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RUBÉn SARLO (*)
Los conflictos sucedidos en los últimos años en Libia y en el Africa Subsahariana, que motivaron que enormes cantidades de personas huyeran hacia Europa -muchos de los cuales dejaron su vida ahogados sin poder atravesar el Mar Mediterráneo-, tuvo por parte de algunos países europeos una reacción inesperada, con rechazo a recibirlos y claros gestos xenófobos.
Los gobernantes, en su mayoría, esgrimieron que con el masivo ingreso se corría peligro de desestabilización laboral interna. Al mismo tiempo, rechazaban las costumbres originales de esos inmigrantes y decían por lo bajo del riesgo de que, en el ingreso multitudinario, se filtraran terroristas. Todo era posible, es cierto, pero lo que hoy se puede apreciar a la distancia es que los políticos –muy especialmente los que estaban en tiempo de elecciones, todos ellos con extracción ideológica de derecha y ultraderecha-, aprovecharon muy bien la oportunidad con discursos racistas, pues advirtieron que el Estado de bienestar había desaparecido y que la inmigración obligada era –en un principio- un problema, pero luego fue usada como una herramienta fenomenal para convencer a los votantes.
Se trata de políticos aglutinados que proclaman ser diferentes a los otros, y que fueron abriéndose camino a través de los constantes fracasos de la izquierda, lo que aprovecharon para desplazar las preferencias por los partidos tradicionales de cada lugar. Y a través de los votos vemos que las izquierdas son derrotadas o debilitadas severamente, porque no encuentran el camino de las soluciones que se necesitan. Sin duda que esos sectores políticos tienen un gran parecido estructural que acuñó la frase “los ciudadanos locales primero” , cuya música suena bastante parecida al “Amèrican first” proclamado por Donald Trump en el país del Norte.
La semilla de la ultraderecha xenófoba parece haber germinado en Francia de la mano de Marine Le Pen, incubando un descontento generalizado contra el gobierno de Macron; en Andalucía (España) con el triunfo del partido “Vox”; Suecia vio crecer al partido Suecos Democráticos, que tomó como caballito de batalla la problemática de los inmigrantes y le dio resultado; en Italia el xenófobo Mateo Salvini lidera la “Lega” asociada con el “Movimiento Cinque Stelle”. Y apareció en la escena política un bisnieto del “Duce” Benito Mussolini que pretende ser candidato al Parlamento Europeo. Y el germen también se propaga en Dinamarca, Finlandia y Austria, recordando que en este último País hubo varias proscripciones políticas hace algún tiempo cuando los jóvenes neonazis avanzaron socialmente desconcertando a todos. En Alemania cayó muy mal la decisión de Angela Merkel de recibir a más de un millón de refugiados, y ello provocó inmediatamente el crecimiento de las fuerzas políticas fascistas, lo que trae al presente el horrible recuerdo del Holocausto.
Los políticos que están aprovechando esta situación parangonan a los migrantes con delincuentes, muy especialmente si provienen del Islam, que consideran un peligro para Alemania y para toda Europa. En América todo comenzó de la mano de Donald Trump en los Estados Unidos con la demonización de los mejicanos, y ahora sigue con Brasil, donde el presidente Bolsonaro se identifica tanto con el líder del Norte, que casi se puede decir que su conducta es de total sumisión. Su predica por la libre portación de armas de fuego y la política frontal contra homosexuales, lesbianas y trans parecen ser los estandartes que enarbola.
Si bien es cierto que en las dos guerras mundiales la enorme inmigración de europeos a América no trajo inconvenientes mayores, sino que reforzó la mano de obra barata del trabajo en una tierra que aun no estaba densamente poblada como Europa, no es tan cierto que los migrantes cambiarán la fisonomía del viejo continente rápidamente. No puede negarse que la mestización se producirá necesariamente y los idiomas y costumbres –incluso las prácticas religiosas- harán lo suyo, pero no se advierte que pueda impactar en las economías regionales tanto como se teme. A pesar de todo, el actual cierre de fronteras les produce a los ciudadanos europeos una sensación de tranquilidad ficticia, pues de una u otra manera mucha de esa gente hoy sin patria lograra su cometido. Se quedará radicada en Europa y se acomodará a las circunstancias. Mientras tanto, el principio de oportunidad y conveniencia aplicado por los dirigentes políticos de los partidos de la derecha xenófoba, ha retrotraído al mundo a la vieja división de los Países-Estados y ha herido gravemente al movimiento de globalización transitado en los últimos 30 años, que paradójicamente mostró a los europeos como los líderes de aquel movimiento hoy en crisis.
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Todos los movimientos ultraderechistas de Europa, y de los EE UU y Brasil en nuestro continente, manejan hoy propaganda manipulada que enfrenta ante la visión del elector a los pobres locales con los pobres extranjeros que migran. En ese marco ponen en revisión los recursos de sus propios Estados por el reparto de puestos de trabajo, por la educación de sus hijos y por la adjudicación de viviendas. El cierre de fronteras maneja el mito de que los refugiados son simples visitantes indeseados y de la mano de este “relato” surgen las respuestas del electorado insatisfecho, que va retirando el apoyo al sistema y a los partidos políticos tradicionales, bajo una aparente “Defensa de lo propio”, tras la que subyacen ideas muy peligrosas para la democracia bien entendida. El odio genera más odio, y por ese camino crece nuevamente la ultraderecha en el mundo, cuando muchos creímos que se había aprendido la lección de la historia.
(*) Abogado
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