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Cómo actuar frente a un jefe que no nos valora o si el nuevo empleo no termina siendo lo que se esperaba. El valor de las conversaciones francas
Por lo general, son condiciones externas las que llevan a las personas a querer cambiar de trabajo: un nuevo director con el que uno no se lleva bien, un equipo disuelto o incluso un despido.
“Pero cuando las personas ya no se sienten cómodas en su trabajo también juegan un papel importante factores inconscientes”, explica Michael Schwartz, del Instituto para Práctica Integral de Vida y Trabajo.
Entre esos factores suelen encontrarse la falta de reconocimiento y consideración, así como la ausencia de perspectiva para el desarrollo personal dentro de la empresa.
“Sueldo, estatus y bonos no son incentivo suficiente para mantenerse leal a una empresa. A la mayoría de los empleados les importa ser reconocidos como personas en su individualidad. En lugar de ello, muchas veces tienen la sensación de que son apenas una ruedita intercambiable en el motor de la empresa que debe funcionar, y eso frustra”, dice este coach motivacional y asesor personal.
Entonces bien, se cambia de empresa, se tiene un nuevo jefe, un nuevo equipo, la idea es que las cosas mejoren. Pero después de un par de semanas, se instala la misma disconformidad. ¿A qué se debe?
“En vez de buscar el cambio en el afuera, hay que encontrar la brújula interior”
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“Detrás de esto se esconde por lo general un escaso autoconocimiento, una disconformidad consigo mismo que se traslada al contexto y que genera la ilusión de que, en otro contexto, todo será automáticamente mejor”, dice Schwartz. Esto lleva a que se proyecten en el nuevo trabajo todo tipo de expectativas, con lo cual la desilusión ya está programada de antemano.
“Nuestras relaciones laborales son a fin de cuentas como todas nuestras demás relaciones”, afirma el experto. “Si una persona no tiene en claro lo que quiere, se verá envuelta una y otra vez en relaciones poco satisfactorias”, añade.
Por eso, es importante la autorreflexión, preguntarse qué lo motiva e impulsa realmente a uno. “En vez de buscar el cambio en el afuera, hay que encontrar la brújula interior”, opina el experto.
Entonces, ¿hay que renunciar al nuevo puesto y buscar algo que vaya mejor con uno? Es bastante humano tomar una decisión precipitada por idealismo o por simple pánico, sin evaluar bien las condiciones de trabajo o dejándose engañar por la primera impresión.
“En el momento de las entrevistas, no solo el candidato intenta mostrar su mejor cara, sino también la empresa. Esto hace que se embellezcan muchas cosas”, explica el asesor de profesiones Christoph Burger.
“No se puede ceder enseguida ante la ilusión de que se encontrará rápidamente un trabajo nuevo y mejor, son cosas que llevan un tiempo”, sostiene. “Hay que darle tiempo al nuevo trabajo y esperar a ver cómo se desarrollan las cosas”, dice.
Su consejo: tener en claro los propios deseos de qué se quiere cambiar y hablar acerca de ellos con el empleador. Burger indica que lograr una colaboración fructífera es una cuestión de adaptación y de conocimiento mutuo. Uno puede fijarse plazos para, por ejemplo, cuándo considera que debería concretarse ese cambio antes de pensar en cambiar nuevamente de empleo.
Si la situación no mejora, es posible que surja la idea de volver eventualmente al trabajo previo. Christoph Burger cree que, en la mayoría de los casos, esto no es una buena idea, ya que con la renuncia se rompió la base de confianza.
“Además, uno no debería olvidarse de por qué se quiso ir de allí”, señala. Añade que, muchas veces, el puesto que se dejó ya fue ocupado por otra persona o eliminado.
Por eso, quien no está seguro de si vale la pena cambiar de trabajo debería intentar primero cambiar las condiciones en su empleo actual y hablar claramente con su jefe sobre sus necesidades e ideas. La dimisión debería ser el último paso cuando se hayan agotado todas las demás posibilidades.
Es por eso que a veces es mejor hablar con los jefes antes de renunciar. Cuando una empleada o un empleado tiene la oportunidad de mantener una conversación personal con un superior, debería aprovecharla, sobre todo teniendo en cuenta que, por lo general, los jefes no están a cargo de una única persona, sino de equipos.
Tener un intercambio algo más personal y directo con un jefe o una jefa puede ser una buena oportunidad para recibir comentarios sobre el trabajo que uno realiza y el papel que desempeña.
¿Pero cómo lograrlo? La coach Stefanie Saas explica en un posteo de la plataforma Xing cuáles son las preguntas que se prestan para ese tipo de encuentros.
Si uno está muy seguro de sí mismo y de que quiere hacer carrera, la experta recomienda no estarse con vueltas. “Mi objetivo es ascender. ¿Estoy en el camino correcto para lograrlo?”, podría ser una opción, ya que manifiesta claramente los deseos y las metas que uno tiene y los comunica de un modo transparente a sus superiores. Solo quien le deja en claro a sus superiores que aspira a un puesto más alto puede obtener algún tipo de feedback sobre los pasos a dar para lograrlo.
Otra pregunta útil es: “¿podría decirme en qué soy particularmente bueno?” o “¿puede decirme en qué puedo mejorar?”. De ese modo, los empleados se enteran de algunos fuertes que tienen y que tal vez no habían percibido como tales. Por otro lado, el o la jefa suele ver con cierta perspectiva el rendimiento de cada empleado, con lo cual si alguien se lo consulta, también podrá saber qué puntos debería reforzar o mejorar para lograr lo que se propone.
A algunas personas les cuesta mucho tomar decisiones. Sopesan una y otra vez ventajas y desventajas y reflexionan sobre las posibles consecuencias. En el trabajo, esto consume tiempo y energía. Pero, ¿hay una manera de acelerar la toma de decisiones?
La entrenadora de ejecutivos Melody Wilding aconseja dejar de lado el perfeccionismo y despedirse de la idea de que con una decisión se podrá hacer feliz a todo el mundo.
Solo quien le dice a sus jefes que aspira a un puesto más alto puede obtener feedback
Según la experta, el llamado “test 10/10/10” puede ayudar a evaluar las consecuencias de una decisión de forma más racional. El test consiste en imaginarse cómo se sentiría uno con una decisión determinada después de 10 semanas, 10 meses y 10 años de haberla tomado. De esta forma se evita darle demasiada importancia a algunas cosas.
Por otra parte, hay decisiones de las que los empleados pueden liberarse. Wilding sugiere incorporar modos de proceder estandarizados para algunos problemas o delegar algunas decisiones.
En algunos casos también puede ser conveniente basarse en la intuición. Afirma que este proceso automático del cerebro es muchas veces más rápido y satisfactorio que pensar racionalmente en las cosas una y otra vez.
La entrenadora también recomienda establecer plazos artificiales para tomar una decisión. Esto se logra fijando una fecha u horario en los cuales la decisión debe estar tomada. Para reforzar esta opción y sentirse aún más obligado a tomar una decisión, se le puede pedir a otra persona que le requiera a uno una respuesta en la fecha convenida.
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