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“No hay nada más hermoso...”: una experiencia casi personalizada que desafía al espectador

Con dramaturgia y dirección de Braian Kobla, se desarrolla en una habitación real de una casa real, sólo para 16 personas

“No hay nada más hermoso...”: una experiencia casi personalizada que desafía al espectador

federico aimetta protagoniza “no hay nada más hermoso que acariciar algo quieto” / dennise van der ploeg

María Virginia Bruno

María Virginia Bruno
vbruno@eldia.com

6 de Julio de 2018 | 04:32
Edición impresa

Como un agasajo al espectador, desde que entra hasta que se va, podría definirse a “No hay nada más hermoso que acariciar algo quieto”, una experiencia de teatro casi personalizada que, en una vieja casona platense, se ofrece los domingos a la noche sólo para 16 personas.

El agasajo, claro, no está dado solo por la calurosa recepción que el equipo de trabajo le ofrece al público, sino por una posibilidad celebrada de ponerlo en otro lugar, de sorprenderlo, de sacarlo de su zona de confort.

Por tradición, somos público sentado, callado, ubicado en un lugar específico, invisibilizado, pasivo. Seres anónimos, casi inidentificables entre la multitud, uno más, uno menos. Da igual.

En “No hay nada más hermoso que acariciar algo quieto”, con dramaturgia y dirección de Braian Kobla, el espectador es invitado a inmiscuirse en esa trama que se desarrolla en una habitación de no más de tres metros cuadrados que simula ser un cuarto estándar de un hotel medio pelo en donde un hombre convive con sus insatisfacciones.

En acción, Federico Aimetta ofrece una entrega versátil al asumir la difícil tarea de “ser no siendo”, adoptando lo que el director llama la invisibilidad actoral, “intentando ocultar los mecanismos de la actuación, para generar esa sensación de realidad” que esta puesta busca lograr.

El público, al igual que el actor, también juega su rol: es sacado de su comodidad, pinchado en su “deber ser “de la convención escénica. Es el espejo en el que este hombre refleja todos sus miserias. Es el interlocutor perfecto y colectivo que necesita, quizás, para calmar la soledad que lo carcome.

“Nos interesó generar una ‘identificación directa’ sobre los espectadores para que ellos se vean interpelados por la ficción o confundidos ante esa persona/actor que les habla y mira de una manera muy cercana. Pudiendo transmitir la sensación de que el actor no interpreta un personaje, sino que es una persona que les está hablando, pero que a su vez, eso que se constituye como experiencia, es ficción pura”, dice Kobla.

abrir el juego

Aimetta, que pasa de acariciar algo quieto mirando porno hasta a ducharse en el baño lindante bajo la atenta mirada de 32 ojos, abre el juego en esas intervenciones en las que mirando fijo a sus receptores, los incomoda en el buen sentido, por el mero hecho de haber sido siempre parte de esa pared inmóvil, inquebrantable, que difícilmente, por las distancias propias, se dejara atravesar.

En el espacio se generan risas nerviosas y otras más contundentes que, según el histrionismo de cada uno de esos espectadores, podría derivar en una acción espontánea que desafiaría al actor a resolverla de alguna manera. Pero esa sería otra historia.

“Esta zona liberada al espectador evidencia algunos síntomas de cómo perciben una obra y el compromiso que establecen con la experiencia”, explica Kobla, consciente de que “las obras deben hacerse cargo de que ingrese a la sala un contingente de público y salga un grupo de espectadores”.

Lo interesante, vale remarcar, es la posibilidad que tiene el público de ser parte de algo diferente, de una propuesta adaptada especialmente para ese espacio, un ambiente real, dentro de una vivienda real, que acorta aún más las distancias entre actor/espectador, y que explora otros carriles de producción teatral.

Al respecto, destaca el autor que esta creación, que por las características propias que presenta en cuanto a lenguaje, registro de actuación y cómo operan sus signos y procedimientos fue trabajado casi como una locación cinematográfica, sólo puede ser posible en este espacio que construyeron: “No tiene traducción escénica. El lenguaje devino de la particularidad espacial. No tendría sentido en un escenario, porque sería otra obra”.

“No hay nada más hermoso que acariciar algo quieto” presenta a un sujeto urbano producto de la globalización, absorbido por su trabajo y responsabilidades, incomunicado en esta era de la comunicación, una paradoja que se ha convertido en un lamentable cliché.

Con resonancia política, sobre todo en la hilarante intervención del otro personaje, a cargo de Niem Nitai, un aborigen que habla en inglés generando escenas disparatadas con líneas alusivas a la actualidad, sostiene Kobla que la propuesta dramatúrgica buscó graficar a un hombre moderno, “que organiza su vida acorde a su ritmo laboral, que está al servicio del sistema” y que bien “podría ser el arquetipo de hombre contemporáneo de clase media con un trabajo administrativo en el microcentro de su ciudad”.

Por eso, revela, la resonancia con la actualidad, más allá de referencias directas es inevitable, aunque “no como algo lineal sino como un elemento más para que resuene con todo el entramado de la obra”. A su criterio, “el teatro -en cualquiera de sus tipos- es político más allá de si la obra habla o no de temas políticos”.

texto elogiado y becado

“No hay nada más hermoso que acariciar algo quieto”, cuya dramaturgia llevó a Braian Kobla a formar parte del Catálogo de Joven Dramaturgia iberoamericana de la Biblioteca Nacional de España (Madrid) y también a obtener la Beca individual a la Creación del Fondo Nacional de las Artes, incluye vestuario y diseño de locación de Sol Santacá, y asistencia de dirección de Rafael Gigena.

Los interesados en asistir a esta experiencia teatral casi personalizada deberán gestionar la reserva a través del perfil oficial de Facebook de la obra, que lleva su nombre, y al ser confirmadas se les enviará la dirección. Habrá funciones todos los domingos del año. Las de este fin de semana ya están agotadas.

 

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