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Sin ella, ¿quién será?

Mariano Pérez de Eulate

Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com

8 de Diciembre de 2022 | 03:36
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Y un día Cristina Kirchner, de sopetón, como le gusta a ella (eso le enseño su marido, que era un experto en el factor sorpresa), le cambió el escenario político al peronismo.

En especial al del populoso Conurbano bonaerense, que especulaba con agitar la idea de una posible candidatura suya por lo menos durante un semestre más. Enojada por la sentencia judicial que la condenó a seis años de prisión, la vicepresidenta avisó el martes que no será candidata a ningún cargo el año entrante.

Nada es casual en Cristina, que por algo es la jefa real del justicialismo. Su aparente paso al costado, que a sus leales les encanta definir con la palabra “renunciamiento”, mucho más cercana a elementos de la narración histórica del PJ, no hizo más que interpelar al oficialismo gobernante. Es lo mismo que decirles: mejor, busquen otro nombre.

Falta bastante para las elecciones presidenciales pero es un dato objetivo, verificado por encuestas cualitativas de todo tipo, que la vicepresidenta es el único personaje del justicialismo que convierte su imagen positiva -un 25 por ciento, como para generalizar- en votos absolutos.

Para el kirchnerismo eso era un gran punto de partida; para los peronistas no cristinistas, un límite en sí mismo porque su imagen negativa, antes del fallo condenatorio, ya era bastante alta y eso se convierte en techo.

Para ella debe ser un elemento que le remite a fortaleza interna: nadie tiene ese nivel de fidelidad.

EL SURGIMIENTO DE ALBERTO

En 2019, Cristina se dio cuenta de que con su sola figura no alcanzaba para ganarle a Mauricio Macri, que venía desgastado por una economía en picada pero seguía siendo su némesis. Dos talibanes de sus propias posturas, digamos. La entonces senadora recurrió así al truco de la moderación para saltar la grieta: el “dialoguista” Alberto Fernández encabezaría la fórmula. Le dio resultado para ganar. Pero ya se gastó ese cartucho. ¿Y ahora?

Fuentes del peronismo enfocan las luces en Sergio Massa. Ya no porque se busque aquella lógica moderada sino por su condición de hombre de buena llegada a todos los factores de poder, esos que desconfían precisamente de la vicepresidenta, y porque se supone que también podría llegar con su mensaje a un universo que está por afuera del núcleo duro cristinista. O sea: la tesis de que el PJ no debe radicalizarse.

El problema para la eventual candidatura competitiva de Massa -más allá de que él dice que pactó con la familia algún tiempo de ostracismo- es que dependerá, siempre, de la evolución de la economía, de la baja de la inflación y de la tolerancia social al ajuste que él mismo lleva adelante.

MÁS NOMBRES

En la coctelera de nombres que también sonaban ayer en el PJ para ser el mascarón de proa de la oferta electoral de 2023 figuran Wado De Pedro, Axel Kicillof (hoy enfocado sólo en su reelección) o hasta Juan Manzur, jefe de Gabinete nacional. Por ahora, quimeras. Porque, en verdad, nadie sabe qué va a pasar.

Lo notable: Alberto Fernández no aparece como opción para esa faena, aunque tiene la posibilidad constitucional de la continuidad.

De todos modos, un asterisco: si Massa lograra bajar la inflación a menos del 4% mensual y eso se convierte en el gran logro del Gobierno de cara a la campaña, ¿porqué el Presidente, la cabeza del Ejecutivo, no intentaría capitalizarlo en su favor y dejaría, sin luchar, que su ministro lo pase a retiro? La sola pregunta muestra el desgaste del jefe de Estado.

El kirchnerismo duro, esos dirigentes y militantes que tal vez no sean del primer círculo que rodea a la vicepresidenta pero que la siguen con lealtad religiosa, prefiere creer que la auto exclusión de Cristina obedeció más al enojo, a la indignación, que a una decisión meditada. Y que hay tiempo de revertirla.

Son los que abonan el nuevo operativo clamor, el ruego para conseguir el regreso de ella a la góndola electoral, explicado bajo el argumento “Me lo pide la gente”.

Fuentes que hablan con el entorno real de Cristina (su hijo Máximo, el Cuervo Larroque, etc) aseguran que en ese micro mundo ya se rigen bajo la siguiente premisa: “Si ella dijo que no juega, es porque ha tomado la decisión”.

 

“Si ella dijo que no juega, es porque ha tomado la decisión”, dicen en el entorno real de Cristina

 

Después del fallo condenatorio, Cristina se trasladó a Punta Lara donde la esperaba una mesa hiper leal.

No estuvo la cofradía de intendentes peronistas del Conurbano. Es un dato. Fue un grupo que actuó de soporte de contención inmediato para la vicepresidenta, comprensiblemente golpeada. Una plataforma de propagación posterior de conceptos falaces, tales como que con la condena a la vice se busca su “proscripción” y la del peronismo todo o que “está en juego la República”.

EN NOMBRE DE PERÓN

Se convino en las tierras de Mario Secco contarle a la prensa que Cristina ordenó salir a caminar y militar como respuesta política al avance judicial contra ella y que les pidió a los comensales empuñar el “bastón de Mariscal que llevan en sus mochilas”. Una alusión que solía decir Perón ante sus militantes, en especial a la rama femenina, dicen que tomado de las arengas de Napoleón a sus tropas cuando las instaba a estar preparadas para tomar el mando. Un tema raro para un asado de un martes a la noche.

Aquel discurso insuflador de mística tendrá un correlato territorial el próximo lunes.

El kirchnerismo se movilizará para respaldar a Cristina, algo que no se hizo el día de la sentencia. Será a propósito de un encuentro del Grupo de Puebla en el CCK. Se trata de un foro de movimientos latinoamericanos autodefinidos como progresistas o de izquierdas.

Por ahora se sabe que abrirá Alberto y cerrará Cristina. En la calle, los militantes del Frente de Todos. Adentro, es cantado: discursos contra el “lawfare”, ese enemigo de los líderes populares, y el “Partido Judicial” como un fenómeno latinoamericano.

Se descuenta el pedido de los que se agolparán en la puerta: “Cristina Presidenta”. La tesis de un PJ más radicalizado, digamos. La marcha se decidió en aquella reunión de Punta Lara.

Se trata de ratificar a la vicepresidenta como la conductora del peronismo, ahora bajo la condición de supuesta “proscripta”. Algo que no es real porque podría presentarse el año que viene a las elecciones, ya que la condena dictada el martes no estará firme en 2023.

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