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A 25 km de Mar del Plata, oculta entre acantilados, se encuentra Playa Escondida, un balneario donde se practica el naturismo. En qué consiste esta forma de vida
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
Adiós el pantalón. Chau a la camisa. La ropa interior, con sus elásticos tiranos, cae sobre la arena. Y el cuerpo al sol, la brisa sobre el torso, los muslos y más allá sobre la arena cálida, se siente muy bien.
Como explica el administrador de Playa Escondida, en el balneario nudista ubicado a 25 kilómetros de Mar del Plata “no podemos obligar a todos a estar desnudos. Si querés practicar el nudismo o estar con ropa, podés”.
Imagino que ningún nudista querrá contarme sus razones para andar sintiendo los rayos del sol allí donde habitualmente no llega, si me acerco, grabador en mano y totalmente vestido. Lo cierto es que lo que empieza casi como una travesura tendrá, gracias a los guías espirituales que se encuentran desprovistos de ropas y otros tapujos, algunos visos de epifanía.
Playa Escondida, un pequeño y precioso balneario silvestre oculto entre acantilados al que se accede de forma gratuita, aunque se puede acceder a carpas, sombrillas, una pileta y otros servicios que ofrece el parador por un costo, celebra esta temporada sus 20 años: la playa elegida por Rolando Hanglin, que cada temporada durante sus vacaciones visita sin falta, todos los días, como un Sarmiento nudista, el recóndito balneario, nació en 2000, por impulso de la comunidad nudista y en sociedad con Turismo de General Pueyrredón.
El nudismo ya estaba permitido, pero no había un espacio para practicarlo: así es que se decidió buscar un espacio para explotar ese nicho turístico, durante años visitado por extranjeros, una de las pocas playas naturistas del país (hay otra en Villa Gesell) y que cada día, de 8 a 20 horas, recibe entre 200 y 300 visitantes.
La mayoría pasan los 25 años, y el promedio de edad es alto. “Son gente que ya perdió los prejuicios”, se ríen en el balneario. Pero hay jóvenes: algunos son simplemente los curiosos, fácilmente distinguibles por algunas actitudes excitadas; otros son filósofos del nudismo, como Ignacio, un treintañero de Buenos Aires que hace cinco años visita Playa Escondida y que lanza con docente sencillez sus razones para estar allí: libertad y naturaleza, dos caras de la misma, despojada moneda.
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Ignacio cuenta que frecuenta la playa porque se respira allí “una atmósfera bastante libre” y para “poder estar en contacto directo con la naturaleza, con el mar”. El balneario prohíbe en este sentido la reproducción de música (“recuerde que el sonido del mar y del viento es parte del paisaje”, dice su reglamento) y promueve cuidado del medio ambiente y la limpieza de la playa. Escondida, además, está ubicada en una playa donde, por su lejanía con la ciudad, el agua cumple con criterios microbiológicos de la Unión Europea respecto a su calidad como aguas de baño.
La convivencia al natural es parte fundamental de un estilo de vida que trasciende la desnudez. “El Naturismo es una forma de vivir en armonía con la naturaleza, caracterizada por la práctica del desnudo en común, con la finalidad de favorecer el respeto a uno mismo, a los demás y al medio ambiente”, define la Federación Naturista Internacional.
Parece una definición ambigua, pero cuando se explora revela raíces profundas: el naturismo es también una corriente médica que receta este regreso a una vida en armonía con la naturaleza como una forma de curarse y conservar la salud. La ropa puede servir de abrigo en invierno, pero en verano sobreprotege, no tiene demasiada razón de ser. Y es restrictiva.
“El nudismo”, sigue Ignacio, “desmitifica un poco el tema de la vestimenta: un día de 35 grados que todo el mundo esté vestido… me parece que hay un rasgo cultural muy marcado en ese sentido, y desde acá quizás se puede empezar a deconstruir eso, esa necesidad de consumo de ropa que existe como una obligación”.
La vestimenta, además, genera barreras artificiales, marca diferencias sociales y genera discriminación. Y, claro, es fabricada bajo cánones estéticos tóxicos que, según los nudistas, todo cuerpo es bello. Lo que es evidente para el nudista, no lo es para muchos que sufren su cuerpo, y que viven “el cuerpo como una cosa a tapar”.
Ahora, no tapar no significa exhibir. Lo explica Gabriela, que hace tres años visita la Escondida con su pareja. Cuando me acerco a hablarle, me dice que no tiene problema en charlar, pero sin mirar. “Nos miramos a los ojos”, explica. La playa naturista no es un espacio para observar y ser observado: por eso, no se permiten fotografías. No se trata de mirar, sino de estar; no se trata de ser observado, sino, al contrario, de estar en un lugar donde uno no se siente juzgado.
De todos modos, Gabriela reconoce que “hay de todo”, y que ciertamente en el balneario aparecen los voyeurs, y también los que buscan algo más que estar.
“Nosotros no somos swingers, somos una pareja común que disfruta de venir acá”, se apura en avisar, pero en voz baja cuentan varios visitantes que, más allá de los límites del balneario, pasando los acantilados, ocurren cosas.
En todo caso, los veraneantes tienen que dejar la zona delimitada porque el reglamento es claro: “Toda conducta de índole sexual será motivo de advertencia y/o expulsión”.
De todos modos, Gabriela dice que los argentinos nos creemos los más abiertos y aventureros, pero que en la Escondida no pasa gran cosa, en comparación con otros balnearios que ha visitado alrededor del mundo. Ella conoce del tema, se nota, e introdujo a su pareja al mundo de la libertad de prendas y prejuicios cuando comenzaron a salir.
Al principio él no se animaba demasiado; pero poco a poco se fue animando. Hoy, no concibe algo más liberador que meterse al agua y sentir la fría, estremecedora naturaleza sobre el cuerpo.
Algo que, en la Escondida, no es sencillo: el camino hacia el agua es complicado, porque la orilla está cubierta de piedras. Los veteranos saben que hay algún caminito de arena, y que ciertas condiciones de la marea permiten un baño más sencillo. Pruebo, con toda mi inexperiencia a cuestas. Es gratificante, el congelado mar revitaliza, despierta, y una sensación de ingravidez se expande por todo el cuerpo. Casi vale la pena que, al resbalarme en la pedregosa orilla, se moje mi celular: algunos testimonios de aquella tarde se perdieron para siempre, pasados por agua...
Tras secarme del frío al sol, al borde de la siesta provocada por la placidez, ha llegado la hora de partir. Vuelve la camisa, el pantalón. Y saliendo de la playa, subiendo por el acantilado, veo que me apresuro en abotonarme las prendas, en cubrirme. Siento, en un atronador momento de lucidez, como regresa a mi cuerpo la vergüenza.
❑.- Ingreso a la playa
Gratis
❑.- Sombrilla
$900
❑.- Gazebo
$1.800
❑.- Estacionamiento
Al sol
$400
Con media sombra
$550
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