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Festifreak: "La Flor" en tres partes (3) La forma de La Flor

La tercera y última entrega de "la película de 14 horas" de Mariano Llinás se proyecta esta tarde, desde las 18, en el Select. Antes, su director habla de su duración, del consumo de series y de la recepción de la cinta en todo el mundo

Festifreak: "La Flor" en tres partes (3) La forma de La Flor
14 de Octubre de 2018 | 11:49

En el cuarto episodio de “La Flor”, acepta Llinás, comienza una especie de fuga hacia el final. Ha pasado el tercer episodio, que llevo mas de un lustro de rodaje por el mundo, coordinando agendas y consiguiendo fondos de formas artesanales y creativas, y en esa tercera parte, el corazón de la película que explora mil historias en torno a cuatro asesinas, el dispositivo de cajas chinas, de peripecias infinitas, ha llegado quizás a su expresión máxima.

Comienza inevitablemente la recta final de “La Flor”, que filma en aquel cuarto episodio a un director agobiado por su creación, una película infinita con cuatro actrices en mil roles. El rol del cineasta cansado de viajar y de rodar, y que se entusiasma con filmar árboles, lo interpreta Walter Jakob; aunque en ese personaje parecería convertirse Llinás, en clave también paródica, cuando el cuestionario de EL DIA se extiende: hace dos horas está respondiendo, dice, y la cosa continúa. Naturalmente, se pone parco, me dice. “¿En qué diario te van a publicar semejante demasía?”, se ríe.

Pero Llinás es apasionado por el cine y la entrevista continúa. Y hablamos de otra duración: no la de la entrevista, sino la del filme, eje de diversas valoraciones desde el estreno. ¿Es una especie de declaración de El Pampero al mundo, de que se puede hacer gran cine, o cualquier cine, el cine que se imagine, en cualquier condición?, le pregunto.

“Yo creo que eso se podía decir –y de hecho, se dijo demasiado- de ‘Historias Extraordinarias’. Yo siento que ‘La Flor’ es una película más madura, en el sentido de que admite que no le corresponde andar haciendo declaraciones sino arreglárselas para ver cómo seguir haciendo cine”, analiza.

Y agrega que “ese problema no tiene que ver ya con las condiciones de producción sino con el cambio de horizonte que al cine le ha cabido en el cambio de Siglo. El cine ya no es lo que fue en sus primeros cien años de vida; no lo es para nadie, como si de repente el cine fuera Pompeya y hubiera hecho erupción el volcán y todo el mundo hubiera salido corriendo”.

“¿Quién es ese volcán? ¿Las redes sociales? ¿Netflix? ¿Los teléfonos celulares? ¿Todo eso junto? Quién sabe. En cualquier caso, creo que ‘La Flor’ es un film que lamenta esa catástrofe e intenta ver qué se puede hacer con los restos que han quedado después de la evacuación. ‘La Flor’ es un film que intenta recuperar aquello para lo que el cine servía hasta hace unos años, y que ahora a todo el mundo parece haber dejado de importarle. No es un objeto nostálgico, sin embargo: aspira a recuperar ese vigor de un modo brioso y gallardo, aún con la conciencia de que la meta es acaso imposible”, sigue Llinás.

Suena la palabra mágica: Netflix. ¿No es contradictorio que el público ofrezca alguna resistencia a su filme de 14 horas y pase fines de semana completos mirando series?

Para el director, no. “Las catorce horas de La Flor y las sucesivas temporadas televisivas consumidas en forma ávida, una tras otra, son experiencias de naturaleza diferente. Creo que hoy la gente piensa en las películas como pasatiempos, como algo que uno utiliza al llegar a casa para olvidarse de las penas que ha tenido durante el día y ver algo que lo haga pensar en otra cosa. En otras palabras, la televisión. Nadie ve películas para cambiar su vida. ‘La Flor’ está pensada en el sentido inverso, como un objeto revulsivo, como algo llamado a sacudir los espíritus y no a ayudar a que el tiempo pase”.

El visionado en la pantalla del living o del celular, además de privatizar la experiencia, también desvaloriza la imagen, le quita valor, vuelve al cine y a las series pura trama, psicología. “La Flor” también resiste esa tendencia.

“El mayor peligro que aqueja al cine es la desaparición de la proyección como forma eminente de la experiencia cinematográfica. ¿No es dramático que todos los que han hecho del mirar cine su actividad principal –me refiero a los programadores de festivales, a los críticos, a los que seleccionan películas para los fondos o los talleres, etc.- prefieran ver cualquier película en un link que en una sala? Te asombraría saber cuántas personas nos dijeron que para ellos la opción era ver ‘La Flor’ en un link o no verla”, cuenta Llinás.

“Creo que para ellos no se trata de ver un film, sino de saber cómo es ese film. Saber si es malo, si es bueno, saber lo que hay que decir sobre él, etc. En ese sentido, la proyección, con su aspecto ceremonial, no admite negociaciones. Yo, personalmente, siento que no he visto aquellos films que no he visto proyectados, y sé que aquellos que han visto mis films en teléfonos o pantallas, no han visto mis films”, agrega.

Pero aunque suene terminante, también Llinás negocia: en Nueva York "La Flor" se proyecta en tres partes, como siempre, y también en ocho entregas. Le digo que no puedo dejar de pensar que allí hubo alguna negociación, un acercamiento a estas formas de consumo seriéfilo.

“Puede ser. Al mismo tiempo, hay algo atractivo en un film que puede ser visto de maneras distintas. Creo que hay ahí un experimento que puede tener consecuencias sorprendentes, o al menos fue lo que ocurrió en Locarno. Había algunos que habían visto ciertas partes y otras no, y se contaban aquellas que no habían visto aún, con lo cual las imágenes del film eran traficadas en un formato imaginario o fantasmático”, explica.

Pero con todos sus experimentos y resistencias, “La Flor” ha sido casi unánimemente ovacionada en todo el mundo, con ovación en el Festival de Locarno y premio en Biarritz. ¿Cómo se explica? “Spregelburd dice que él hace lo que le gusta y después cruza los dedos. Efectivamente, creo que el llamado ‘éxito’ es una cosa del azar, que a menudo depende de vaya uno a saber qué factores imponderables. Cuando alguien te elogia, lo mejor es agradecer y huir, no vaya a ser que los motivos de dicho elogio sean opuestos a las cosas que a uno mismo le gustan de lo que ha hecho. No conviene tomarse esas cosas muy en serio”, explica.

Y se resiste a la idea de que “La Flor” haya colaborado con modificar sensibilidades o prejuicios con su apuesta revulsiva: “¿Cómo voy a pensar que ‘La Flor’ es un avance de esto y lo otro, cuando ‘El Cielo del Centauro’, acaso la obra más bella en la que haya participado, no le interesó a nadie, y cuando mi padre, a quien considero uno de los mejores poetas argentinos, murió hace poco más de un mes en medio del silencio general, sin importarle a nadie? Mas bien conviene rogar que el beneplácito que algunos han dispensado a La Flor no sea una prueba de su inepcia y de su vulgaridad”.

“La Flor”, la película, ha terminado; pero las proyecciones de La Flor, itinerantes como el cine de El Pampero, continúan y continuarán. Por un tiempo. ¿Y después? ¿Qué sigue para el cineasta que ha dedicado una década de su vida a filmar sus sueños y fantasías protagonizados por cuatro mujeres? “De a poco, el Siglo XIX”, me dice. “Pero de a poco”.

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