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En tiempos de Tinder, diversos estudios hablan de una “recesión sexual”, y entre las causas aparece el consumo de televisión, casi como un opio que adormece el apetito sexual, y el consumo de imágenes sexuales de forma constante
Vivimos días de Tinder, Grindr y vínculos fluidos, sin compromiso. Los jóvenes viven y hablan con desparpajo de sexo, los solteros de la generación +35 no cargan con el estigma de su soltería y celebran la libertad como elección, y sus amigos casados los envidian. Parece que más que nunca, el sexo está en todos lados, en las letras del reguetón que se baila con una estrechez de cuerpos que pondría colorado a cualquier adulto del siglo XX, en las series que exploran el mundo de la sexualidad moderna, en Twitter y, claro, en Instagram. Pero entonces, ¿por qué tantos estudios señalan que cada vez tenemos menos sexo? ¿Podría ser todo culpa de la televisión?
El debate comenzó hace ya una década, cuando estudios en Japón, Australia, Inglaterra y Estados Unidos señalaban lo mismo: una merma, de entre el 10 y el 15%, en la actividad sexual, respecto a la década pasada. Más aún, si se la comparaba con los niveles de fines del siglo XX.
Los investigadores del Archives of Sexual Behaviour, prestigiosa publicación sobre sexualidad, subrayaron además que es una tendencia generalizada en la que no se distinguen diferencias por género, grupos étnicos, localización, nivel económico o formación, un hecho para nada menor: el fenómeno debía responder a una causa que fuera transversal a todo. Y así fue que la primera culpable señalada fue la tecnología.
Deborah Fox, conocida psicoterapeuta sexual en EE UU, apunta que “muchas parejas se encuentran en la cama mirando sus celulares y admiten que no están haciendo nada importante, tan solo se dejan llevar por hábitos que los hacen desconectar más rápido y sin esfuerzo. Por eso también les parece más emocionante ver una serie o un video en YouTube”.
La teoría presentaba una paradoja, ya que el avance de la tecnología ha permitido los encuentros casuales exprés gracias a Tinder y otras aplicaciones. Sin embargo, no serán pocas las parejas que encuentran familiar la escena pintada por Fox. Y en ese cóctel para adormecer el día entran, claro, las series: opio de la vida moderna, son muchos los que llegan a casa, comen frente al tele mientras el día se va apagando, y se entregan al sueño mientras Netflix aporta un tranquilizador ruido de fondo y les pregunta si todavía siguen allí. Todo, sin percatarse demasiado del otro.
“Las series están para resolverle la vida sexual a un montón de parejas”, dijo Lucrecia Martel
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Los datos sugieren que la tevé está sustituyendo otras actividades en la grilla diaria: en la última década el consumo en pantallas aumentó más del 300% (una cifra que, se dice, es en realidad imposible de cuantificar, teniendo en cuenta celulares y computadoras portátiles); las plataformas on demand registraron solo durante el último año, el año pandémico, un aumento en el consumo del 70%.
Ya lo decía Lucrecia Martel: “Las series están para resolverle la vida sexual a un montón de parejas. Creo que el gran propósito de las series ha sido salvar a la familia moderna. Conozco mucha gente que se debería haber separado y siguen juntos gracias a Netflix”, disparó alguna vez la cineasta, un punto de vista que comparte de alguna forma con el filósofo de moda, Byung-Chul Han, que ya en 2012 vaticinaba “la agonía del Eros”.
El planteo de Han es mucho más amplio, y excede tanto al sexo en sí como a la pantalla como problema, pero roza varios de las problemáticas planteadas por los investigadores respecto a la merma de la actividad sexual: para Han, la posibilidad del amor está en crisis por la multiplicidad de elección, las posibilidades aparentemente infinitas, y, en paralelo, la constitución de ideales imposibles.
Aunque el porno y las series con altas dosis de sexualidad pueden encender la intimidad de una pareja, el exceso de consumo ha sido retratado en múltiples investigaciones, al igual que sus efectos: la creación de un universo sexual ficticio, por un lado sin peligro y por otro lado imposiblemente caliente (el problema de las expectativas e ideales señaladas por el autor coreano) genera desinterés en el acto en sí.
Aunque ver series eróticas puede encender camas, el exceso de consumo puede apagarlas
La pornografía y las imágenes sexuales televisadas están acusadas de proyectar una imagen irreal del sexo, lo que provoca síntomas como la “anorexia sexual” (bajo nivel de interés sexual) o la “disfunción sexual inducida”, que impide mantener relaciones íntimas con normalidad. Algo que había anticipado ya en 2013 “Don Jon”, la cinta dirigida y protagonizada por Joseph Gordon-Levitt sobre un gigoló que tiene sexo constantemente pero solo disfruta realmente cuando está frente a la computadora, mirando.
Y allí se cruzan los planteos de Han.
Por un lado, habitamos, escribe, una era narcisista, donde ese otro que provoca dolor, va perdiendo paulatinamente terreno a medida que sentimos que podemos conseguir los mismos “beneficios” en el mercado del placer instantáneo que propone la pantalla.
Por el otro, el sujeto es hoy un sujeto agotado, fruto de lo que llama la “sociedad del cansancio”, donde el deber ha sido reemplazado, gracias a la astucia neoliberal, en la responsabilidad, donde los trabajadores se exprimen a sí mismos para alcanzar todo el potencial que pueden dar, en lugar de ser explotados por sus jefes: eso los devuelve a sus casas agotados, prefiriendo, antes que la interacción riesgosa que propone el sexo, el porno para obtener un poco de placer instantáneo o el opio que supone la pantalla del celular, o el frío brillo del televisor reproduciendo una nueva temporada de algo, de cualquier cosa, en Netflix.
El agotamiento es, ciertamente, otra de las causas citadas por los expertos para explicar esta “recesión sexual”: por un lado, existe una epidemia silenciosa de ansiedad y depresión que apaga la libido; por otro, la vida moderna ofrece fuera del hogar demasiados estímulos, problemas y cosas para hacer, y “añadir sexo al menú a veces es demasiado”, según la psicóloga Samantha Lutz.
¿La pantalla es, entonces, culpable? Las causas de un fenómeno que todavía permanece sin respuestas concretas parece ser múltiple y en muchos puntos, incluso, contradictoria: las bondades de la tecnología y el sexo en la pantalla bien podrían encender varias camas frías. Pero, en combinación con otros factores, particularmente con una vida moderna de insoportable cansancio, la pantalla parece ser el elemento que nos permite, que habilita, como decía Martel, alejarse del otro sin enfrentarse a la agonía del Eros.
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