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Opinión |MIRADA ECONOMICA

La economía política de los saqueos

23 de Diciembre de 2012 | 00:00
La economía política de los saqueos

Por MARTIN TETAZ (*)
@martintetaz

Las ruedas del changuito no giran con facilidad, se traban una y otra vez contra las imperfecciones de la calzada, tropiezan contra un cordón y en su resistencia desacomodan el plasma de 32 pulgadas que hace equilibrio entre algunos comestibles.

El muchacho que lo maneja poco puede hacer para mantener el trayecto recto, porque bajo uno de sus brazos se lleva una notebook mientras que con el otro intenta cubrirse el rostro, en la tregua que circunstancialmente le regala un tramo liso de la playa de estacionamiento del supermercado.

Pudo haber sido una pesadilla, pero fue un dejá vú y poco importa si la escena del relato se corresponde a la que las cámaras de los principales noticieros registraron esta semana en Bariloche, o fue en rigor en el Gran Buenos Aires, o en Santa Fe.

Tampoco es cuestión de contar los muertos y comparar la represión con la del 2001; ayer y ahora los saqueos estuvieron lejos de representar el clamor de gente que no tenía para llenar la olla, y fueron claramente organizados y coordinados políticamente.

MUJERES Y NIÑOS

Pero la nota de gravedad, la señal de que algo se ha roto en nuestro país, es que los vándalos esta vez no participaron solos, sino que lo hicieron acompañados de mujeres y niños, que incluso colaboraban con la tarea delictiva.

El filósofo político John Rawls, planteaba desde su “Teoría de la Justicia” que existían al menos dos condiciones bajo las cuales una desigualdad en los ingresos podía ser moralmente aceptable; la primera de ellas es que la distribución de los ingresos debía basarse en oportunidades abiertas a todos por igual, mientras que el segundo principio de justicia distributiva sostenía que podría llegar a considerarse aceptable un nivel de disparidades si mejoraba la situación de los que estaban peor en la sociedad, como sucede por ejemplo cuando el crecimiento económico favorece de manera más pronunciada a los más ricos, pero también ayuda a bajar la pobreza.

Buena parte de la explicación de los saqueos tiene que ver con que las dos condiciones que Rawls pedía ya no se cumplen en Argentina.

Es verdad que en los ‘80 y ‘90 creció notablemente la matrícula de los colegios secundarios y de la universidad. Prueba de ello es que mientras que sólo el 7,3% de los hombres y el 4,9% de las mujeres poseían educación terciaria o universitaria en 1974, cuando se hizo la primera EPH en el Area Metropolitana de Buenos Aires, esos valores treparon al 17,4% y 22,7% respectivamente en la última encuesta disponible. El problema es que hace 10 años que estamos estancados e incluso ahora asistimos a una terrible fragmentación donde la clase media huye de las escuelas públicas, que quedan más como refugio de contención social de los pobres, que como centros de estudios de alta calidad y con capacidad para igualar oportunidades.

SIN CRECIMIENTO

El crecimiento por su parte también ha desaparecido. El estimador mensual industrial (EMI) del INDEC lleva una caída de 0,9% en los primeros 11 meses del año, en buena parte explicado por la baja del 9,4% en la producción de autos. La construcción también se desplomó un 5,23% en ese período y los permisos para nuevas construcciones en la Ciudad de Buenos Aires, que son un indicador de cuanto se construirá a futuro, acumulan una caída del 36,6% en 2012.

En síntesis, con el crecimiento parado, o directamente en recesión, se agudiza el problema distributivo que el aumento del PBI ayudaba a disimular.

El freno de la actividad económica, en un contexto inflacionario y con un sistema educativo que ya no ofrece promesas de mejores oportunidades obviamente pone en jaque la cohesión social porque los sectores perdedores del esquema de reglas de juego que el modelo de acumulación propone, simplemente se cansan de esas reglas y abandonan el juego del mismo modo que lo haría un chico de 10 años que pierde tres veces seguidas en cualquier competencia o divertimiento.

Pienso entonces en el profesor Marcelo Halperín cuando dice que la cohesión social “pretende reflejar un grado mínimo de estabilidad o equilibrio dentro de la estructura social”, que evidentemente se está rompiendo, no sólo porque existe toda una clase social nueva (los marginales) que obliga a pensar en nuevos esquemas de relaciones y reglas de fondo, dado que evidentemente los que se basan en el asistencialismo (como la AUH) están agotados, sino porque como sostiene el sociólogo chileno Eugenio Tironi, no es la desigualdad per se, sino la falta de un proceso significativo de movilidad, la que pone en crisis a la cohesión social.

LA FALLA CLAVE

Y esta es la dimensión del nuevo modelo de acumulación que ha fallado. Porque aunque cuantitativamente sea cierto que hoy el 10% más pobre de la población tiene ingresos reales más altos que hace 10 años atrás, lo real es que cualitativamente hablando, no logran salir de la villa o el asentamiento (que han crecido un 50% entre el censo del 2010 y el del 2001) y entonces siguen ocupando el mismo lugar de exclusión en la estructura de relaciones sociales.

Es verdad -seguramente- que los saqueos podrían estar coordinados por agitadores y punteros, pero ninguno de ellos podría reclutar voluntarios para semejante delito en un barrio de típica clase media como el mío. Se apoyan en marginales que tienen bronca, porque no se bancan más un conjunto de reglas en la que ellos nunca pueden ganar.

(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) e investigador visitante del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS)

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