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Recomendada miniserie británica en la que un brillante detective ve perder su lucidez en el intento por hallar al asesino de su compañera. Una lucha contra los “fantasmas internos” que, desde chico, lo ayudan a suplir su soledad
Cuando la muerte es la única compañía
Por
María Virginia Bruno
“Había un patio de juegos cerca de la casa de mi abuela. No había niños en kilómetros. Solía pensar que era todo para mí. Y veía a un anciano mirándome desde su departamento. Y me saludaba y lo saludaba. Así que un día me dije: ‘iré a golpearle la puerta y hablaré con él´. Yo era un niño muy tímido pero aún así me acerqué y llamé a su puerta. Pero no había nadie. Caminé de vuelta a casa, cruzando el patio y ahí lo vi: tirado en la nieve. No sabía qué había pasado pero estaba muerto. Y corrí muy rápido hasta la casa del señor Ahlgren. Eso hacían todos. Y me dijo: ‘Soy policía, ya estás bien’. Y me llevó a mi casa. Pero lo que yo podía ver y él no es que el anciano vino conmigo. Y se quedó. Y me hablaba. Y ya no estaba solo”.
John River
La convivencia de John River con sus “manifestaciones” comenzó de pequeño, como un síntoma quizás del traumático abandono que sufrió de su mamá cuando, a los seis años, lo dejó en la casa de su poco afectiva abuela, un hogar sin sabor a hogar, gélido, como el agua de aquel lago sueco que rodeaba la vivienda y que todavía, ya de grande, inunda sus recuerdos sobre esa experiencia de nado que casi le hace explotar los pulmones.
A su madre la volvió a ver recién a los catorce, en un breve y perturbador contacto. “Ella estaba demasiado drogada, no había mucho para decir”. Años más tarde, cuando ya estaba instalado en la siempre lluviosa Londres, la invitó a comer con su primer sueldo de policía, en un encuentro en el que si le hubiera dicho lo orgullosa que estaba de él, quizás, sólo quizás, las cosas hubieran sido un poco diferentes. Pero no. “Ni siquiera quiso ordenar, se quería ir rápido”.
Solitario, River siente que los diálogos que mantiene con esas personas muertas son más sinceros que los que puede llegar a entablar con las vivas, a quienes mantiene a raya, cortante y distante, a excepción de Stevie, claro, su colega que acaba de ser asesinada, y con quien disfrutaba, entre otras cosas, de debatir sobre los puntos de cada comida: los dos coincidían en que las algas, empero, no tenían una buena puntuación.
Tras la muerte de su compañera, sus apariciones se vuelven incontrolables, haciendo que su salud mental quede bajo la lupa, protagonizando escenas públicas que pasaron de ser simples conversaciones hasta convertirse en peleas, corridas y bailes en los que siempre falta un protagonista, para los demás.
En medio de esa batalla interna, River necesita encontrar al culpable de arrebatarle de sus manos al único halo de luz que alumbraba sus días grises, la persona que podía llegar a sacarlo de esas sombras dolorosas con las que se acostumbró a subsistir.
Detalles más, detalles menos esta es la cruda historia que se esconde detrás de “River”, otra brillante demostración de la calidad de la televisión inglesa, industria hacedora también de grandes perlas como “Wallander”, “The Fall”, “The Honorable Woman” y la ya clásica “Downton Abbey”.
En apenas seis capítulos, este drama estrenado en octubre pasado en la BBC One hurga profundo en el género policial y habla de soledad, abandono, pérdida, culpa, muerte y tristeza, y lo hace a través de los diálogos exquisitos de sus protagonistas, que cachetean al espectador y lo hacen ir y venir a través de sus sentimientos, en una especie de montaña rusa emocional que no se detiene hasta el final.
Pero además de sordidez y oscuridad, la serie nos dice mucho sobre la amistad y el amor, ese sentimiento que parece tan alejado de la realidad de John River. “Amor… He intentado recordar cómo era sentir estar enamorado. Ya pasó tanto tiempo... Por la razón que sea, no me pasó. Lo más cercano que sentí fue como una intoxicación”, le dice el detective a su terapeuta, Rosa, quien indaga en la posibilidad de que estuviera enamorado de Stevie, y a quien le sugiere que debería haber más de una palabra para definir a ése estado, más allá de los conceptos, básicos, que estamos acostumbrados a encontrar en la ficción.
Escrita por la genial Abi Morgan, guionista y productora de grandes filmes como “La dama de hierro” y “Shame”, y ganadora del Emmy por la serie “The Hour”, la miniserie está protagonizada por un elenco de lujo.
En la piel del detective está el contundente actor sueco Stellan Skarsgård, fetiche de Lars von Trier, quien lo ha convocado para participar en al menos seis proyectos, y un asiduo de Hollywood en donde desde su debut, en 1985 con “Noon Wine” de Michael Fields, ha participado en exitosas películas como “Piratas del Caribe” (2006/2007) y “La chica del dragón tatuado” (2011), entre otras. Con un physique du rôle ideal, lánguido, de andar cancino y más bien cerebral, su interpretación conmueve a partir de silencios y escuchas, y hace que el espectador se encariñe con un personaje tan frío como cuestionable.
La inglesa Nicola Walker (“Unforgotten”, “Last Tango in Halifax”, “Babylon”, “Luther”) lo ladea como el “fantasma” de Jackie Stevie Stevenson, el complemento perfecto para su acartonado compañero, desenvuelta y siempre sonriente, fiel y enamorada. En su destacada interpretación, esta actriz y directora teatral arma un personaje sensible y sufriente, a quien se irá conociendo, enjuiciando, detestando y queriendo según avance el relato. Su paso por la historia deja una reflexión: a veces no es necesario contarlo todo.
También hay secundarios de maravilla. Por un lado, el sargento Ira King (Adeel Akhtar), autodefinido con gracia como “la Franja de Gaza en persona” por su padre musulmán y su madre judía, quien le pondrá las caras justas al desconcierto que provoca el hecho de ver a una persona peleando a golpes con la nada misma. Sus gestos y actitudes, en un intento por ganarse la confianza de River, hacen que de tanto en tanto haga “la vista gorda”, dejándole pasar más de una escena a su colega, a quien admira y respeta por sobre todas las cosas.
Por el otro, la agotada y leal Chrissie Read (Lesley Manville), jefa de River y compañía, una valiente mujer que enfrenta, como todos, su guerra puertas para adentro, y que mantiene oculto un sentimiento que le brota por cada poro de su cuerpo, y que necesitará manifestar.
En medio de esta densísima trama, el tema de la cantante inglesa de música disco Tina Charles que abre y cierra la serie, “I love to love”, es el contraste perfecto y la mejor bajada de línea autoral: como el yin y el yang, aún en las peores situaciones, y aún con los fantasmas internos que en mayor o menor medida todos tenemos debajo del saco, siempre habrá algo para celebrar. ¡Canta, lunático!
Seis
Lejos de las pompas y el show de la televisión norteamericana, la inglesa se destaca por la capacidad de síntesis de sus producciones. En apenas seis capítulos, “River” desarrolla una historia redonda, con sólidas interpretaciones y diálogos exquisitos, en una atrapante vuelta de tuerca al género policial
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