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Sergio Pomares
spomares@eldia.com
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El fútbol de La Plata despide con tristeza a uno de sus hijos más queridos. Rubén "El Nene" Oscar Di Bastiano, exjugador de Gimnasia, falleció esta madrugada a los 75 años. Había nacido el 4 de septiembre de 1949 y fue un defensor recordado por su entrega y temple en la cancha. Y era nieto del principal fundador de la propuesta futbolera más grande e insólita de la ciudad -más allá de Gimnasia y Estudiantes-: que toda una familia forme un club.
Di Bastiano jugó un total de 48 partidos en el Lobo, entre 1970 y 1972, y luego entre 1976 y 1977, etapa en la que también marcó cuatro goles. Durante su carrera, también dejó una huella importante en Temperley, donde fue muy querido entre 1973 y 1975, y vistió las camisetas de Argentino de Quilmes y Arsenal. Luego de su etapa como jugador, fue taxista.
Su partida enluta al fútbol del ascenso y a la comunidad albiazul, que lo recuerda con afecto por su profesionalismo y calidez humana dentro y fuera de la cancha. Va a ser velado en 2 entre 41 y 42, entre las 16 y 20 horas.
En el corazón de La Plata, entre adoquines, veredas recién nacidas y acentos que mezclaban el italiano con el lunfardo criollo, floreció una historia única, de esas que el fútbol abraza con alma de tango. Es la historia de los Di Bastiano, la familia más futbolera que haya conocido la ciudad, y que conmovió a generaciones con su pasión, su unión y un sueño hecho pelota.
Todo comenzó en 1890, cuando Andrés Di Bastiano llegó desde Massa d’Albe, una villa de Abruzos, para ayudar en la construcción artesanal de las calles platenses. Como tantos inmigrantes, trajo poco en los bolsillos pero mucho en el corazón: trabajo, valores y un lazo inquebrantable con sus raíces. Tres años más tarde, ya instalado, hizo venir a sus cinco hermanos. Así comenzó a tejerse el árbol genealógico de una familia prolífica, que hacia 1915 ya reunía 52 primos —34 varones y 18 mujeres—, todos orgullosamente Di Bastiano.
La vida de los Di Bastiano transcurría entre el trabajo, las fiestas al estilo “tano” y una pasión que crecía junto con la ciudad: el fútbol. En esos años, La Plata vivía una fiebre futbolera sin igual, con decenas de clubes brotando en cada rincón y ligas como la Federación Platense o la Asociación Francisco Mancini organizando torneos fervorosos. Y en cada equipo, algún Di Bastiano ya empezaba a hacerse notar.
Pero la verdadera historia de esta familia comenzó una noche de fiesta, el 9 de noviembre de 1922. Allí, Lorenzo —quien sería arquero— propuso un sueño insólito pero posible: formar un equipo solo de familiares. La idea, nacida entre risas y brindis, pronto se transformó en una realidad firme, sellada en un acta fundacional. Así nació La Sangre Football Club, un equipo de alma familiar, corazón platense y apellido compartido.
Con 49 socios fundadores y una comisión directiva que incluía a primas que organizaban rifas, bailes y “pic nics” en La Balandra para recaudar fondos, La Sangre fue mucho más que un equipo: fue una celebración del amor por el fútbol y la familia. ¿Los colores? Verde y blanco, con camiseta a rayas verticales.
Lorenzo en el arco, Andrés y Ángel en la defensa, Juan, Mario y Bernardo como volantes, y una delantera temible con Roberto, Liceo, Liberato, Vicente y Antonio. Esa fue, en sus inicios, la formación soñada. Pero a veces se sumaban otros: Franco, Rómulo, Gregorio, Esteban y más. Solo uno, Juan, era primo segundo, y fue “la única vez que La Sangre metió la mula”, según recordaba el periodista Osvaldo Tomatti.
La Sangre debutó en 1923, en la liga alternativa Francisco Mancini. Antes de cada partido, sus jugadores debían rendir cuentas por su conducta: no había lugar para el escándalo, solo para el ejemplo. Aquel verano disputaron cinco amistosos y los ganaron todos. Su fama crecía como crece el orgullo en las tardes de potrero.
En el único campeonato oficial que disputaron, ganaron doce partidos, empataron uno y perdieron solo contra River Plate de La Plata, que se consagró campeón. Convirtieron 20 goles y apenas recibieron cinco. Pero más allá de los resultados, lo que ganó La Sangre fue el corazón de los platenses. Eran el equipo que todos querían ver, por juego, por historia y por sentimiento.
Y, quizás, por eso mismo, en la fiesta de fin de año de 1923, decidieron cerrar el ciclo. Habían vivido su sueño. No querían perjudicar a los clubes de los que provenían, ni empañar la magia de lo que fue. Cada uno volvió a su equipo de origen, pero lo vivido con La Sangre quedó grabado en la historia del fútbol platense como una epopeya familiar.
De los descendientes de los integrantes de La Sangre, se profesionalizó Nelson Di Bastiano, hijo de Juan, quien en 1957 pasó de Gimnasia a Portugal, como también Rubén Di Bastiano, nieto de Lorenzo (“El Mono”), que jugó profesionalmente al fútbol en la década de 1970 en Gimnasia y luego en Temperley.
Hoy, el apellido Di Bastiano sigue presente en La Plata, en consultorios, oficinas, aulas y recuerdos. Pero para muchos, seguirá siendo sinónimo de algo más profundo: de pertenencia, de alegría compartida, y de una familia que supo hacer del fútbol una forma de quererse.
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