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Parámetros de belleza: ¡Qué trabajo es ser mujer!

La presión social sobre los cuerpos y estereotipos de lo que debería ser el género femenino es histórico. Sin embargo ahora aparecen algunos rasgos que rompen con eso

Parámetros de belleza: ¡Qué trabajo es ser mujer!

MATILDE CARLOS
Por MATILDE CARLOS

13 de Septiembre de 2020 | 08:26
Edición impresa

El tema de la presión sobre las mujeres es histórico; cuando hablamos de los parámetros de belleza que se han ido imponiendo a lo largo de los siglos, en todos vemos que son patrimonio exclusivo del género femenino. Mientras a los hombres no se les exige nada en cuanto a su apariencia, las mujeres han aprendido a domesticar su cuerpos y a luchar –sin éxito real- contra el paso del tiempo y lo que la naturaleza nos dio. Basta con observar estatuas, grabados o pinturas de las diversas culturas universales para ver que los adornos y arreglos –depilación, maquillaje, alargamiento de cuello, estrechamiento de cintura, sometimiento de extrema presión sobre los pies constreñidos en zapatos incomodísimos- son moneda corriente en el universo femenino. El mundo patriarcal tal y como lo conocemos exige a la mujer ser un objeto a desear, a adornar el hogar para hacer más bella la vida. Desde las griegas hasta las jovencísimas de hoy con labios engrosados y pómulos retocados, todas han/hemos sucumbido a la presión por alcanzar el ideal de belleza imperante en la época naturalizado para que parezca “lo normal”; y hoy que los ojos está mucho más abiertos, las presiones subliminales y las evidentes quedan cada vez más expuestas.

No cabe dudas de que la presión es cada vez más fuerte y evidente porque el bombardeo mediático hacia nosotras es tremendo y el discurso está tan naturalizado que lo tomamos como lo que “debe ser”. Se han impuesto cánones de belleza que no admiten la gordura, la vejez, la diferencia de color de piel, los estilos personales y distantes del hegemónico. Entonces, las publicidades nos hablan con tono apocalíptico que a partir de los 25 años la piel pierde firmeza, que con el paso de los años nuestro rostro asume rictus de tristeza porque se aflojan las facciones, que las líneas de expresión nos hacen ver avejentadas, al igual que las canas; que hay que hacer mil abdominales y correr en la cinta 45 minutos porque en pandemia estamos engordando y nos vamos a volver indeseables, que como lucimos barbijo y nuestra mirada queda expuesta tenemos que reforzar el uso de tapa ojeras, y así hasta el infinito. Invito a los varones a que cuenten cuántos de estos mensajes reciben a diario ellos. ¡Cero! No hay publicidades que hagan foco en el paso del tiempo en la esfera masculina, ni que estigmaticen o disimulen sus siluetas o “imperfecciones”.

Cuando hablo de disimular me refiero a los trucos con que medios gráficos y publicitarios modifican la figura humana para ofrecer una versión “mejorada”. Hace unos días la revista GENTE sacó en tapa a la actriz Cecilia Roth tan modificada que costaba reconocerla. Tan irreal era todo que la versión fotoshopeada nos hacía dudar de si se trataba de a actriz o de un combo entre varias figuras más jóvenes –los ojos de una, los labios de otra, la piel lisa y luminosa de otras, y así-. Realmente lucía irreconocible. Muchas voces se alzaron a evidenciar este hecho; el abuso del programa de retoque fotográfico que ofrece una versión irreal de alguien, y que esa versión borra el paso del tiempo. Días después, Cecilia se mostró de entrecasa, con sus arrugas, su piel de tonalidades irregulares, luciendo la figura real de su cuerpo y en pijama. Quedó claro que la mentira de la revista tenía patas cortas.

Pero además de la eterna juventud, si una famosa tuvo un bebé, la demanda es que luzca impecable rápidamente como si nada hubiera pasado por su cuerpo. Por caso, hace unos días el titular de un portal de noticias rezaba; “Con Amancio en brazos, la China mostró su figura posparto” y al hacerlo puso el ojo allí donde más duele, en evidenciar un cuerpo estilizado cuando en el resto de las mortales al mes de parir la silueta dista mucho de ese ideal. Por eso la foto que circuló recientemente de Katy Perry fue tan celebrada y aliviadora: la celebrity se mostró en una selfie luciendo su abultado abdomen de puérpera, la piel con estrías, el corpiño adaptado al sacaleche y nada de producción. Las madres del mundo, agradecidas.

El andamiaje en el que nos movemos es artificial y la industria de la belleza gira sobre él

 

Gracias a la visibilización que los colectivos de mujeres y la prensa feminista realizan a diario, cada vez es más fuerte la apelación a la lucha por liberar a la mujer de tanta exigencia y presión, porque lo peor de todo es que muchas de las veces somos nosotras mismas las que nos presionamos. Lamentablemente el discurso hegemónico del “deber ser” de la femineidad se nos enquistado de tal manera que lo sentimos propio; lo hacemos carne y se va instalando en cada una de nosotras la frustración por no alcanzar el ideal. Renunciamos así a los placeres del buen comer o beber para evitar engordar, nos “matamos” en el gym para quemar las calorías del día, vivimos maquilladas para no mostrar la versión a cara lavada, nos sometemos a tratamientos invasivos, a cambios de color de pelo, a dietas imposibles, y aún así, nunca logramos la meta. Porque ese ideal es impuesto; no nace de nosotras mismas; es una demanda externa que nos moldea a imagen y semejanza de los parámetros de cada época, parámetros que son masculinos y buscan la versión muñeca de adorno en cada una de nosotras. Y aunque creamos que internamente somos las mujeres las que elegimos la versión que queremos mostrar, todo el andamiaje sobre el que nos movemos ha sido diseñado y la industria de la belleza gira en torno a él. Por eso cada vez más los discursos contra-hegemónicos hacen oír más fuerte su voz y están empezando a aparecer muy lentamente nuevos modelos en publicidades, diversos tipos de mujeres en las promociones de productos, nuevos lenguajes a la hora de hablar de cuestiones femeninas que siempre fueron vergonzantes –la menstruación o las infecciones vaginales entre otras.- como un intento por desnaturalizar los criterios con que siempre se trató al mundo de la mujer. Aún falta mucho, pero al menos al hacer visibles estas perspectivas estamos avanzando; no es poca cosa.

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