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Rusia 2018 |ENFOQUE: EL PENOSO MOMENTO DE LA SELECCIÓN ES UN REFLEJO DE UNA ESTRUCTURA DESVENCIJADA

El fútbol argentino ya se fue al descenso

El fútbol argentino ya se fue al descenso

La decepción de los jugadores argentinos en el final del partido: derrota inapelable ante Croacia / AP

23 de Junio de 2018 | 03:12
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La goleada que Croacia le propinó a la Selección Nacional puede ser una oportunidad para el fútbol argentino. No, por supuesto que no puede haber algo positivo en un 0-3 en una Copa del Mundo que deja en ridículo a una camiseta que aún guarda algo de prestigio pese a todas las veces en que fue pisoteada. Lo que sí puede generar ese cimbronazo que aún aturde a todo un país es una ocasión inmejorable para detener la pelota de una vez por todas y cortar con una dinámica de autodestrucción que va mucho más allá del actual proceso del combinado albiceleste.

El fútbol argentino dejó hace rato la élite mundial. No darse cuenta de ello fue el ingrediente primordial para que la Selección acabe estrellándose ante Croacia. La falta de conducción dirigencial es un punto donde resulta crucial poner el primer foco. Julio Grondona fue un dirigente en cuyo periplo por el fútbol los defectos le ganaron por goleada a las virtudes. Fue un hombre sospechado de haber participado de presuntos actos de corrupción y de haber amasado poder a cambio de prebendas y de un manejo autoritario desde el sillón de la calle Viamonte. Dicho esto y viendo en perspectiva el devenir de quienes lo sucedieron como mandamás de la AFA, toma cada día más valor su principal virtud: la capacidad de liderar una manada ingobernable y de conducir una asociación formada por una abrumadora mayoría -hay honrosas excepciones- de dirigentes que hacen de la ventaja y el muñequeo una forma de vida. El ex dirigente de Sarandí fue el único capaz de poner en caja a todos aquellos que formaban parte de la AFA con el único afán de obtener un privilegio (personal o para su club) y jamás persiguieron el bien común ni el engrandecimiento del fútbol argentino.

Producto de ello, las Selecciones dejaron de ser prioridad. Y esa fue la punta de iceberg para todo lo que sobrevino. En efecto dominó, los dirigentes se animaron a negarle jugadores a los seleccionados juveniles e incluso para el representativo que hizo lo que pudo en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Desde el segundo semestre de 2014 en adelante, empezó el camino de la autodestrucción del equipo nacional. Sabella, subcampeón den Brasil, se alejó agotado tras lidiar con un grupo de grandes jugadores, aunque sin líderes positivos en su composición. Aquel chorro de agua que Lavezzi le tiró en la cara a “Pachorra” en el Argentina-Nigeria jugado en Porto Alegre fue el reflejo de la falta de educación y de lo trastocados que están los valores para este plantel que, aún con el cambio de algunas figuritas, sigue teniendo el mismo núcleo. Para muchos fue sólo una tontería. Para otros, un acto que denotó la insolencia de un profesional que no tiene la más mínima noción del respeto por un conductor. Vale, entonces, trazar un hilo conductor con la declaración de Agüero en la zona mixta tras el choque con los croatas: “que el técnico diga lo que quiera”, tiró el Kun. Aún habiendo diferencias abismales entre lo que significan para quien suscribe Sabella y Sampaoli, ambas actitudes redundan en la ausencia absoluta de compromiso y educación. Parece dar lo mismo quién conduce, los jugadores creen estar por encima de la más básica estructura organizativa de un equipo deportivo: están los que conducen y los que deben acompañar. Esta generación no se deja conducir. Reniega de ello.

La cultura de las “avivadas”, del desparpajo y del “vale todo” se hizo carne un grupo de futbolistas que tampoco tiene un líder entrañas adentro. Se creen (porque se la dieron) con la capacidad de decidir quién debe ser el DT, dónde y cómo se entrena, cuáles son las cargas de trabajo y hasta cómo debe formar el equipo. Todo ello tiene un costo. Hoy la Selección lo está pagando.

Los dirigentes no están a la altura. En el juego de las mezquindades, las selecciones jamás son, para casi ninguno de ellos, una verdadera prioridad. A la primera de cambio, si una convocatoria trastoca algún plan de su club, aparece en escena el manual de las excusas para negar la cesión. De allí hacia abajo, la espiral resulta interminable.

Los jugadores tampoco dan la talla. Se transformaron en un grupo huérfano de liderazgo. El actual es un proceso que viene barranca abajo desde hace años en lo anímico. Jamás se sobrepuso a las frustrantes finales perdidas. Y en lugar de producir un quiebre y armar un nuevo grupo desde cero (como Brasil luego del 1-7) se optó por estirar un cuadro de agonía irreversible. Se prefirió seguir en la carretera sin luces ni frenos hasta estrellarse en lugar de cambiar.

El entrenador no cumple su rol como tal. No manda. No conduce. Se entregó a los designios de un grupo reacio al respeto por las funciones que cada uno debe ostentar en sus funciones. Diseñó la lista para dejar conformes a los referentes y hasta pensó las tácticas en un plan de consenso que ya es un secreto a voces ¿Esto lo exime de responsabilidades por aquello de que es Messi quien arma el equipo y no Sampaoli? En absoluto, más bien agravan su pésimo paso por el elenco nacional, porque de ser verdad esta sensación imperante, el DT queda en un lugar de nula capacidad de conducción. En la hipótesis de un liderazgo recortado por el excesivo poder de los jugadores, tendría que haber tomado dos caminos: presentar la renuncia por no poder desempeñar cabalmente sus funciones o descabezar el grupo e imponer sus condiciones. No hizo ninguna de las dos cosas. Y entonces su cuota parte de responsabilidad es enorme.

Se de o no en la milagro en la última fecha de la fase de grupos, el diagnóstico será invariable. El fútbol argentino ya se fue al descenso.

 

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