Muñecos bravos: el ritual inoxidable que enciende los barrios

Para Martina Surace (13), que por estos días forma parte del grupo de ocho chicos de entre 10 y 17 años que le dan forma al muñeco de fin de año de 10 y 40 (un homenaje al plantel de la selección que este año obtuvo la Copa América), la confección del momo forma parte de una tradición familiar. Cuenta con orgullo que su abuelo, Omar Surace, era un nene cuando formó parte del grupo de vecinos que le dio forma al que la tradición designa como el primer muñeco de fin de año de La Plata: el jugador de Cambaceres que se levantó frente al almacén de Luis Tórtora, en esa misma esquina, a principios de los años ´50. Esos antecedentes se mezclan, en el relato de Martina, con las urgencias propias de un momento clave para el armado de los muñecos, como es esta semana: conseguir fondos, materiales, organizar y distribuir el trabajo, afinar los detalles de terminación.

Como Martina son miles los vecinos platenses involucrados en el armado de los muñecos de fin de año en el marco de una semana clave: la del fin de los trabajos para que el momo quede listo. Esa semana en la que la dinámica de muchos barrios cambia en función del armado del muñeco.

“Es la adrenalina del armado, pero también es una oportunidad de vincularte con los vecinos, de tratarte con ellos más que en ningún otro momento del año y de ver cómo se involucran y cómo crece la expectativa del barrio por el muñeco”, dice Valentín Pelozo (17) desde la misma esquina.

Los datos que maneja la Municipalidad de La Plata indican que el número de muñecos supera este año a los 50, una cifra similar a la registrada en los últimos dos años.

Desde el Museo de La Plata, la antropóloga Rosana Menna, que forma parte del grupo de investigadores que estudia a los muñecos platenses desde hace más de 20 años, inicialmente dirigidos por el también antropólogo platense Héctor Lahitte, destaca que en materia temática este año las propuestas se caracterizan por la escasa presencia de temas políticos y de alusiones a la pandemia que marca el ritmo de la vida global desde marzo de 2020 (ver aparte).

Los temas que más aparecen, en cambio, son los personajes, reales o ficticios: desde el músico Bizarrap a la muñeca de la serie “El Juego del Calamar”, pasando por clásicos como Bob Esponja o el Zorro.

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Como en otros años, también registran la coexistencia de dos tipos diferentes de muñecos: el barrial, producto del esfuerzo de un grupo de vecinos que arma en el lugar la figura que arderá a fin de año y el momo a cargo de grupos experimentados en el oficio de crear muñecos, que se caracterizan por su mayor espectacularidad y por congregar el día de la quema a un mayor número de personas.

Desde aproximadamente 2008, dice Menna, se hizo más común el armado de muñecos en galpones que sólo se exhiben los últimos días antes de la quema.

Con todo, en cualquiera de sus formas, los muñecos siguen movilizando a los barrios, convirtiéndose en un espacio de encuentro de los vecinos y hasta en el escenario donde nacen nuevas amistades y romances, según cuentan los mismos protagonistas de esta tradición bien platense.

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A los 26 años, Franco Itri ya lleva 15 muñecos armados en la esquina de 25 y 55 junto al mismo grupo de vecinos. El de este año representa a un búho y frente a él, una pizarra exhibe fotos de cada uno de los momos anteriores hechos por el mismo grupo de vecinos, a los que, además este año se puede seguir a través de redes como Instagram.

“El muñeco es lo de menos y quemarlo no da pena. Lo importante es la amistad, porque mientras se trabaja se comparte todo y se puede mantener un vínculo que es imposible en cualquier otro momento del año”, dice Itri.

Según destacan en el muñeco de 25 y 55, los trabajos esta vez empezaron el 27 de noviembre y a esta altura del año es cuando más se intensifican.

Itri reconoce que con el muñeco de la esquina nunca ganaron uno de los premios municipales que se entregan año a año, pero eso no le preocupa.

“No hacemos el muñeco para competir, sino para compartir. Es una forma de estar con los vecinos y de darle algo al barrio”, resume.

En sus quince años de participar en la confección del muñeco sobran las anécdotas.

Una de las que con más cariño conserva es de los primeros años.

“Cuando éramos chiquitos nos gustaba quedarnos trabajando en el muñeco hasta tarde los últimos días. Pedíamos permiso para estar toda la madrugada y a la hora que abría la panadería del barrio íbamos a pedir facturas. Nos regalaban las que habían quedado del día anterior y era un momento grandioso”, dice.

Otro aspecto de la construcción que siempre exige esfuerzos es reunir el dinero necesario.

Actualmente, dicen en los barrios al pie de los muñecos, para hacer una figura son necesarios alrededor de 60.000 pesos, en promedio.

Para eso, se redoblan los esfuerzos y al tradicional personaje que pide plata a los conductores que pasan por el barrio para armar el muñeco se suman otros esfuerzos.

“Nosotros conseguimos buenos descuentos en madereras para las estructuras, hay una pinturería que nos donó pinturas y también obtuvimos rebajas en la harina en los supermercados”, dice Itri.

La preocupación por los costos también aparece entre los chicos que en 10 y 40 trabajan en “La Scaloneta”, un homenaje a la selección que durante el año que se va obtuvo la Copa América.

“El costo promedio de un muñeco es de alrededor de 60.000 pesos, pero muchos de los materiales se consigue a través de los vecinos, que ayudan mucho”, dice Valentín Pelozo.

Así, indican que las maderas y las varillas que forman la estructura del momo son donadas por obras en construcción de la zona y también por comerciantes que aportan cajas.

La necesidad de recursos también hace que se recurra a la improvisación.

“El otro día alguien dejó tiradas en una esquina unas camas rotas y nosotros aprovechamos para desarmarlas y usar la madera, que va a formar parte del muñeco”, dice Valentín Pelozo.

Para Leandro (15) y Santino (13) Schiavone, el grupo de Minions de distintas alturas que construyen en la esquina de 131 y 49 es su cuarto muñeco y por estos días viven la adrenalina que impone la necesidad de acelerar los trabajos

“El año pasado terminamos a la tarde del mismo 31; esta vez esperamos llegar con un poco más de margen”, dice Leandro.

Como también sucede en 10 y 40, los hermanos Schiavone destacan que el compromiso de la gente más grande del barrio es parcial y que los mayores esfuerzos los hace un grupo de chicos de entre 9 y 16 años.

“La gente del barrio, se copa, pero contribuye de otra manera y no tanto viniendo a trabajar el muñeco. Hay comercios que nos han dado harina y muchos vecinos hacen su aporte de plata, pero los que estamos acá viniendo a trabajar somos un grupos de seis o siete chicos del barrio”, dice.

Como sucede con otros muñecos, a medida que la fecha se acerca los trabajos se intensifican y las horas dedicadas a la tarea aumentan.

Al mismo tiempo la expectativa crece con la cuenta regresiva hacia la quema, mientras un nuevo muñeco se dispone a entrar, por la puerta grande, en la memoria colectiva del barrio.