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Vivir Bien |BAILAR HASTA QUE TODO SE SOLUCIONE

Gente con swing

Cada vez más platenses se suman al swing como en los años `30. La movida incluye coreografías en plazas y salones, shows en vivo con ambientaciones, y un público amplio y fiel

Gente con swing

Baile de roles, así se define al swing, donde cualquier integrante de la pareja puede tomar el rol de hombre o de mujer / foto: Dolores Ripoll

YAEL LETOILE / Fotos DOLORES RIPOLL Y CÉSAR SANTORO
Por YAEL LETOILE / Fotos DOLORES RIPOLL Y CÉSAR SANTORO

12 de Mayo de 2019 | 08:52
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A las 18, cuando el domingo se vuelve amenaza y desolación, en el salón de la Estación Provincial la diversión está por comenzar.

“¡Buenas tardes! ¿Tienen muchas ganas de bailar?”, dice con estilo standapero el profesor de la clase de swing Roberto Ref (40). Está parado en el centro de una ronda de 50 alumnos entre varones y mujeres con edades que van de los 16 hasta los 80 años.

“Primero hacemos los pasos básicos y después vamos con la playlist ¿Estás de acuerdo, Flor?”

Flor Ortiz – su esposa, pareja de baile y también profe–, asiente. Mientras dure la clase irá más de 10 veces al control para poner los temas, tomará fotos, dará indicaciones y hasta perderá la voz de tanto forzarla para superar el volumen de la música. Contracara del aplomo de Roberto, ella es un ramalazo de energía vibrante y, junto a él, forman la dupla perfecta para terminar el domingo a puro swing. ¿No se tentó? Veamos.

CIUDAD SWING . Desde hace al menos dos años, La Plata vive el regreso del swing, el baile surgido durante la Gran Depresión en los Estados Unidos que revivió a fines de los `90 en las grandes ciudades del mundo. Es que en tiempos donde el bolsillo aprieta y la vida cotidiana abruma, bailar puede ser una excelente alternativa para cambiar el ánimo, conocer gente, entretenerse.

La movida incluye baile en plazas y salones, shows con bandas en vivo, clases colectivas y particulares y hasta una escuela para los que buscan formación básica o profesional.

En Buenos Aires, la escena suma audiciones y competencias cuyo evento principal, la Frankie BA, se realizará la semana próxima con bailarines internacionales y una maratón de clases inédita. Todo fantástico, pero ¿cómo se baila?, ¿puede hacerlo cualquiera?, se preguntará. Entérese en esta nota.

BAILARÍN SE HACE. Martín González (16) es el bailarín más joven y la prueba de que se puede bailar swing con cualquier calzado. Es que en su primera clase llevaba puestas unas crocss. Amigo de los sobrinos de Roberto, un día “para hacerles la onda” los acompañó a Casa Swing, donde Flor y su pareja se habían lanzado definitivamente a la actividad.

“Ellos no siguieron pero yo me re enganché”, dice Martín, que cursa la secundaria en el industrial Albert Thomas. Desde esa vez, empezó a tomar clases miércoles y sábados y llegó a ocupar los cincos días. “Ahora con el colegio, aflojé un poco”, ríe.

“A Martín le doy la leche y después lo tengo bailando acá todo el día”, dice maternal Flor. Y es que el chico aprendió rápido y le puso tanta garra que enseguida comenzó a ayudar a los profesores con los nuevos alumnos.

Después pasó a integrar los Peakys, un grupo de bailarines y bailarinas que hacen coreos y presentaciones con música swing y que ya tuvo su debut en el Pasaje Dardo Rocha con Big Apple. Y hasta quedó tercero entre 25 parejas en la competencia Jack and Jill, en Mar del Plata.

Lo sorprendente en su caso es que quizás por cuestiones de edad, Martín nunca había escuchado swing. Tampoco sabe muy bien cómo definir esto que le encanta. Entonces, evoca a Manning: “Frankie lo describía como la felicidad, y si cumplía 109 años bailaba con 109 mujeres”. Después, hace un silencio y reflexiona: “Uno siempre está en busca de su pasión. Quiero ir todo el tiempo a bailar, tengo listas de música, bailarines que sigo, para mí el swing fue salir de mi zona de confort”.

EL GRAN SALTO. El Lindy Hop es la forma más difundida de bailar música swing. Lo popularizaron los negros en los ballrooms de Harlem en los 30´, cuando todavía el racismo les limitaba el acceso a los salones excepto para animar los shows. La cima del reconocimiento llegó después: la revista Life lo declaró baile nacional. Era la época de las Big Bands y de grandes figuras del jazz como Glenn Miller, Duke Ellington y Benny Goodman.

El baile le debe su nombre a una anécdota curiosa. Dicen que durante una maratón en el Savoy, unos de los salones más afamados de la época, un periodista le preguntó a un bailarín qué estaba haciendo durante su improvisación, y este respondió: “The lindy hop”, en referencia a Charles Lindbergh “Lindy”, el primer aviador que cruzó –hop es salto en inglés– el Atlántico en un vuelo sin escalas.

El swing o Lindy Hop se baila en pareja o también solo y es muy dinámico, con un fraseo de ocho tiempos. Aunque los principiantes –dirá Roberto– lo bailan en seis. Se lo suele comparar con el rock and roll, aunque es más técnico. Tiene muchas variaciones –Collegiate Shag, Authentic Jazz y Blues– según el tiempo musical y alterna constantemente posiciones abiertas y cerradas.

El apellido del Lindy Hop –sostienen sus cultores– es Manning, en honor a Frankie Manning el más grande bailarín del estilo. Su performance puede verse en una memorable escena del film Hellzappopin (Hollywood, 1941), donde cuatro parejas despliegan magia acrobática durante dos minutos y medio a un ritmo frenético, entre otros registros de la época.

SWING, UN MODO DE SER. Flor lleva 26 años como psicóloga en el Poder Judicial y Roberto ocupaba un puesto de coordinador en la imprenta del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ninguno tenía en mente dedicarse al swing en forma profesional. Pero buscaban algo divertido que pudieran compartir. Ella siempre había bailado: danzas clásicas, contemporáneas, afro. Él; bien, gracias.

“Era hiperquinética, no me frenaban con nada. Llegaba de la escuela y bailaba bailaba bailaba, compulsivamente. También tomaba clase, pero bastante autodidacta. Siempre danzas individuales”, cuenta mientras ceba un mate, recibe a los alumnos y busca un video de Collegiate Shag para mostrar la rapidez del estilo. Se dijo: hi-per-qui-né-ti-ca.

“A mí siempre me gustó la música y solía bailotear en el living de mi departamento corriendo los muebles. Pero no sabía bailar ni el arroz con leche”, admite Roberto. Lo suyo era el oído: “Escuchaba grupos de neo swing de los 90´ con toques latinos, del tipo de la banda sonora de La Máscara”, dice quien se encarga de armar las listas de canciones para las clases.

Así, casi por casualidad, en 2013 se enteraron que había swing en la vieja Estación, y allá fueron. Pero cuando estaban tomándole el gustito, la profesora que vivía en Capital dejó de venir y no les quedó más remedio que ir a formarse allá.

“Arrancamos con unos pasos de Charleston y nos volvió locos. Ya cumplía la función de entretener: 8, 1, 3, 4 y cruzo la pierna; y al mismo tiempo nos empezamos a meter en la escena de Buenos Aires. Nos volvimos muy manijas”, coinciden.

Y es que el swing –juran– “hace que la gente se cope, se divierta y se enganche. Nosotros no somos unos capos ni los mejores del universo pero aspiramos a serlo y eso se respira”, sostiene Roberto.

Flor, en su doble rol profesional, agrega: “El baile es la excusa. Es divertido, nuevo, tiene técnica, entretenimiento, pero especialmente sirve para olvidar lo malo y jodido que pasa. Hay gente que viene con lo peor de sí y nosotros hacemos el abrazo del caracol y es curativo. Para quien le gusta, tiene un efecto similar a cualquier dispositivo terapéutico”.

TODOS A BAILAR. Cuando, finalmente, en 2017 Flor y Roberto se decidieron a abrir el Swing Out Estudio, una escuela que tiene sedes en Buenos Aires, San Pablo y Mar del Plata, el público se triplicó. Llegaron desde adolescentes como Martín hasta Aurora, una señora de 84 años que caminaba con bastón.

Los que tienen ritmo, los que creían tener un grillete en las piernas, las parejas, los que están solos, las jóvenes, los maduros. Todos pueden aprender a bailar swing y divertirse en los distintos espacios de la ciudad donde hoy se dictan clases (ver recuadro).

Con años de danza jazz, Nadia Bryk (32) –psicopedagoga– es novata en el swing. Un día paseaba por la Estación, escuchó música y subió. “Me gustó el grupo, es muy heterogéneo en edades y niveles y me sentí integrada desde el primer momento”, cuenta ya sumada a las clases semanales y esperando que llegue el día para poder practicar. “Es un cable a tierra y la forma de olvidarme de las preocupaciones”, define.

Clara Valdéz (62) es artista plástica y docente en Bellas Artes, y baila Lindy Hop desde hace tres años junto a su marido Alfredo Meyer (66), médico de Hospital Italiano. “Me gusta la estética de principios de siglo. Me enteré que había clases, empecé y no paré. Me encanta el ritmo y no me resulta imposible. Lo puede practicar cualquier persona”, asegura.

“Nosotros bailamos casi todo, nos divertimos mucho y nos conectamos con otra gente. Amigos nuestros también han venido”, dice para quien bailar fue una forma de conectar con su marido. ¿Si se imagina dejando el swing? “¡Sólo si tengo un problema en las piernas y espero que no!”, ríe.

Y si a esta altura no cree que el swing causa fascinación, mire el caso de Héctor Welschen (61) y su hija Mariana (23), de Quilmes y Berazategui, respectivamente. Un chico la invitó a bailar a La Plata y aceptó, pero al final terminó yendo con su papá.

Con el muchacho no pasó nada, pero padre e hija se enamoraron del swing, la gente, los profesores. “Hay linda energía con la gente, nadie te critica ni te juzga”, dice ella, asistente terapéutica y, sobre el baile propiamente, confiesa “el básico lo tenemos, pero hay que pulir”.

“No nos vemos en la semana y esta es una linda salida: paseamos, bailamos y tomamos una cerveza. Y los profes son muy piolas”, cuenta el papá que también hace teatro y clown y con todo, se tira a menos: “No me puedo tirar a dormir porque no me queda mucho”, exagera.

 

Baile de roles
El Lindy Hop es un baile de roles intercambiables. El leader marca los pasos y el follower lo sigue. Cualquiera de los roles puede ser interpretado tanto por un varón como por una mujer.

 

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Baile de roles, así se define al swing, donde cualquier integrante de la pareja puede tomar el rol de hombre o de mujer / foto: Dolores Ripoll

Los “swingueros” durante los encuentros con bandas en vivo

Martín González y dos compañeras en una muestra de swing en parque saavedra / Foto: agustina Petroff

Florencia y Roberto, lookeados como en los años `30

Roberto en plena clase, mostrando el paso básico del swing

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