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En “Un instante sin Dios”, lo nuevo de Daniel Dalmaroni que llega hoy a la Ciudad, le pone el cuerpo a un sacerdote de una parroquia de frontera al que desafían a confesarse a cambio de una donación
María Virginia Bruno
vbruno@eldia.com
El prestigioso actor Arturo Bonín iniciará esta noche una serie de presentaciones en la Ciudad de la mano de “Un instante sin Dios”, la nueva obra del escritor platense Daniel Dalmaroni, en la que le toca ponerse en el cuerpo de un cura de frontera al que, a cambio de una confesión, le prometen una importante donación para amenguar las carencias de la feligresía de su iglesia.
Bonín, que conoce de hace años al actor, director, dramaturgo y guionista platense, creador de obras como “Maté a un tipo”, “New York” y, entre más de una treintena, “Vacas sagradas”, se sorprendió cuando tuvo en sus manos este material porque, dice, no lo reconoció.
“A mí me divierte mucho su estilo de escritura, lo zarpado y lo mordaz que es. Pero esta tiene otro estilo, es otra cosa. Diferente a todo lo que venía haciendo. Entonces se lo dije y me respondió ‘es el mejor elogio que me podías haber hecho’”, cuenta el actor en diálogo con EL DIA sobre la obra con la que llegará esta noche y el próximo viernes al Teatro Estudio, 3 entre 39 y 40.
Dalmaroni pensó en él para uno de los personajes pero Bonín, que venía haciendo gira con “Ver y no ver”, junto a Graciela Dufau y Nelson Rueda, lo rechazó primero. Aunque, interesado por la propuesta, aceptó probarla, tímidamente, un día de semana -los martes- en una sala chica. Rueda, que lo complementa con su juventud en escena y con quien forma un buen vínculo actoral y con el rápido pegó “buena onda”, como dicen los chicos, es el otro personaje de “Un instante sin Dios”.
Tras cuatro meses de ensayos “placenteros”, la pieza se estrenó en febrero pasado los martes en Nün Teatro, “como una cosa muy tranquila”, aunque se fue convirtiendo en uno de esos sucesos del boca en boca. “Fue escalando y se ha transformado en algo interesante, en donde evidentemente hay un acierto en la propuesta”, cuenta Bonín.
En el texto, un poderoso empresario visita a un veterano sacerdote de una humilde parroquia de frontera para ofrecerle una importantísima donación para su iglesia. Pero la oferta tiene una condición: una confesión. Pero no del feligrés hacia el cura, sino del sacerdote hacia el empresario...
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El actor admite que la forma en la que está narrada la pieza es lo que la hace más interesante. “Está contada a la manera de una investigación, un thriller. Donde son dos personajes que se van testeando mutuamente, para descubrir quién es el otro”, reconoce Bonín y anticipa, aunque sin spoilear, que tiene “un final absolutamente inesperado”.
Según Bonín, el texto necesita de un espectador activo porque “se tiene que meter a tratar de desentrañar quiénes son estos dos tipos”.
Se trata de una obra que, como todo thriller, “no da respiro y lleva al público de un lado al otro”, y la define como “una cebolla, a la que uno le va sacando capas y se encuentra con cosas parecidas pero no exactamente iguales a las que esperaba”.
Es la segunda vez que le toca ponerle el cuerpo a un cura. Hace tiempo, y a lo lejos, unos estudiantes de cine bolivianos lo convocaron para interpretar en un corto a un recién egresado del Seminario, “imaginate si hará tiempo”, se ríe Bonín sobre la paradoja porque, ahora, se mete en la piel de uno mayor, más acorde a sus 75 años.
Define a su criatura como “muy particular, muy querible por momentos, y con sus cosas por otro lado; un personaje interesante, con varias facetas”, y responde, a tono personal, cuál es o ha sido su relación con la religión.
“Bastante compleja, no profeso ninguna religión, a pesar de descender de un religioso”: cuenta que su abuelo, en Italia, fue cura pero en un momento “se hartó o renegó de eso y se vino acá, escapado”. Acá, precisamente, formó un familión. “Es una suerte de secreto familiar, que ya trascendió, porque tuvo doce hijos”, revela Bonín, que, de chico, frecuentaba una pequeña iglesia en Villa Ballester, donde se crió, “pero porque íbamos a jugar al fútbol o tomar chocolate, nunca tuve un vínculo muy estrecho”.
Si tuviera que poner la figura de Dios en algo o alguien admite el intérprete que “no podría encontrarla en alguna mirada religiosa, de ningún sector. La buscaría en un tango de Piazzolla, en un poema de Costantini, en un cuadro...”. Para Bonín, Dios aparece en “un lugar, un espacio, una respiración, algo que me inspira que hay algo que está más allá, y que nos supera a todos”.
“Yo provengo del teatro independiente, siempre fue un semillero, no sólo hablo de actores, sino de escenógrafos, de autores, de músicos, coreógrafos, vestuaristas, todo lo que compone toda nuestra querida fauna”, reflexiona Bonín, sobre la escena en la que se viene moviendo últimamente, y en la que disfruta estar.
El actor admite que es “maravilloso lo que pasa con el teatro en épocas duras como ésta”, donde la creatividad parece multiplicarse con la crisis.
“Es evidente que hay una mirada constante del profesional sobre estos sectores, que son un hervidero de talento y que es perfectamente comprobable”, dice sobre el lugar que le permite seguir desarrollándose en lo profesional.
“No podría encontrar a Dios en alguna mirada religiosa. La buscaría en un tango de Piazzolla, en un poema de Costantini, en un cuadro...”
“Me encanta poder trabajar con gente joven, que tiene otra cosa en la cabeza, por suerte, porque aprendo mucho, me sumo a todo eso y puedo seguir creciendo, a pesar de que soy un chico grande…”, dice, entre risas.
A los 75, con más de sesenta de trayectoria, desde que a los 16 descubriera el teatro, Bonín nunca se ha desvinculado de las tablas, su lugar en el mundo, en donde hoy en día elige estar, a pesar de haber ganado popularidad en la pantalla chica.
Además de protagonizar “Un instante sin Dios”, Bonín saca a relucir su pilcha de director los sábados en el café cultural Caras y Caretas con “Sueños que al llegar”, un espectáculo basado en dos monólogos de Vicente Muleiro, con Susana Cart, su compañera de vida hace cuarenta años, y el actor platense Alejo García Pintos.
Con ansiedad espera sus presentaciones en La Plata, en una sala que, según confiesa, es perfecta para mostrar el material porque “somos muy cuidadosos” con el marco, y todo comunica.
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