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La Ciudad |Tres de cada cuatro argentinos tienen mascotas

Duelo y rituales de platenses ante la muerte de sus animales de compañía

Muchos eligen enterrarlos en sus jardines y otros optan por cremarlos. Algunos esparcen sus cenizas en parques y no son pocos quienes las conservan en cofres especiales o dijes. Historias de amores siempre especiales

Duelo y rituales de platenses ante la muerte de sus animales de compañía

Lucía y el recuerdo de su perrita Bruna

Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

21 de Mayo de 2023 | 02:34
Edición impresa

“Cuando murió mi papá yo tenía 9 años y ninguna idea de lo que era la muerte. Esa misma noche, la peor de mi vida, en la puerta de mi casa apareció una cachorrita; no tengo claro si alguien la dejó ahí o ella llegó por su cuenta, pero mi familia la rescató y ella me rescató a mí de una tristeza que no me dejaba respirar. Por eso, a quien diga “es solo un perro”, le respondo que no tiene la menor idea de lo importante que un animalito puede llegar ser en la vida de un humano”, cuenta Alejandra (51), quien a partir de ese momento nunca dejó de compartir su vida con un perro o con un gato. “Son parte de mi familia”, dice, sin dudarlo.

El nuestro es un país “mascotero”, aunque esta palabra esté cayendo en desuso por impulso de agrupaciones rescatistas que la rechazan por su origen: proviene del término francés “mascotte”, que significa amuleto o cosa. Lo cierto es que una encuesta realizada el año pasado por la consultora Kantar división Insights reflejó que tres de cada cuatro argentinos conviven con animales domésticos -el 81% con perros y el 52% con gatos-, y la convicción de que, sin importar la especie, son parte de su familia.

¿Qué sucede cuando ese animalito fallece? Como con cualquier duelo, la experiencia es individual y distinta, aunque, de a poco, está cediendo el prejuicio a exponer el dolor y cumplir con ciertos rituales que ayuden a atravesarlo de manera más natural.

Sin embargo, el primer problema a enfrentar ante la muerte de un animal es qué hacer con su cuerpo, sobre todo aquellas personas que no tienen un jardín o acceso a un espacio verde donde enterrarlo; o quizás no quieran hacerlo.

En La Plata funciona desde hace diez años un emprendimiento familiar que crearon el médico veterinario Francisco García Hoqui y su mujer, Lucía Benito, “a partir de la inquietud demostrada por las personas que tenían perros viejitos y nos preguntaban qué hacer con el cuerpito al momento de su partida. Cuando perdimos a nuestra ‘perrhija’ Bruna, nos dimos cuenta de que la disposición final era solo una parte de este trabajo”, explica la pareja.

Francisco y Lucía están seguros de que las personas que sufren la muerte de un animal necesitan, sobre todo, “apoyo y comprensión”, en especial porque “el antes y el después son momentos extremadamente sensibles”. También, dicen, los ayuda a “entender que un montón de personas se sienten así, porque sigue siendo un tabú expresar el dolor por la muerte de un ser de cuatro patas. Entonces, el destino (del cuerpo) se transforma en secundario”.

Cuando aluden a momentos previos muy sensibles se refieren a días o a semanas de cuidados rigurosos, de visitas pautadas o de urgencia a veterinarias y a la toma de una decisión siempre difícil: la eutanasia.

Por esa experiencia tuvieron que atravesar, en agosto del año pasado, Romina (32) y su pareja, tras adoptar a una perrita Shar Pei de tres años, que se llamaba Roma y padecía una falla renal congénita.

“Fue horrible”, reconoce Romina, porque “no se recuperaba; intentaron hacerle un tratamiento suministrándole suero durante todo un día, para ver si mejoraba y podía tener una vida controlada, pero no funcionó. Ella estaba sufriendo demasiado y no nos quedó más opción. Se te cruzan mil cosas por la cabeza, pero estuve ahí con ella cuando le dieron la medicación. Después -agrega- muy duro pensar en que nos la teníamos que llevar. Veníamos de semanas sin dormir, era todo muy fuerte”. Por eso no dudaron en aceptar la propuesta de los responsables de la veterinaria, que les ofrecieron ponerlos en contacto con una empresa que se ocupó de cremar el cuerpo y entregarles días más tarde las cenizas.

“Nosotros tampoco tenemos un espacio donde poder tenerla y nuestra idea era llevarla a un parquecito al que ella siempre le gustaba ir a jugar. Eso también nos pareció lindo como se hace con cualquier ser querido; llevar sus cenizas a un lugar que quisieron”, explica Romina. Por ahora, aclara, las cenizas están “en un cantero donde podemos poner florcitas, lo que nos parece mucho más amoroso; que vuelva a la tierra, como el ciclo natural de la vida”.

García Hoqui y Benito insisten en que, más allá de ocuparse de la “disposición final de las mascotas”, procuran “modificar el concepto de la muerte inmortalizándolas a través de recuerdos”. Es que, citan, “quien es recordado, jamás se habrá ido”.

Por eso ofrecen conservar las cenizas de los animales en distintos tipos de urnas. Una, llamada “Bios”, es de barro, lo que permite que “las cenizas se mezclen con la tierra para servir como sustento para el crecimiento de una planta. De esa manera nuestra mascota estará, en parte, creciendo en esa planta”, detallan.

En otra urna, bautizada “otoño”, colocan la foto del animal junto a un arreglo floral alusivo a esa estación del año. Y, para quienes prefieren conservar “a su mascota todo el tiempo con ellos”, entregan “dijes portacenizas”. Sin embargo, muchas familias prefieren esparcir las cenizas en los sitios donde jugaban sus animales o aquellos que visitaron juntos en algún viaje.

“Entendemos por lo que la gente está pasando”, reconoce Lucía, antes de apuntar que “una vez que la persona elige un servicio, nos encargamos de todo”.

El servicio más barato ronda los 10 mil pesos, “dependiendo del tamaño y la modalidad contratada”, porque, vale aclararlo, no sólo se ocupan de cremar perros o gatos. “Nos han traído un cardenal o un erizo”, recuerda Lucía.

En todo este proceso, las veterinarias cumplen un rol muy importante.

“Se practica mucho la eutanasia, pero hay veces que los humanos la piden por el sufrimiento de ellos más que por el de las mascotas”, revela Ricardo Bratschi, médico veterinario en La Plata, consciente de que “hay que manejar la situación con mucha delicadeza, porque el umbral diferente y los humanos quieren la solución rápida”.

Bratschi se declara en contra de esa práctica, excepto en condiciones extremas, “cuando el animal no da más”. De cualquier modo, advierte, la decisión siempre “corre por cuenta del responsable de la mascota”. Sin importar cuántas eutanasias haga, reconoce el profesional que siempre termina resultándole difícil: “También sufrimos; me ha tocado traerlos en un parto y tener que despedirlos”. Por eso, a los clientes que atraviesan por esa experiencia Bratschi suele redactarles una carta de pésame, que sirve como contención y también de alivio a un sentimiento de culpa que suele aparecer tras la decisión.

“La eutanasia practicada en medicina veterinaria es mucho más humanitaria que en los seres humanos”, detalla el veterinario, “primero se aplica una anestesia o sedación, que es el momento que reservo para que el cliente se despida”. En el caso de este profesional, no suele permitir que la familia esté presente cuando él aplica la inyección endovenosa que provoca un paro cardíaco inmediato: “Les pido que vayan a la sala de espera porque se pueden descompensar; salvo que la persona insista mucho para presenciar esa instancia, que dura segundos”.

Según el profesional, más del 90 por ciento de sus clientes se lleva el cuerpo del animal para enterrarlo en el jardín, sobre todo porque su local está en Gonnet, donde abundan las propiedades con espacios verdes. El 5 por ciento pide que lo retire la empresa que se ocupa de la cremación y el 5 por ciento restante lo deja para que él lo entregue en la facultad o le practique la necropsia, en general cuando se trata de animales pequeños o exóticos.

Se analizan proyectos para asistir a quienes “no tienen un lugar para sepultar a sus mascotas”

Hasta hace unos años, algunas personas donaban los cuerpos de sus animales a la Facultad de Ciencias Veterinarias de la UNLP, para estudios y cremación, pero actualmente el horno crematorio no “tiene un funcionamiento óptimo, por lo cual solo brindan un servicio de sostén para situaciones muy particulares y derivadas internamente de otras áreas” de esa casa de altos estudios, según pudo saber este diario de fuentes oficiales.

Para quienes viven en departamentos o viviendas sin jardín, a la hora de resolver qué hacer con el cuerpo de un animal, las opciones se vuelven muy limitadas. En la Región no hay cementerio de mascotas, como sí existen en otras ciudades del país y del mundo, y, por razones sanitarias, está prohibido incinerar o enterrar animales en el espacio público.

Ante una consulta de EL DIA, desde la Municipalidad de La Plata informaron que “analizan diferentes proyectos e ideas, en el marco de la problemática de los vecinos que no cuentan con un lugar para sepultar a sus mascotas y teniendo en cuenta la política sostenida de protección animal que se imparte” desde la comuna. Sin más detalles.

Parte de su cotidiano

L’insue era de la raza Yorkshike, tenía 14 años y pasó casi toda su vida con Gabriela (48), quien hoy se reconoce devastada por la muerte de esta perrita que era parte natural de su cotidiano. Varios meses después de aquel sacudón, confiesa que siente una “tristeza que no puedo superar. Se me murió en los brazos, una tardecita, y tuvo que venir una amiga a ayudarme porque yo no sabía bien qué hacer”.

En el último tiempo enojaba a Gabriela que sus allegados comentaran lo viejita que estaba L’insue, aunque ella era consciente de que el final estaba cerca y analizaba diferentes posibilidades, como la cremación. Sin embargo, apenas falleció, ella y su amiga llevaron el cuerpo a la casa de la madre de Gabriela, donde “están enterrados todos mis perros; porque nunca viví sin un perro. La sepulté debajo del limonero, en una cajita muy linda, con toda su ropa. Y cada vez que voy a visitar a mi mamá me siento ahí, con ella, como si fuese al cementerio”, revela. Agrega que, como parte del duelo, tiró todas sus pertenencias, porque no puedo ver nada de ella en mi casa. Todavía la extraño muchísimo”, cierra.

“Es probable que muchos no entiendan el amor que tenemos algunos para con nuestras mascotas y a veces, ante la pérdida de nuestro compañero, no nos sentimos del todo acompañados”, reflexiona Lucía Benito, razón por la cual, ella y su esposo ofrecen las redes de su emprendimiento para que las personas expongan lo que sienten, seguros de que en esa comunidad “los entienden, apoyan y acompañan. Suben fotos de sus mascotas y se les brinda un homenaje. Entendemos que eso sana, pero lo más importante de todo es recordarlos, porque al final de la historia, lo único que nos llevamos son los recuerdos”.

 

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Roma. Sus cenizas están en un canterito

L’insue. Gabriela la enterró bajo un limonero, en la casa de su madre. “Cuando voy me siento al lado, como lo haría en un cementerio”

Lucía y el recuerdo de su perrita Bruna

Francisco García Hoqui

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