Los que renacen del bronce

Por MARCELO ORTALE
marhila2003@yahoo.com.ar

Pareciera que, de a poco, el bronce ya no los invade. Y que también el mármol y la piedra dejan de acorazarlos, para que puedan renacer como fueron, de carne y hueso. San Martín, ensimismado estudioso de la guitarra. Belgrano, pintor y poeta. Rosas, autor de un libro de poemas dedicados a su hija. Alberdi, compositor de minués. Sarmiento, joven actor de teatro en San Juan. Ellos y otros grandes de a poco humanizados, falibles, más al alcance.

Se ha dicho ya en este espacio que después de la aparición desenfadada de una generación de novelistas e historiadores argentinos, se inició el rastreo en la vida y en el corazón de los llamados próceres, para hallar sus gustos más íntimos y sus pasiones más auténticas. A estos autores contemporáneos no los impresionó ni los detuvo la magnitud de sus personajes.

Se habla así de José Luis García Hamilton –cuya novela “Don José”, presentada en el 2000 fue calificada como un “bombazo al bronce” ya que describió a un Libertador desolemnizado, presunto hijo natural de Diego de Alvear y de una india guaraní- seguido de Federico Andahazi, Reyna Carranza, Florencia Bonelli, Daniel Balmaceda, Claudia Barzana, Cristina Bajo, Elsa Drucaroff, María Esther de Miguel, Viviana Rivero, Gloria Casañas, Graciela Ramos, Lucía Gálvez, María Rosa Lojo, José Luis Thomas, Marta Sáenz Quesada, Susana Bilbao, entre muchos otros y otras iconoclastas que atrajeron la atención de públicos cada vez más crecientes

Cada época tiene un clima cultural no registrado en los archivos

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Sometidos al recurso de la biografía novelada y a veces romántica, tan discutible y relativo, en definitiva, como puede ser la exploración de documentos acaso amañados, allí fueron ubicadas figuras esenciales de la historia argentina, como José de San Martín, Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Manuel Dorrego, Mariquita Sánchez de Thompson, Juan Lavalle, Martín Güemes, Juan Manuel de Rosas, Camila O´Gorman y el padre Uladislao Gutiérrez (nuestros fusilados Romeo y Julieta), Justo José de Urquiza, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda y Bartolomé Mitre, entre tantos otros.

Al igual que le toca a la nuestra, cada época tiene un clima cultural dominante, no registrado en ningún archivo manual o digital. Estos nuevos novelistas de la historia revisan menos los documentos oficiales que las cartas íntimas, los mensajes de amor y las afinidades artísticas, entre otros portadores de indicios y referencias que ayudan a dibujar al protagonista.

SAN MARTIN Y LA GUITARRA

Si se quiere buscar un antecedente aún cercano hay una entrevista grabada, en la que Antonio Carrizo lo deja hablar en paz y durante largo tiempo a Atahualpa Yupanqui que, entre rasguido y rasguido de su guitarra meditativa, habla extensamente sobre la formación musical de San Martín, que en su juventud estudió guitarra con Francisco Sor, conocido en Europa como el “Beethoven de la guitarra”.

De pronto Yupanqui se afianza mejor al encordado y le dice a Carrizo: “Ahora le voy a tocar La gota de agua de don Francisco Sor, que lo tocaba nada menos que San Martín con su guitarra…según lo leí en Alberdi”. De este tipo de referencias, tan emotivas claro, tan conmovedoras, no se les cuenta casi nada a los chicos en las escuelas.

El historiador y “poeta de la cuyanía” Gregorio Torcetta señala que además de buen pintor de cuadros, San Martín cultivó la guitarra: “San Martín tuvo también formación musical. Prefirió la “plebeya” guitarra, cuyos rudimentos pudo aprender en los campamentos militares, pero su técnica la perfeccionó en Europa nada menos que con el compositor e intérprete Fernando Sor que vivió entre 1778 y 1839”.

Agrega que “San Martín cultivó y gustó de su arte. El coronel Félix de Olazábal cuenta en sus memorias que “después de elaborar un plan de combate, trazando mapas y otros elementos necesarios, pedía la guitarra a su asistente y así tonificaba su espíritu en la intimidad de su alma. Una de las guitarras de San Martín ostentaba esta leyenda en su interior: “Juan Pagés- la hizo en Cádiz- año 1815”.

Cabría recordar que San Martín y O´Higgins, luego de liberar a Chile, fundaron en Santiago una academia de música dirigida por el teniente Antonio Martínez, a la que se proveyó con instrumentos traídos de Europa y de los Estados Unidos. [m1]

OTROS PROCERES

Juan Bautista Alberdi fue un notable autor de minués muy sencillos pero vigentes algunos de ellos, al punto de que fueron reestrenados por la Camerata Bariloche en los ‘90. En cambio Rosas, ya se dijo, fue poeta y como tal escribió un libro de poemas dedicado a su hija Manuelita, perdido después de Caseros.

Otro guitarrista notable fue Lamadrid, el general sanmartiniano que se especializó en interpretar vidalitas.

El uruguayo José Artigas y el chileno O´Higgins fueron acordeonistas y se dice que muy buenos. El primero, además, fue un buen pintor y se conservan cuadros suyos que representan escenas de las batallas de la campaña de Chile junto a San Martín.

Manuel Belgrano, además de abogado, periodista, economista y educador fue también un buen pintor, que padecía de una excesiva autocrítica al punto de que la mayoría de sus obras las destruyó él mismo. Escribió también poesías y una de ellas la dedicó a Juana Azurduy.

LAS RABONAS DE SARMIENTO

En uno de los centenares de artículos incluidos en los 52 tomos de sus obras completas, Sarmiento habla con deleite de las rabonas que se hacía en el colegio primario al que asistía en San Juan.

Sarmiento relata que en esas jornadas clandestinas acudía, acompañado por algún otro rabonero, a una suerte de incipiente zoológico que había en San Juan.

Cuenta allí que ese estado de fruición mental, de contenido júbilo, sólo volvió a sentirlo cuando, hombre maduro ya, se dedicó a caminar por París, para hacer lo que se denomina “flaneur”, es decir callejear, vagabundear sin rumbo, sin objetivo, abierto a todas las alternativas que le aparezcan a uno.

San Martín y O’Higgins fundaron en Chile una academia de música

Pues bien, este Sarmiento que relata sin tapujos cómo evadía y cuánto disfrutaba no ir ocasionalmente a la escuela, fue convertido por obra y gracia de algún historiador broncíneo o marmóreo en el chico que “jamás faltó ni siquiera un día de clase durante todo el primario”, en el niño ejemplo, que marchaba hacia la escuela azotado por el viento y las nieves cordilleranas. Eso no impide advertir que fue un autodidacta, que salió de la pobreza más completa y llegó adonde quiso.

San Martín humanizado, sujeto a los engaños amorosos, a las pasiones del corazón más turbulentas, da a entender esa realidad vital en su correspondencia, en especial la que escribe desde Chile y Perú. El historiador Bartolomé Mitre, a quien se acusa de haber sido un supuesto promotor de la deshumanización del prócer, no obstante publicó puntillosamente esas cartas en sus cinco tomos de la historia de San Martín. No disimula nada. Sin embargo, la historiografía eligió disimular y apelar al bronce, al mármol y a la piedra estatuaria.

Afortunadamente ahora esas imposturas se derrumban. Los actuales novelistas e historiadores vuelven de sus exploraciones con seres humanos palpitantes, llenos de supuestos defectos, pero igualmente ejemplares y, en esencia, más admirables que antes.