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Deportes |ADENTRO Y AFUERA DE LA CANCHA FUE UN ADELANTADO

Un Maestro de la vida que en el Lobo dejó una imagen imborrable

Recuerdos de quien resultó ser mucho más que un entrenador al que le interesaban solo los resultados. Con vocación docente, moldeó a una infinidad de jugadores para que se luzcan dentro del rectángulo de juego y también para que sepan desenvolverse en el mundo real

7 de Mayo de 2021 | 02:55
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El “Mundo Gimnasia” empezó a conocer a Carlos Timoteo Griguol, el Viejo, Timo, o el Maestro cordobés, en octubre de 1994, y sus ideas expuestas sobre la cancha a través de los equipos que fue desarrollando, y con los que sorprendió al país entero, le permitieron en primera instancia la aceptación general y después un respeto que el tiempo intensificó. Como director técnico de formaciones que hicieron historia y como hombre transparente, tanto en la comunicación que tuvo con sus jugadores como con la gente, dejó una huella que muchos nostálgicos desearían volver a transitar.

Griguol se destacó básicamente por lo que hizo en su rol de entrenador-docente, capaz de elaborar movimientos de pizarrón, durante la semana de entrenamientos, para aplicar el fin de semana, como de atender cuestiones ajenas a la pelota, como la vida de los jugadores en las horas libres. Era un adelantado, coincide la mayoría de quienes trabajaron bajo su conducción en Rosario Central, Ferro y Gimnasia, tres clubes en los cuáles su figura se hizo eterna. Verlo salir de la ducha tapándose con un toallón al término de un partido, en tiempos que el periodismo tenía acceso al vestuario, era un clásico.

Cada testimonio de Griguol era para guardar, verdaderamente. Y servía para entender por qué lo llamaban Maestro. Sus conceptos eran tan nítidos como la forma en que sus equipos se desempeñaban en el rectángulo de juego. Y la broma, el chiste, sobrevolaba en cada entrevista o ronda de prensa, en las cuales, por lo general, ofrecía clases de vida. Así fueron surgiendo un montón de historias y anécdotas que el tiempo permitió recopilar a través del aporte de futbolistas, directivos, allegados...

Sus proyectos fueron diseñados desde la humildad, como planteles a los que privilegió evitando la contratación de jugadores sin un nivel futbolístico suficiente como para garantizar un salto de calidad o el cuidado de los campos de entrenamiento en Estancia Chica, que él mismo atendió sobre un tractor que fue a comprar con dinero de su bolsillo. Con recursos que aseguró a través de iniciativas que promovieron aportes de personas identificadas con el club, como la recordada “Fiesta del Salame”, que se convirtió en un esperado encuentro en el predio de Abasto.

Extensa es la lista de futbolistas que experimentaron una transformación, en casos muy sorprendente, desde que Griguol se hizo cargo del Lobo. Los hermanos Guillermo y Gustavo Barros Schelotto, quienes en consecuencia fueron transferidos a Boca; Roberto Carlos Sosa, el Pampa, y Andrés Guglielminpietro, que terminaron alcanzando un nivel de “exportación”, el segundo como volante-carrilero, puesto al que fue trasladado, y Favio Damián Fernández, el Yagui, otro al que reconvirtió, sirven como ejemplos.

Pero la nómina es larga e incluye a juveniles que ganaron un espacio como Sebastián Romero, Chirola, y Mariano Messera, quienes aportaron una cuota de calidad que luego reforzaron contrataciones de jugadores de buen pie y pergaminos como José Fabián Albornoz, Alberto Márcico y Pedro Troglio. La combinación de jóvenes y veteranos, de talentosos y esforzados terminaron dándole forma a equipos que se posicionaron a la altura de los mejores del fútbol argentino.

Facundo Sava, un marcador que terminó siendo referente de área y goleador, y Andrés Yllana, quien aseguraba buen trato de pelota, también sacaron provecho de las enseñanzas del Maestro en las jornadas de entrenamiento en Estancia Chica, donde también fueron modelados Gustavo Dueña y Mario Saccone: el primero un verdadero “soldado” que respetaba como nadie su posición de extremo por izquierda, abierto; el segundo, un delantero “indescifrable” que aseguraba una cuota de repentización.

Así como la táctica, que actualizó sistemáticamente, la preparación física fue otro tema que ocupó la atención de Griguol, en este caso a través de Javier Valdecantos, el preparador físico que el tiempo lo vinculó a Guillermo Barros Schelotto entrenador. Los planteles de Gimnasia llegaron a estar al límite en este sentido, y las lesiones musculares fueron un riesgo que el Viejo aceptó correr. Los “ejercicios de desintoxicación” dispuestos tras un breve paso por el vestuario al término de los partidos fue un clásico, en 60 y 118 como en cualquier otra cancha.

Eran 20 minutos que adelantaban el proceso de recuperación física. Un adelantado, porque a través de sus equipos, desde los 80, buscó avanzar sobre un estilo de juego que recién después de muchos años se instaló en el fútbol a nivel mundial. Una búsqueda que incluyó el intercambio de ideas con un grande del básquet, como León Najnudel, el creador de la Liga Nacional en Argentina y observador del deporte en general.

Esa relación surgió en tiempos en los cuales Najnudel, además de ser entrenador del fuerte equipo de Ferro en básquet, se desempeñaba como asesor deportivo del club. Cuando Ferro ascendió a Primera, un dirigente de confianza le pide su opinión para contratar un director técnico. La intención era empezar una etapa nueva del club en fútbol, y fue cuando recomendó a Carlos Griguol, a quien conocía de Atlanta.

Por desconocimiento, la Comisión Directiva del club de Caballito no estuvieron del todo convencidos, pero quien recomendaba a Griguol insistió con que era el entrenador adecuado. Un ciclo que incluyó dos títulos le dieron la razón. Y durante aquella etapa, se recuerda, Griguol iba todos los partidos y se ubicaba debajo del aro de entrada en el estadio Héctor Etchart, ubicado sobre la avenida Avellaneda, para incorporar conceptos del básquetbol, que luego utilizó en el fútbol, principalmente al momento de disponer las marcas en los tiros de esquina.

El director técnico cuya muerte llora el fútbol argentino en general y los clubes por los que pasó en particular, que también un pionero en el análisis de los rivales por video o en tomar virtudes de grandes equipos a partir de los VHS. Buena parte del material que necesitaba provenía de su amigo el periodista Adrián Paenza, e incluso de extensas sobremesas con León Najnudel y Julio Velasco, el platense que llegó a ganarse la calificación de eminencia en el vóley, en las que intercambiaban jugadas preparadas en otros deportes.

Las anécdotas se multiplicaron con Griguol como protagonista central, y como muestra de las numerosas que ganaron espacio durante sus tiempos en Gimnasia se pueden recordar un par con Mariano Messera, Sebastián Romero, Fernando Gatti y Gustavo Barros Schelotto. La primera: con la camiseta albiazul, Messera y “Chirola” Romero se afianzaron en la elite bajo la protección de Griguol. Pero al cordobés de broma fácil y risa contagiosa, que impuso la moda de la gorra en el banco de suplentes, no sólo le importaba el talento a la hora de diseñar el equipo. Muestra de eso fue la vez que quedaron desplazados del equipo titular por notas bajas en los boletines de calificación del colegio, que debían presentar sin excusas. Un episodio similar vivió Fernando Gatti, en este caso por negarse sistemáticamente a rendir una materia que tenía previa.

La segunda: Gustavo Barros Schelotto le hizo en una oportunidad un planteo táctico. Le expresó directamente que no quería jugar más como carrilero en una formación con defensa de tres que le imponía un gran desgaste físico. Quería tener un mayor contacto con la pelota. Griguol le contestó que estaba bien, pero le preguntó a quién tenía que sacar del equipo para realizar esa variante. Lo dejó sin palabras al Mellizo, quien al otro día fue de nuevo a su encuentro y le dijo que iba a seguir jugando de carrilero.

A cargo del seguimiento de la vida de los jugadores al margen del fútbol, y de sus familias, en Gimnasia nombró a Rubén Bedogni, Pelusa, quien cumplía el rol de “asistente social y cultural”. Bedogni conoció a Griguol en 1968, cuando fue transferido de Estudiantes a Rosario Central, donde el cordobés llevaba un año. A pesar de los diez años de diferencia en edad, entre ellos nació una amistad que trascendió al simple hecho de ser compañeros. Aquel equipo rosarino era dirigido por Miguel Ignomiriello, y Timoteo desandaba los últimos pasos de su carrera, siendo una especie de asistente del entrenador en el vínculo con los más jóvenes del plantel. Pelusa era parte de ese grupo, junto a Aldo Pedro Poy y Omar Palma, recordó que todos le veían por entonces una condición innata para ser director técnico, porque ya como jugador hacía docencia dentro y fuera de la cancha.

 

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Timoteo en su habitual arenga cada vez que jugaba Gimnasia. Una palmada bien fuerte en el pecho / Archivo

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