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Desde la decisión de suicidarse antes que ser capturadas por los rusos al compromiso de defender a su país hasta el final
Katerina nunca saca fotos de sus camaradas antes de partir al frente. Considera que trae mala suerte. Tampoco le contó a su madre que va a lo que denomina la “línea cero”, pero sí utiliza las redes sociales para intentar mejorar el ánimo de quienes se quedan atrás.
Ese día, las tres mujeres descansan junto al resto de su compañía en una aldea en el este de Ucrania, antes de una nueva rotación.
Aceptan hablar sobre su vida en el frente, sobre esta guerra que no esperaban y de estos cinco meses que parecen “haber durado años”.
Katerina Novakivska, de 29 años, es la subcomandante de una compañía que lleva un mes operando en Donbás, la región industrial del este de Ucrania, que los rusos están tratando de controlar y donde los combates están causando estragos.
Pequeña, morena, delgada y con ojos negros, la joven, originaria de Vinnytsia (centro), acababa de graduarse en la academia del ejército cuando estalló la guerra. Se encarga en particular del apoyo moral y psicológico de las tropas.
Después del discurso habitual sobre el “ánimo satisfactorio” de los soldados y la legitimidad de su lucha, explica que “lo más difícil para ellos es perder compañeros” y, para ella, distanciarse de los relatos de horror que escucha. “Se confiesan conmigo porque hay muchas cosas que no pueden contarles a sus seres queridos”, detalla.
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Su mayor temor, dice, es ser abandonados -muertos o heridos- en el campo de batalla.
Recuerda un día fatal, el 28 de mayo, en el que once soldados resultaron muertos y unos veinte desaparecidos. En el estruendo del asalto, los hombres desaparecen y nadie puede decir lo que les sucedió.
Ella misma confiesa que su obsesión es ser secuestrada por los rusos, “pero lo he previsto todo”, afirma, aludiendo a la posibilidad de suicidarse antes de caer en manos del enemigo.
Tiene una leve cicatriz en la nariz, recuerdo de una explosión en marzo, y en el antebrazo una flor de loto, un tatuaje realizado en 2017 en Volnovakha, una ciudad de la región “que ya no existe, que hoy está ocupada por los rusos”.
En las redes sociales, Iana Pazdri es una mujer bellísima con uñas lacadas y traje militar. En realidad, es una mujer de 35 años comprometida desde el comienzo de la invasión rusa a Ucrania, que, como todos sus compañeras, no ha visto a su hijo desde hace cinco meses. “Me alisté porque soy patriota, pensé que podría ser útil aquí, y lo soy”, detalla sin falsa modestia.
Cuando tiene tiempo, publica en Instagram o Tik Tok pequeños segmentos de la vida militar, donde se la ve conduciendo un blindado o posando con una kalashnikov.
“Algunos soldados vivimos en la ‘línea cero’, bajo las bombas, y trato de mostrar que se mantiene el ánimo a pesar de todo. Digo a la gente que no tenga miedo, que el ejército hace todo lo posible para defender el país”, destaca.
“Pero honestamente, a veces es difícil”, admite, aunque afirma haber encontrado “una familia” en el ejército.
Decenas de soldados mueren cada día en el frente del este de Ucrania, donde las fuerzas rusas realizaron importantes avances en mayo y junio, apoderándose prácticamente de toda la región de Lugansk.
Desde entonces, el frente no evolucionó realmente, pero los combates de artillería son feroces e incesantes.
Por su parte, Karina conduce su VBCI (vehículo blindado de combate de infantería) hacia las líneas del frente.
La joven, también mecánica, indica que al principio tuvo dificultades para acostumbrarse a la visión distorsionada y limitada del entorno exterior desde el puesto de conducción y a la pesadez del vehículo.
Esta exobrera en una fábrica textil, de origen tayiko, firmó en 2020 con el ejército un contrato de dos años.
“Cuando estás en las posiciones, es difícil pensar en los camaradas, esperar que nadie muera o resulte herido, que los disparos no te peguen”, cuenta.
Su marido, que se quedó en casa, la vio irse a la guerra con angustia. “Pero nadie me dice qué hacer”, subraya.
Sin embargo, a Karina aún le resulta difícil llamar a su madre. “No le digo que estoy en la línea cero para no angustiarla más”, comenta.
Karina no se hace ilusiones, la guerra no terminará rápidamente. “Los rusos ya conquistaron una buena parte” en Ucrania, dice.
“En cualquier caso, venceremos. No tenemos derecho a perder”, añade Iana quien, después de la guerra, se trasladará al Caribe y a Sudamérica. “Necesito que mis sueños se hagan realidad. Creo que lo merezco”, resume sonriente. (AFP)
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