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La Ciudad |Historias platenses

Barberías platenses: el nuevo refugio de la masculinidad

Los profesionales de la navaja convirtieron sus espacios en clubes de caballeros. Todo gracias al auge de la barba

Barberías platenses: el nuevo refugio de la masculinidad

Sumando productos como ceras y geles, retocarse y cuidar la barba puede costar hasta 1.000 pesos por mes

EZEQUIEL FRANZINO  historiasplatenses@gmail.com

7 de Abril de 2018 | 01:38
Edición impresa

Hasta hace unos años, nos quitábamos la barba con máquinas rasuradoras que comprábamos en el súper o el kiosco. En apenas 10 minutos, el hombre aprovechaba el vapor de la ducha para recortarse los bigotes o afeitarse esos pelos que denotaban desprolijidad y falta de aseo. Pero los tiempos cambiaron, y ahora resulta que la barba no sólo está de moda, sino que además sugiere la figura de un varón refinado que invierte tiempo y dinero para que su vello facial luzca suave, copioso y peinado.

A demanda de este hombre preocupado por la estética personal, en la ciudad emergieron una decena de barberías que -entre todas- atienden a un promedio de 300 platenses por día.

Pero esta tendencia cada vez más evidente no sólo se reduce al retoque del pelo o la barba: inspirados en los clubes de caballeros, estos lugares también ofrecen un espacio de encuentro en el que se puede tomar tragos y cerveza artesanal, disfrutar de música en vivo y hasta tatuarse. Todo en busca de un concepto más amplio: hacerle sentir al cliente que es un dandi.

Barba y tatuaje

“Hoy el hombre es muy cuidado, incluso más que la mujer. Vienen cada quince días y muchos una vez por semana, preparándose para lo que será el fin de semana”, asegura Cristian Sandoval, empleado de Cruz Tatoo Barber Shop, la primera de estas barberías de diseño que se instalaron en la ciudad, hace ya dos años, incorporándose a un estudio de tatuajes.

Aunque ahora estén abocados a tareas de belleza, en sus orígenes -allá por finales del siglo XIII- los barberos también eran solicitados para extraer muelas, blanquear dientes con aguafuerte, realizar sangrías o vendar úlceras. De ahí surge el famoso poste giratorio de barbero, que con líneas blancas y rojas (que representaban las vendas ensangrentadas) servía para identificar a estos lugares. Más tarde, en Francia y en Estados Unidos se les agregaría el color azul, definiendo el símbolo universal para reconocer a estos espacios, incluso en la actualidad.

“La idea de este local fue recuperar una vieja tradición. Los barberos, que eran un poco médicos, fueron los primeros y los únicos que le daban lugar a los tatuadores para que pudieran trabajar. Acá fue al revés: primero se instaló el estudio de tatoo y después se anexó la barbería”, cuenta Mariano Gómez de La vega, empleado de este lugar que pertenece a Juan Bonaro, un referente de la ciudad en materia de tatuajes.

Según los especialistas, entre los retoques mensuales que necesita la barba y la amplia gama de productos que hay que utilizar para que luzca suave, limpia y radiante, su mantención puede representar un gasto de hasta $ 1000 por mes. “Hay una línea muy fina entre el barbudo y el dejado”, dice entre risas de La Vega.

En este negocio, recientemente mudado a calle 49 entre 9 y 10, muchas veces los clientes que van a retocarse la barba o el jopo terminan tatuados. Otros, no obstante, sólo se acercan a conversar, resignificando estos espacios como los nuevos lugares de reunión masculina: “Acá charlamos de todo lo que se habla con un amigo. Te cuentan que no llegan a fin de mes, problemas con las señoras, y hasta te invitan a sus cumpleaños. Yo siempre digo que el bar, el médico y la peluquería son las únicas cosas que el hombre no cambia en su vida”, dice el dueño del local.

La fusión de dos modas

Los barberos aseguran que, aunque trabajen con gente de todas las edades y de todas las ondas, la mayoría de sus clientes son hipsters: muchachos que oscilan entre los 25 y los 35 años, de clase media alta, que además de preocuparse por mantener prolija la barba y su cabello, son personas que cuidan la vestimenta, el calzado y las uñas. Más allá de la estética personal, a los miembros de esta moderna subcultura también los definen determinados consumos culturales, como la música independiente y el cine arte, y una reivindicación de lo alternativo y de lo retro, a pesar de que en materia de tecnología son los más actualizados.

“Pretendemos que la persona que venga tenga una experiencia distinta. Que mientras se corta el pelo o la barba pueda tomarse una cerveza artesanal, un café, o una medida de whisky de cortesía. Cuando el trabajo está terminado lavamos el cabello, lo peinamos y tenemos una valija con perfumes importados para que el cliente los use y salga listo para una reunión o para un evento”, explica Pablo Vezzani, uno de los socios de Barbarous, la primera barbería y cervecería de la ciudad.

El local, ubicado en 4 y 54, tiene una ambientación moderna: una estación central iluminada por dicroicas, espejos de diseño, pisos de parquet y sillones restaurados. Pero los diversos cortes se realizan a la vieja usanza: utilizan paños calientes para abrir los poros y las afeitadas se hacen a navaja. “Por protocolo abrimos las hojas descartables delante del cliente. La idea es poder crear un vínculo y lograr que el que venga se sienta cómodo, seguro, y que tenga ganas de volver”, dice Leonel Vezzani, encargado de la barbería.

Tal vez estas técnicas vintage que utilizan en Barbarous tengan que ver con que tanto Pablo, como los hermanos Mauricio y Leonel Vezzani se criaron entre tijeras, navajas y brochas. Nietos de Nicola, un histórico peluquero de Berisso, los tres primos siempre tuvieron el sueño de poder darle continuidad al oficio que su abuelo aprendió recién llegado de Italia. Hoy con el anhelo realizado “intentamos rescatar la impronta del nono: tenemos el sillón que él usaba en su peluquería”, asegura Leonel, “pero también tratamos de incorporar nuevos productos como aceites y geles, que sirven para suavizar y darle brillo a la barba”.

Aprovechando el horario comercial de la cervecería -los lugares trabajan de manera independiente, divididos por un blindex- la barbería permanece abierta desde el mediodía hasta la medianoche. En esas eternas jornadas, pueden pasar más de 30 clientes, que pagan 350 pesos por un corte de pelo, retoque de barba y una pinta de cerveza: “El horario nocturno es una ventaja para los hombres que salen tarde de trabajar. La gente viene a comer algo a la cervecería y aprovecha a cortarse”, cuenta Pablo.

Consultado sobre qué pensaría su abuelo sobre este nuevo concepto de barbería, pronostica: “No le gustaría para nada, nos retaría bastante. Los peluqueros tradicionales se niegan al cambio. Con un sillón, un espejo y un lugar donde apoyar las cosas, ellos sienten que ya tienen todo para trabajar”.

Pelo y barba

Don Nicola Vezzani podría haberse sentido a gusto trabajando en “Pelo y Barba”, la peluquería y barbería más antigua de la ciudad, ubicada en calle 1 entre 43 y 44. Tan antigua es, que ni los propios dueños pueden aseverar su fecha fundacional. Una foto de 1918, donde se ve la estación de trenes y un cartel que dice “Sombrería y Peluquería”, prueba que, como mínimo, el negocio tiene un siglo de vida, aunque durante estos cien años cambió varias veces de nombre y ubicación.

Detrás de la relojería que ocupa la parte principal del local, el salón masculino parece un viaje en el tiempo: preparado para un mayor caudal de gente, las luces blancas fluorescentes iluminan nueve sillones de cuerina roja alineados frente a un espejo interminable de 20 metros de largo. Un cartel de paño negro al que se le perdieron algunas letras blancas indica: “Corte a tijera o navaja 150 pesos. Afeitada 200 pesos”. Mientras suenan tangos de Gardel y Julio Sosa, dos peluqueros vestidos con chaqueta celeste, pantalón de vestir y mocasines, cortan el pelo a dos hombres mayores.

“No es por negarme al boom, pero acá el tema de la barba se perdió muchísimo. Hoy nosotros sólo afeitamos a hombres grandes que no pueden hacérlo solos”, cuenta Miguel Crocce, quien trabaja en este lugar desde 1972.

Atrás quedaron las épocas doradas en las que trabajaban 11 barberos en simultáneo, y se atendían más de 100 personas por día. En aquellos tiempos de bonanza se trabajaba con los paños calientes, los fomentos, y la navaja se afilaba en la piedra y se asentaba en la tira de cuero: “Hacíamos unas rasuradas excelentes. La gente se iba chocha, con la piel hermosa”, recuerda Crocce con nostalgia.

Según cuenta Dante Arregui - hijo de Abelardo Arregui, histórico propietario de este negocio- por la proximidad a la estación de tren venían a hacerse la barba desde Berazategui o Pipinas. La cercanía al hipódromo también determinaba los temas de conversación del lugar, todavía vigentes. “Acá se charla de todo, pero mayormente hablamos de las carreras de caballos. Vienen a cortarse el pelo muchos cuidadores y vareadores”, dice Miguel Crocce.

Haciendo un estudio de mercado, Crocce cree que esta peluquería perdió clientela porque “el hombre de ahora es muy coqueto y hasta se da una biaba de aquellas. Por eso los nuevos salones masculinos se han convertido en centros estéticos. Ahí va el que quiere salir realmente de punta en blanco. Acá hacemos el corte estándar, prolijo”, dice Crocce y agrega “querés mostrarle al cliente con el espejo como les quedó la nuca y te dicen que no, ellos miran para adelante. Somos una peluquería tradicional”.

A puro fútbol

Si alguien quiere dedicarse al rubro, es menester saber que el oficio demanda estar al día de lo que pasa en el mundo del fútbol. Ese conocimiento es tan necesario como la habilidad para el manejo de las navajas o las tijeras. En la media hora que puede durar un corte, cada cliente sugiere cuáles son los jugadores que Sampaoli debería llevar a Rusia, u opina sobre las campañas de Gimnasia o Estudiantes. Y el barbero tiene que estar a la altura de las circunstancias.

Lucho Rodríguez, dueño de The Hipster Club de Caballeros, entendió esta máxima desde el principio. Con pasado como jugador de fútbol de la Liga Amateur Platense, comenzó a profesionalizar su trabajo de peluquero en los más de 30 días que estuvo en Brasil, durante la copa del mundo del 2014. En ese viaje revelador, no sólo se dio cuenta de que se daba maña con el oficio, sino que además tuvo una epifanía: “Las barberías van a ponerse de moda muy pronto en la Argentina”, pensó mientras Romero atajaba ese penal que habilitó a la selección a jugar la final contra Alemania.

Al poco tiempo de esa experiencia y luego de hacer cursos de peluquería masculina, Lucho estaba abriendo su local, en calle 51 entre 15 y 16. Gracias a la amistad de Rodríguez con el futbolista Lucas “Pata” Castro, la barbería Hipster Club de Caballeros se convirtió en una cita obligada para otros jugadores de primera división, entre los que se destacan Brahian Alemán, Daniel Sappa, Luciano Aued y Lucas Pratto. “Los deportistas no tienen ningún problema en pagar, acá no hay canje”, asegura entre risas Rodríguez.

Este barbero, que atiende sólo de tarde porque durante la mañana tiene otro empleo, asegura que hace su trabajo con plena felicidad, y que la barbería es el fiel reflejo de lo que imaginaba: “En las antiguas barberías los hombres se juntaban a charlar, pasaban un rato, discutían de política y jugaban ajedrez. Yo intenté darle esa impronta y por suerte creo que lo estoy logrando”, dice en su local, ambientado con estilo neoyorkino, donde se destacan un sillón Chesterfield, un cristal Luis XV y un sillón de barbero del siglo XIX.

Allí es común que se armen partidos de truco entre esperan, oguitarreadas. “El otro día se apostaron el corte tres amigos contra tres desconocidos, y ganaron los que no se conocían. Los seis quedaron en hacer la revancha en alguna juntada. Se generan esas cosas”, cuenta Lucho con orgullo.

 

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