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Al inimitable actor platense, fallecido prematuramente a los 35 años, lo llamaban “el Clark Gable argentino” y gozó de una enorme popularidad en Argentina y el exterior
Desde chico supo que sería actor aunque tal vez no imaginaba que su fama alcanzaría, tanto a nivel teatral primero y en el cine más tarde, la gloria y el prestigio que traspasaron los límites de nuestro país.
José Gola, un hombre simpático y al mismo tiempo callado, sobre el escenario o frente a una cámara parecía transformarse, dejando que los personajes se apoderaran de su gestualidad y de su hablar, de manera total.
Nacido el 7 de febrero de 1904 en una amplia casa de calle 11, se crió en una casa de 3 entre 35 y 36 en el seno de una familia de buen pasar económico; su padre tenía una maderera importante en la Avenida 122 que cerró recién a fines de la década de los años setenta.
Pero sus hermanos tenían, todos, la vocación artística que él heredó; tres de ellos eran músicos: César fue violinista de la orquesta estable del Teatro Argentino de nuestra ciudad, Benso y Amelia eran pianistas y Ermete actor y periodista.
José no quería ir a la zaga de sus hermanos y en 1918 ingresó como integrante de una comparsa de uno de los habituales números artísticos que se representaban en el Coliseo Podestá.
El muchacho, a sus 14 años, no tardó en destacarse sobre las tablas de la sala de la calle 10 y pronto se ganó distintos papeles en otras representaciones. Fue aprendiendo el arte dramático con la rapidez de los predestinados de gran vocación. Por eso, diversas compañías teatrales porteñas comenzaron a contratarlo para numerosas obras y distintos papeles, aprovechando además su porte varonil y su “pinta” indiscutible.
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Paralelamente, el hombre escribía obras teatrales, poemas y hasta las letras de alguna composición musical junto a su hermano César.
El pináculo de su carrera teatral lo alcanzó como primer galán del elenco más cotizado y famoso de la época en Argentina, nada menos que el de Enrique Muiño y Elías Alippi.
Con la llegada del cine sonoro, a José Gola se le abriría una puerta tan grande como inesperada, aunque ya en 1923, a los 19 años de edad, había tenido un primer encuentro con el mundo fílmico al actuar en la película muda “De nuestras pampas” bajo la dirección de Julio Irigoyen.
Pero todavía por esos años las compañías teatrales lo reclamaban y su presencia en las principales salas porteñas era constante.
Cuando en 1934 José Agustín Ferreyra lo convocó para su film sonoro “Mañana es domingo”, el platense ya había captado en profundidad las enormes diferencias entre el teatro y el cine, entre el ser observado en vivo por el público desde una platea sobre el escenario, y la corta distancia de la cámara con las expresiones del actor. Por eso, cambió drásticamente sus modos actorales desenvolviéndose con singular capacidad.
De inmediato conquistó al público y a la crítica; en sólo cinco años filmó 16 películas en roles protagónicos como galán.
Tenía una quinta de descanso en la por entonces zona semirural de 7 y 76, en terrenos que hoy ocupa la comisaría Octava y cuando se advertía su presencia allí, la noticia se corría por toda la ciudad y mucha gente se presentaba en el lugar intentando conseguir verlo y él cada tanto salía a saludar.
Mientras rodaba en la provincia de Misiones su décimo séptima película, “Prisioneros de la tierra”, dirigida por Mario Soffici, Gola enfermó gravemente; el Presidente de la Nación, Marcelino Ortiz, envió el avión presidencial a buscarlo para llevarlo de urgencia a la ciudad de Buenos Aires, en donde pese a los cuidados de los médicos más calificados de la época, falleció de peritonitis el 27 de abril de 1939, a los 35 años de edad.
Sus restos fueron velados en la Casa del Teatro ante una muchedumbre que se agolpó en interminables filas en la calle para despedir a la primera gran figura masculina que tuvo el cine argentino.
El gran actor platense murió en el apogeo de su carrera con un futuro actoral que lo esperaba con los brazos abiertos porque tenía firmados contratos para filmar varias películas.
Un dato final habla de su fama: mientras en 1938 filmaba “Los caranchos de la Florida” junto a Amelia Bence, recibió la visita nada menos que del famoso actor estadounidense Tyrone Power, quien quería conocerlo en persona y verlo desempeñarse en el set de filmación.
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