el 1 de junio de 1874 y es sencillo añadir que ambos nacimientos ocurrieron cerca de aquí y en la ciudad de Buenos Aires. Hay un punto para todo nacer, y el no nacer no tiene nada de personal, es meramente no mundo” dijo Macedonio en una de sus tantas proclamas autobiográficas.

No es temerario aceptar que, en su cuerpo de doctrina, antes de nacer no había mundo alguno. Nada existía anterior a su toma de conciencia y ello no resulta del todo incompatible, sobre todo entre quienes viven en el continente joven del planeta, tan negador de genealogías. Otro cultor del idealismo, como el español Miguel de Unamuno dijo en ese tiempo que “en América, más allá del abuelo todo es teología”.

Alguien catalogó a Macedonio como “filósofo de la nada”. Hay otra cita que vuelve sensata esa calificación, una frase del propio Macedonio: “Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían y aún no había creado el mundo, todavía no había nada. También eso ya me lo han dicho, repuso quizá desde la vieja hendida Nada. Y comenzó. Una frase de música del pueblo me cantó una rumana y luego la he hallado diez veces en distintas obras y autores de los últimos cuatrocientos años. Es indudable que las cosas no comienzan cuando se las inventa. O el mundo fue inventado antiguo”.

La rumana que le cantó una frase de música del pueblo se multiplica en distintas formas del arte. El arte –la literatura, la música, la pintura, la escultura y así también la inventiva humana que echó humo por las chimeneas de la revolución industrial y ahora fluye silente en las pantallas- la suma del arte humano nació, entonces, para sostener a la realidad. Para evitar que el Universo y la realidad se conviertan en una vieja y hendida nada.

“A esa reunión faltaron tantos, que si falta uno más no cabe”, es otra muestra del humor de Macedonio, en quien tanto se inspiraron Borges, Cortázar y a su modo también Marechal en su Adan Buenosayres, en donde los personajes se trompean contra el sentido común. Pero si hubiera que hablar de seguidores, allí debiera nombrarse al uruguayo Felisberto Hernández.

Para darle andadura a las teorías de Macedonio, Borges –que lo admiraba “casi hasta el plagio”- elogió a los noctámbulos, a los trasnochadores. Porque ellos garantizan la continuidad del mundo, sostuvo. Si la realidad es la creada por los hombres, cuando estos duermen –la inmensa mayoría en horas nocturnas- entonces el universo entraría en riesgo de desaparición. La realidad se disolvería y todo retrocedería a instantes antes del big-bang. Afortunadamente, entonces, unos pocos bohemios se mantienen despiertos y así aseguran a la realidad, la hacen sobrevivir.

 

“Siempre pensé que el misterio era negro. Hoy me encontré con un misterio blanco”

 

Dos cosas habría que añadir sobre este Macedonio, filósofo de la nada. Una de ellas es su humor, con el que pegaba hachazos a la realidad y dejaba al mundo en duda. Acá va otra muestra: “Un hombre entra a un restaurante y le dice al mesero: ‘Joven, ¿me da un café sin crema por favor? El mesero le responde: ‘Disculpe señor, se nos terminó la crema, ¿se lo puedo ofrecer sin leche?”. Macedonio es molesto porque obliga a pensar.

Toda ilación se interrumpe. De Macedonio Fernández se desvían atajos contradictorios. Alguien conjeturo que cuando murió su mujer, Elena de Obieta, su inmenso duelo hizo que de inmediato quisiera abolir la realidad y así empezó a latir en su herida intimidad una metafísica, la suya, tan majestuosa como ignorada por la gente normal.

“Escribir no era una tarea para Macedonio Fernández -sostuvo el autor de El Aleph-. Vivía para pensar. Macedonio no le daba el menor valor a su palabra escrita; al mudarse de alojamiento, solía olvidar sus manuscritos de índole literaria o metafísica, que se habían acumulado sobre la mesa y que llenaban los cajones y los armarios. Mucho se perdió así, acaso irrevocablemente”.

Concluyó así Borges que a Macedonio le interesaba poco la publicación, le importaba mucho menos la alternativa de editar que el pensamiento: “Consideraba que escribir y publicar eran tareas subalternas. Sus relatos tienen el sabor de lo espontáneo; también la frescura y el descuido del artículo periodístico”

FELISBERTO

Su nombre de pila fue Felisberto. Tan raro como Macedonio, al que admiró. Nació en la otra orilla y no se mojó, hubiera dicho Macedonio del escritor uruguayo Felisberto Hernández (1902-1964) que fue un verdadero renovador de la literatura rioplatense.

 

“Escribir no era una tarea para Macedonio Fernández. Vivía para pensar”

 

El novelista Roberto Bolaño aconsejó: “Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez”.

El escritor uruguayo Maximiliano Castillo dijo de Felisberto: “Felisberto Hernández, casado cuatro veces y con dos hijas, murió en el Hospital de Clínicas de Montevideo en enero de 1964 de una leucemia aguda. Siendo uno de los escritos más importantes de Uruguay, compartió cartelera literaria con la “generación del 45” que pertenecía al semanario Marcha. Sin quererlo pasó a ser uno de los raros de la literatura que fue calificado por Elvio Gandolfo como “ese hombre que luchó a brazo partido, con tenacidad demoníaca, por describir un proceso esquivo, o mezclas extrañas de imágenes (humanas, animales, de objetos), y que lo logró con humor y genialidad”.

No hay dudas de que este excéntrico creador se vio inspirado por Macedonio. Fue primeramente pianista y después escribió libros, para llegar a ser muy admirado, por Cortázar, García Márquez, Italo Calvino y, entre otros, por Onetti. La suya fue una vida de pobre, habitante de pensiones miserables, pero con mucho también de bon vivant que divirtió a París.

“Ya sé que para admirarte basta leer tus textos, pero si además se los ha vivido paralelamente, si además se ha conocido la vida de provincia, la miseria del fin de mes, el olor de las pensiones, el nivel de los diálogos, la tristeza de las vueltas a la plaza en el atardecer, entonces se te conoce y se te admira de otra manera”, le escribió Cortázar una vez.

Un consagrado como el italiano Italo Calvino, que prologó la versión italiana del cuento “Nadie encendía las lámparas (Nessuno accendeva le lampade, Giulio Einaudi Editore, Turín, 1974), lo definió a Felisberto Hernández como “un escritor que no se parece a nadie: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos, es un ‘francotirador’ que desafía toda clasificación y todo marco, pero se presenta como inconfundible al abrir sus páginas”.

En uno de sus cuentos, “La casa de Irene”, dice al pasar: “Siempre pensé que el misterio era negro. Hoy me encontré con un misterio blanco”. Los dos misterios se encuentran, como las teclas de un piano.

En 1943, Felisberto Hernández, separado de su tercera mujer, viajó a París donde conoció a María Luisa de las Heras (alias de África de las Heras), española, veterana de la Guerra Civil y agente de la KGB a quien se le encomendó seducirlo, porque esa agencia necesitaba datos de Montevideo. Era una espía rusa y él no lo supo. En 1949 se casaron e instalaron en Montevideo, donde ella trabajó como modista y comerciante de antigüedades, actividades que encubrían su red de espionaje. Al año se divorciaron y ese capítulo de su vida sirvió para que un uruguayo (Raúl Vallarino) y una argentina (Alicia Dujovne Ortíz) escribieran sendas novelas.

 

“Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges”

 

Su recomendables libros fueron Fulano de Tal (1925); Libro sin tapas (1929); La cara de Ana (1930); La envenenada (1931); Por los tiempos de Clemente Colling (1942); El caballo perdido (1943); Nadie encendía las lámparas (1947); Las hortensias (aparecida por primera vez en la revista uruguaya Escritura en 1949).; Explicación falsa de mis cuentos («manifiesto estético», aparecido en la revista La Licorne en 1955); La casa inundada (1960); El cocodrilo (1962); Tierras de la memoria (inconclusa, 1964); Obras completas, México, Siglo XXI, 2008 (or. 1983), ISBN 978-968-23-1255-7. En tres volúmenes, recoge en el primer tomo cuentos inéditos de su primera etapa y, en el último, Diario de un sinvergüenza y Últimas invenciones.

“¿Quién no acaricia media ilusión?” fue un interrogante planteado por Felisberto. El montevideano dejó la respuesta en silencio, en el blanco de una hoja.

El argentino Macedonio Fernández

 

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