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Mensajes en las montañas

Mensajes en las montañas

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

23 de Febrero de 2020 | 04:11
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LO IMBORRABLE.- Hay objetos que se niegan a morir del todo y otros que pretenden persistir pero rápidamente se borran. El hombre y sus cosas forman un vínculo entrañable. Esta es la historia de un anillo que estaba allí, resistiendo en la zona del glaciar Fitz Roy, peleando contra esa inhóspita intemperie, deseoso de ser encontrado y poder retornar a las manos de una mujer que ya ni esperaba que la montaña le devolviera algo. Es una emotiva fabula romántica con tres personajes: Pablo, el piloto de un helicóptero que cinco años atrás tuvo un accidente fatal allí; Mónica, su mujer, y un escalador ruso que en 2017, recorriendo ese lugar, encontró entre la nieve un anillo con una inscripción: “Mónica”. Empezó a buscarla y dos años después pudo dar con Mónica. Ella jamás había imaginado que algo de su querido Pablo podía seguir allí, ¿esperándola? Hablaron y se emocionaron. El ruso le envió el anillo dentro de una mamushka, esas muñecas rusas que se van achicando para que al final tanto la más grande como la más pequeña tengan la misma importancia en el armado del juego. Una apropiada alegoría sobre ese hallazgo tan chiquito y tan grande. Esta emocionante secuencia, desde el piloto que muere hasta el anillo que renace, alumbra una tocante historia de amor con un protagonista ausente que encontró en ese alianza y en esa desolación la única manera de poder volver a casa. A veces los objetos desafían lo que sea para seguir. Serrat habló de esas pequeñas cosas que “uno se cree/ que las mató/el tiempo y la ausencia/pero su tren/vendió boleto/ de ida y vuelta”. Y Borges también se rindió ante esas compañeras de toda la vida que “ciegas y extrañamente sigilosas/ durarán más allá de nuestro olvido/y no sabrán nunca que nos hemos ido”.

LO BORRABLE.- Imagino la desazón de la familia Peñaranda, de González Catán, cuando se anotició que la buscaba la justicia sureña para castigarlos por dejar un grafiti en una roca del Cañón del Atuel. Este era el mensaje: “Flia. Peñaranda, González Catán, Buenos Aires. 07/02/2020”. La justicia los convocó para que borren todo. La familia pidió perdón y volvió a esa roca. ¿En qué habrán pensado los Peñaranda cuando se propusieron dejar en esa roca y para siempre su apellido? Como tantos viajeros, quisieron hacer saber que por allí anduvieron y allí se quedarían. Hay como un terror al olvido entre esos que se sienten obligados a ir abandonando rastros de su vida a cada instante. Los que graban cualquier cosa, los que te inundan de fotos, los que van a los festivales con carteles identitarios, todos sueñan con la idea de seguir allí y perdurar, ignorando –Borges otra vez- que ya “somos el olvido que seremos”. La gente deja mensajes de adiós, como sea. El Pont des Arts parisino estuvo a punto de derrumbarse porque tenía tantos candados cargados de cariños y promesas que la baranda ya no podía sostenerse. Los desmemoriados del amor dejan marcas para no rendirse al abandono. Dice Jorge Carrión que “la esencia del turismo es la repetición ritual. Ahora ya no nos contentamos con pedir un deseo o tocar la estatua de un santo: queremos dejar nuestra huella para siempre”. Ante ese hermoso paisaje, los Peñaranda se sumaron al nuevo código viajero de dejar un testimonio sobre su visita. La lógica del souvenir invertido -en vez de llevarnos un recuerdo, dejamos el nuestro- transmite el anhelo imposible de que, si estuvimos allí, entonces hay que seguir estando.

También el presidente Fernández se ha venido encargando esta semana de borrar unos anuncios molestos y encontrar algunos anillos inesperados. El FMI le dejó un souvenir amistoso, después fuertes borrascas en la montaña de deudas. Pero al mismo tiempo Alberto se tuvo que encargar de borrar los anticipos de esos ministros peñaranda que estropean el paisaje con sus grafitos tariferos. Hoy, mientras prepara su mochila escolar con más gomas de borrar que lápiz rojo, sabe que no puede perderles pisadas a los que escriben cosas que no deben y tampoco a esa mamushka grande que deja entrar muñequitos de diferentes tamaños para ponerles la tapa a todos.

Mónica jamás imaginó que algo de su querido Pablo podía seguir en la montaña, ¿esperándola?

Un amor ausente que encontró en ese anillo y en esa desolación la única manera de poder volver a casa

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