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La Ciudad |IMPRESIONES

Ocurrencias: mucha gente y mucha alegría

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

4 de Diciembre de 2022 | 04:16
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Hace un par de semanas, la Tierra celebró (¿celebra o tiembla?) la llegada de su habitante numero 8.000 millones. Somos cada vez más. Y el pobre planeta, hecho para muchos pero no para tantos, deberá agudizar su ingenio para intentar dar abrigo, comida, amor y sueños a tantos hijos nuevos. Y a los millones que vienen en viaje.

Nacen cada vez más y mueren cada vez menos. O por lo menos mucho más adelante, lo que hace que se prolongue la convivencia, se complique más el uso del espacio familiar y alimentos, energía y paz empiecen a escasear. Los países no dan abasto y las ciudades empiecen a resultar chicas y apretadas. Falta comida. Y no sólo comida. El mundo, por un lado avanza y por el otro retrocede. Se vive más, quizá mejor, pero el progreso pasa su factura y el fantasma de la decadencia y del miedo pujan contra el avance de la ciencia y de la técnica. La peste, la guerra y la pobreza son las formas diabólicas que crea el mal para tratar de emparejar las cuentas. Pero hasta ahora, las cigüeñas le van ganando por goleada a la guadaña.

A más gente, más carencias, más demandas, más peligros. Ahora, ante el habitante ocho mil millones, la Tierra pasará lista para inventariar lo que hizo y lo que no hizo, lo que falta y lo que sobra, lo que dejamos atrás y lo que estamos esperando. Hoy se sabe que las crisis son globales, que el clima cada tanto nos viene a cobrar alguna cuenta atrasada, que las guerras no cesan, pero que hay y habrá siempre, estrellas y tormentas, sueños y pesadillas, felicidad y dolores en esta casona inmensa y redonda que nos recibió con sonrisas y nos dejará marchar con lágrimas.

Sin embargo, pese a todo, la gente pugna por llegar aquí. No eligen el viaje, los traen, pero mal o bien, cuando se acostumbran, ya no se quieren ir. Es que más allá de sinsabores y pesares, por encima de las calamidades y las carencias, cada hombre que se suma a esta concurrida fiesta con el imperativo de durar lo más posible, dejar raíces, afirmarse en el amor y en los logros y lograr que, mal o bien, nuestra fugaz pisada deje a alguna marca.

El fútbol aportó una victoria que cruzó de una punta a otra del Globo y que le regaló una explosión de alegría a un pueblo

Cada vez somos más. Hay guerra, peste y pobreza. Pero las cigüeñas le van ganando por goleada a la guadaña

¿Qué dirá el planeta de este nuevo habitante que vino a redondear cifras inimaginables? Los mejores augurios para el bebé que redondeó. Y honor y gratitud para aquellos antepasados remotísimos que millones de años atrás aprendieron a domar fieras y desolaciones, que enfrentaron el hambre y las enfermedades, que deambularon entre ferocidades de todos los colores y que, de a poco, con la cuota indispensable de coraje y empeños, fueron construyendo esto que hoy terminamos compartiendo 8.000 mil millones de vecinos.

La Tierra, ajena a este conteo y a estas aventuras, sigue vagabundeando por un cielo misterioso que hasta ahora nos tiene a nosotros como únicos inquilinos, una multitud soñadora que trata de hacer lo mejor que puede con este cachito de vida que nos tocó. Sobra gente y faltan lugares. Somos muchos y a cada ratito somos más. La Tierra no alcanza. Pero el hombre no deja de nacer. El habitante número 8.000 millones acaba de hacer su entrada triunfal a un planeta desbordado que en cualquier momento va a tener que poner el dichoso cartelito: “No hay más localidades”.

La familia humana tardó 125 años en pasar de mil a dos mil millones. La especie no ha dejado de multiplicarse y cada vez lo hace más aceleradamente. Los últimos 1.000 millones adicionales de habitantes se han sumado en solo 12 años. Hablar de cifras, asombra: cada 15 segundos, se producen 65 nacimientos y 33 fallecimientos. Y en cada año 70 millones de terráqueos flamantes se suman a este banquete de risas y llantos, de dolores y dichas. Todos desean un desarrollo sostenible y justo que achique diferencias y le haga un lugarcito a los que vendrán. La Tierra se ha vuelto un paraje con muchas necesidades. Pero ayer, a la tardecita, en algunos lugares de este movido planeta, hubo un pueblo que festejó más que ninguno. En esa inmensidad indiferente y callada que es el cielo, el fútbol aportó un murmullo victorioso que enmudeció tormentas y bombas y que cruzó de una punta a otra del Globo para regalarle una explosión de alegría a un pueblo tan necesitado de goles.

 

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